PASAPORTE CUBANO

por Santiago de Juan

Debido a un artículo que en forma de carta a un amigo escribí y hubo de ser distribuido por la revista “Guaracabuya” y “La Voz de Cuba Libre”, mi buzón electrónico se ha visto inundado con mensajes de mis coterráneos, en su gran mayoría criticas virulentas, las menos con insultos groseros, otras más cívicas pero demandando muestre credenciales donde abunden meritos como cubano y algunas inclinándose a estar de acuerdo con mi opinión, mas recriminándome en forma solapada. Muchas exigiéndome que mi deber como cubano en el exilio es el apoyar incondicionalmente a los “disidentes” que arriesgan sus vidas dentro de Cuba.

Lo que más me ha asombrado es la forma en que se me exige acepte sus opiniones a la vez que se hartan hollando las mías.

En mi opinión, el ser cubano no es simplemente el llevar el adjetivo gentilicio que se le aplica a una persona que haya nacido en Cuba, por lo que, si fuese a demostrar mis credenciales como tal, tendría que remontarme a casi el inicio de mi vida. Comenzaría a los cuatro años de edad, cuando mi padre, de nacionalidad española, profesión ingeniero y muy trabajador, murió en un accidente, dejando a una viuda y cinco hijos sin recursos siquiera para pagar por su funeral. Mi madre estaba bien preparada para su oficio: Esposa y madre. Añadir la responsabilidad de proveedor no le fue fácil pero no se amedrentó. Mi hermana mayor, 15 y mi hermano, 12, de la noche a la mañana pasaron de niños a adultos a proveedores también. Una tía renunció a su juventud y futuro para convertirse en madre de crianza.

Un día típico en la vida de la nueva familia comenzaba con el saludo en la mañana de mi tía al lechero: “Me da un litro de leche... largo, por favor”, mientras que extendía la cazuela que tenía una capacidad de más de dos litros. El lechero conocía la medida de un “litro largo” y de su botija vaciaba, a ojo de buen cubero, lo que ambos sabían equivalía a una cantidad mayor, mientras que aceptaba el pago de dos centavos. El siguiente paso para mi tía era el añadir la suficiente cantidad de agua para que la leche “rindiese” para llenar siete vasos, que después de hervida y a la que se le añadía café y azúcar prieta, constituiría nuestro desayuno.

En ocasiones, acompañaba al vaso de leche un pedazo de pan. Con un centavo había sido posible comprar la mitad de una telera de pan o lo que más tarde aprendí consistía en seis onzas. Este se dividía en siete pedazos iguales y introducía en el vaso de leche. Esa mañana, nuestros estómagos rugirían menos mientras esperaban ansiosos el almuerzo. ¿Mantequilla? Por muchos años solamente la veíamos el 24 de diciembre... en Nochebuena.

A esa temprana edad, supe que la matemática no era en realidad una ciencia exacta. El hambre, las necesidades y los sufrimientos, cuando se dividen, tocan a más. Pero también aprendí que compartiendo era posible subsistir con dignidad.

Mi madre siempre nos repetía: “Somos pobres pero no pedigüeños... no tenemos mucho pero nos tenemos los unos a los otros... podemos tener menos pero jamás podemos perder nuestro honor”. Este fue mi primer concepto de lo que significaba ser intransigente.

Así comenzaron a establecerse mis credenciales.

Contaba con 17 años el diez de marzo de 1952. Era estudiante y para colmo idealista, una combinación que inevitablemente marcaba el curso que mi vida tomaría. El desenlace final era inalterable pues no podía faltar a mis principios de intransigencia, o perdería mi dignidad.

