MARCELO FERNANDEZ-ZAYAS (1938-2005) Por Santiago de Juan Los movimientos, filosofías e ideologías extremas siempre buscan para engrosar sus filas a elementos de la sociedad que carecen de valores morales, culturales y económicos básicos, ya bien sea porque estos han sido abandonados por la sociedad misma o porque, en su mayoría, medularmente son vagos, deshonestos y acomplejados, donde los escrúpulos, la compasión y la dignidad son sustituidos por la ambición, la crueldad y la cobardía, y la membresía en estos movimientos es el vehículo perfecto desde donde alcanzar a través de las fechorías, torturas y hasta asesinatos, logren escalar a la cima del triunfo, lugar se sentirán poderosos e invencibles, aunque sólo sean peones del tirano en jefe, por el tiempo que a este le sea útil. Imposible sería negar que en estas filas también se enrolan algunos intelectuales, los cuales son de inmediato coronados como “tontos útiles”. Cuando una persona nace y crece dentro del seno de una familia acomodada, acude a los centros educacionales y culturales más prestigiosos que dicha posición le permite y es moldeado dentro de los marcos del hogar y la religión, donde el respeto al prójimo, la cultura y las costumbres, el comportamiento y actuación de esta persona se convierte en algo casi innato. Es igual que la fundación de un edificio que fue construida a conciencia, que soportará su peso y el de la carga que soporta sin que tema sea comprometida su función ante presiones externas no previstas. A esta persona, es muy difícil que se le pueda coaccionar o convencer bajo ninguna circunstancia, a formar parte de estos grupos extremistas. Todo lo contrario, por reacción natural, esta persona tenderá a combatirles. Marcelo Fernández-Zayas (Marcelo Segundo como el tirano Castro le llamaba) pertenecía a este último grupo. Su trayectoria desde niño fue muy fácil de observarse, ya que no seguía la ruta que la mayoría de su edad hacía. No era rebelde intrínsicamente, sin embargo, su don natural de analista hacía que rechazara todo aquello que contrastaba con sus principios y creencias. Fue primero buen hijo. Un amigo ejemplar. Después su patriotismo quedó en evidencia cuando se enfrentó, a pesar de su escasa edad, a la dictadura de Batista y después a la tiranía de Castro. Fue buen esposo y mas tarde, un padre ejemplar, llegando a sentir el placer de ser llamado abuelo, aunque esto ultimo no pudo disfrutarlo como él se merecía. Marcelo, mi amigo, fué un buen hijo porque se ocupó de su mamá hasta el final de su existencia y procuró que no le faltara nada, porque a pesar de haber sufrido la pérdida de su padre cuando este fue vilmente asesinado por un miserable que le envidiaba, cuando aun su inocencia infantil no le permitía concebir que en el mundo existiese tan salvaje crueldad, tuvo la oportunidad de que, ya de hombre y revolucionario, le fuese revelado la identidad del asesino. Y a buscarle fue para administrarle la justicia que el régimen corrupto le había reservado. Una vez delante del asesino, Marcelo comprendió de que tomarse la justicia en sus manos le convertiría a él en un asesino, aún sabiendo que por las reglas del combate aquel hombre no era otro que un oponente, al cual tenía justificación en eliminar y ese hecho se iba a considerar como un acto heroico, pero por respeto a la memoria del padre, por la compasión que era parte vital de su fundación, decidió que fuese una justicia superior, aquella a la cual ninguno de nosotros escaparemos, quién le condenase. De muy joven, caminábamos por las mismas calles del barrio, visitábamos los mismos centros de recreo, teníamos amigos mutuos, sin embargo, jamás hubimos de percatarnos de la existencia el uno y del otro, a no ser por un eslabón que descubrimos décadas después. Yo tenia 19 años y el 16. Este enlace fue lo que podríamos denominar la manzana de la discordia, se llamaba Nenita y tenia 14 años. A la larga, se impuso la experiencia. Mas como todo amor de juventud, no duró mucho, al aparecer otros llegaron otros romances para Marcelo y para mi. Pasaron 40 años para que la vida nos pusiese en la misma senda, y de nuevo, debido a una discrepancia, esta vez, sobre la historia de Cuba. Marcelo escribió acerca de un incidente en Santa Clara el día 31 de Diciembre de 1958 que ocurrió horas antes de que los notorios “vaqueritos”, asesinos de Batista, izaran una bandera blanca desde el Gran Hotel, donde se habían parapetados. Marcelo oyó del incidente pero yo estaba allí. Sin que nos recordásemos el uno del otro, caballero al fin, Marcelo acepto la crítica y rectificó lo escrito. Desde ese instante, nuestra amistad comenzó. Apenas unos días atrás, en conversación telefónica que me di cuenta se había convertido en una despedida, con una ecuanimidad que no hay palabras como describir, me dijo: “Mi amigo Santiago, demás está decirte que te quiero mucho…para de inmediato añadir: Sabes una cosa?... Morir no es tan malo como se cree.” Ese era Marcelo. Fue buen patriota porque aun estando cómodo económicamente, siendo apolítico, el acto del 10 de Marzo de 1952 puso a un dictador a desgobernar a su patria y él no podía permitir eso. Años después, con el derrocamiento del régimen de Batista, Marcelo Fernandez-Zayas se había ganado la posición dentro de la triunfante revolución que muchos envidiaban. Pero ni posiciones ni encomios fueron suficientes para comprar sus principios, comprometer su dignidad y de nuevo, decidió arriesgar su vida para combatir al tirano que emergía. Cuando los caminos se cerraron y solo dos quedaron como opciones, el paredón o el exilio, decidió por el ultimo. Decenas de miles de cubanos y no cubanos conocen de la lucha de Marcelo por Cuba, unos porque leyeron sus escritos en Guaracabuya y otros porque le oyeron a través de Radio Martí. Aun cuando los médicos le habían extendido una pena de muerte casi inmediata, todavía su voz podía oírse por Radio Martí, siempre atacando al opresor de su patria. De su hija Cristina, me dijo recientemente: “Le di todo lo que un padre le puede dar a un hijo, especialmente mi tiempo, principios y convicciones, pero simplemente como guía para que ella tomase lo que su personalidad e individualidad necesitase. Nunca quise que fuese una extensión mía sino que fuese alguien que girase en su propia órbita y así ha sido. De mí aprendió y de ella yo he aprendido. No coincidimos en todo, y es como tiene que ser. Ella también me ha dado algo que es el mayor tesoro se le puede dar a alguien, a “Barbarito” mi único nieto. Cuando a la Virgen Santa Teresita del Niño Jesús le preguntaron que definiese lo que ella estimaba era nuestra vida, contestó: “Nuestra vida es solo un instante entre dos universos”. Hoy a mi amigo Marcelo no le digo adiós, sino hasta luego, pués pronto nos encontraremos de nuevo en el otro universo.
Santiago de Juan
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