MÁXIMO GÓMEZ - "EL SARGENTO"
Por Ricardo Nuñez Portuondo


Cuando se pelea por la libertad, no hay razón para discutir los grados ni preeminencias. El ejemplo nos lo dió Máximo Gómez, que llegaría a ser el Generalísimo del Ejército Libertador y no se detuvo a rechazar los humildes galones de sargento. Hoy como ayer, la lección de Máximo Gómez ha de servir de guía a todos los hombres dignos de que se les pueda llamar libertadores.

Gobernaba ya Céspedes en la ciudad de Bayamo. Distintos personeros de la Revolución acudían a los pueblos cercanos para levantar el banderín de enganche. Y al pueblo de El Dátil acudió el poeta José Joaquín Palma, que entonces era un joven de veinticuatro años, sin experiencia alguna de los trajines guerreros. Era un joven alto, de cabellera rubia y ojos claros. Tenía la palabra fácil y el ademán resuelto. Una vez en El Dátil, arengó al pueblo, invitándole a secundar la causa libertadora. Los campesinos secundaban resueltos la iniciativa.

Sin embargo, uno de ellos observaba en silencio la maniobra. Era también joven, aunque no tanto como Palma. Frisaba en los treinta y tres años de edad. Recto como una lanza, de ojos relampagueantes, se movía entre los vecinos sin pronunciar palabra. Había sido Capitán de las Milicias Dominicanas y estaba retirado con la graduación de Comandante. Su historia militar era ya entonces una historia brillante. En su adolescencia había peleado, con el grado de Subteniente, para rechazar en Santo Domingo a los invasores haitianos, que dominaban a su patria desde hacía más de veinte años. Después continuó en el Ejército de la República Dominicana, bajo el mando del Presidente Santa Ana. Junto a su tío el general Báez, había dado enérgicas cargas al machete. Y ahora trabajaba la tierra, una parcela de terreno de El Dátil, como un simple labriego sin fortuna, con dos hermanas a su cargo. Se llamaba Máximo Gómez Báez.

Pero el poeta Palma desconocía aquel nombre todavía sin resonancias ni brillos extraordinarios. Le invitó a formar en las filas que estaba organizando. El labriego le respondió con voz profunda:

-Joven, ¿me permite usted? Podría ayudarle a organizar sus hombres. Y comenzó a impartir instrucciones militares. El poeta lo miraba en silencio. Ala verdad, no había previsto aquellos procedimientos de hacer las listas, de situar a los hombres, de facilitar la manera de dirigirlos, y le dijo de pronto, con visible alegría:

-Incorpórese también; yo le doy el grado de Sargento. ¿Cómo usted se llama?

-Máximo Gómez Báez.

-¿Acepta? -inquirió el poeta, que suponía haberle hecho una grata concesión al desconocido.

-Acepto, respondió Gómez; para pelear por la libertad no se regatean los grados.

Pero los hombres que acompañaban a Céspedes si sabían quién era Máximo Gómez. Apenas llegó a Bayamo, Céspedes le hizo pasar a su despacho en el Ayuntamiento, donde estaba el poeta Joaquín Palma. Cuando salió de la entrevista, el sargento Máximo Gómez tenía el grado de General, incorporado en las fuerzas de Donato Mármol. Pocos días más tarde, en los Pinos de Baire, mandaría la primera carga al machete, precipitándose como un centauro contra los cuadros de la infantería enemiga. Ni españoles ni cubanos habían conocido en Cuba la eficacia del machete como arma de combate. Allí se consagró para siempre. A partir del encuentro en los Pinos de Baire, el nombre del general Máximo Gómez se escribió indeleblemente en la epopeya cubana.

A medida que avanzaba la guerra, se hizo cada vez más popular entre los cubanos la figura de aquel mambí sin vanidades ni boato. De General en Jefe vestía tan humildemente como hubiera podido hacerlo de sargento. Su traje ajado, su pañolón al cuello a guisa de corbata, su viejo sombrero de alas caídas, no desfiguraban, eso sí, la indomable energía con que luchó desde el primer momento por la libertad de Cuba. Y así está todavía en La Habana, perpetuado en el bronce de su estatua, oteando el horizonte con sus ojos de águila, como si esperara mirar de nuevo los ejércitos de la libertad que van a redimir otra vez la tierra que él defendiera. Las hordas comunistas parecen olvidar que el Generalísimo Máximo Gómez todavía está a caballo!


FIN



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