Cuando en la mañana del primero de enero 1959, caminaba por las calles de Santa Clara hacia el Cuartel 31 para procurarme un vehículo en el cual transportar a sus casas a seis soldados del régimen de Batista que había tomado prisioneros días antes y a quienes había prometido protección al advenimiento de la caída de la ciudad en nuestro poder, por haberse rendido honorablemente, sentí que mi deber como cubano había sido cumplido, que en poco regresaría a mi familia, a mi trabajo, a mi vida. Aquella estrella que la patria había puesto en mi hombro, así como el arma que llevaba en la cintura, pasarían a ser un recordatorio de la lección recibida.

Varios días después, cuando Fidel Castro, que había parado en Santa Clara en su trayectoria hacia la Habana, terminó de pronunciar un discurso interminable en el cual las interrupciones y la histeria colectiva de un pueblo enardecido que le rendía pleitesía, pude observar en el rostro de aquel hombre el ego que le brotaba y comprendí que la lucha no había terminado, todo lo contrario, que acababa de comenzar y así lo hice saber en mi carta renuncia que momentos más tarde escribí esa madrugada.

El día primero de junio de 1960, a las seis de la tarde, en la ciudad de Matanzas, desde los estudios de la emisora CMGX, Radiotiempo, ante una muchedumbre que se aglomeró en el Parque, a la que se le sumó los pasajeros de los ómnibus que se negaron a abordar para escuchar un discurso que creían insólito, y que provenía de los altoparlantes del edificio de la emisora y de los radios de los automóviles, el cual momentos más tardes se retransmitió por la llamada “Hora del F.I.E.L” para ser oído por todos los ciudadanos de Cuba, llegó a ser las últimas palabras que libremente se expresaron por, no solo los medios etéreos sino también por la prensa escrita en la República de Cuba hasta el día de hoy..

Aquel acto que para mi fue simplemente algo para mantener no solo mi sanidad sino mi dignidad, sirvió para que de inmediato mi emisora fuese confiscada por el régimen castrista y poco mas tarde, todas las demás emisoras de radio y televisión así como la prensa escrita en toda la república.

Hoy día el exilio lee lo que el llamado “periodista independiente” a través de las numerosas “agencias de noticias independientes” de Cuba escriben, donde dicen de Fidel y su régimen lo mismo o más que puede decir contra Fidel Castro cualquier periodista fuera de Cuba, lo que hace que los mentecatos en el exilio crean que en Cuba existe una corriente que abiertamente ataca al régimen. Pero, si le preguntan a cualquier cubano en la isla si alguna vez han leído o conocen a esos periodistas, van a confrontarse con otra realidad. Esos escritos Fidel Castro los permite porque son solamente para consumo exterior, con lo cual consigue tres cosas: a) Entrada de divisas, b) demostrar a gobiernos extranjeros y pueblos incultos, que en Cuba si existe la libre expresión de pensamiento y c) infiltración de espías, como el caso de David Orrió. En otras palabras, que no es otra cosa que algo maquiavélico y siniestro maquinado por Castro y sus acólitos para entretener a tontos útiles a la vez que él se beneficia.

Muchos me han exigido que apoye a los “disidentes” que se la juegan en Cuba.

Nadie se detiene a pensar que en Cuba se hace lo que Fidel Castro quiere se haga, y todo es para su provecho. Los disidentes en Cuba son conocidos solamente en el exterior, donde no pueden hacerle daño a Fidel Castro y juegan el mismo papel que los periodistas “independientes”.

Los disidentes no son otros que aquellos que hasta ayer fueron ardiente seguidores del régimen, a quienes le pisaron los callos, quienes cayeron en desgracia, y que hoy continúan sirviendo al mismo master, y lo seguirán haciendo mañana, cuando hayan acumulado “historial patriótico” y tengan credenciales que muestren haber estado “presos” y de nuevo, caigan en la chupeta, para seguir exprimiendo a la Patria, contando con el apoyo absoluto de aquellos que han olvidado el pensamiento de José Martí: “Hombres son los que estudian las raíces de las cosas, lo demás es rebaño”.

¿Mis credenciales? Una vida de intransigencia. Una dignidad más grande que mi vida misma.


Santiago de Juan


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