EL INGLESITOHabia llegado Henri Reeve con los expedicionarios del general Tomas Jordan. Era un joven alto, delgado, de pelo muy rubio y de ojos muy azules. Tenía finos modales. Hablaba en voz baja. No sabia el castellano. La gente le bautizó con el apodo de "El Inglesito". Al alistarse en las fuerzas del Ejercito Libertador, el general Felix Figueredo puso al margen de su nombre este juicio aventurado: "Inepto". No parecía un guerrero. Además, era excesivamente joven; acababa de cumplir poco mas de veinte años. Pero en la guerra muy poco valen las palabras y el juicio de los hombres. Aquel inepto no tardó en ser el jefe de caballería mas intrépido y hábil de las fuerzas camagueyanas! El general Ignacio Agramonte le hizo su hombre de mayor confianza. La epopeya de Cuba no podría escribirse sin su nombre. Cuando se le veía tan delicadamente cortés, nadie pensaba que era un héroe de cien batallas. Cuando se le veían las cicatrices, sin embargo, era fácil comprender el ímpetu de su arrojo, la temeridad de sus empresas y la frecuente constancia con que afrontó el peligro. En 1876 participó en la Invasión de Las Villas. El proyecto de conducir la guerra hasta las mismas puertas de La Habana era uno de los motivos de su mayor entusiasmo. Ya el "inepto", el muchacho de ojos azules y exquisitos modales, tenía el grado de Brigadier. Había ascendido rápidamente; pero ganando los grados con ejemplos de audacia y de heroísmo. Siempre cargaba a la cabeza de sus tropas. Con haber nacido fuera de Cuba, su predilección fueron las cargas al machete. Y el machete su arma preferida. Los guerreros del Camaguey le recordaban siempre, erguido en los estribos cuán alto era, con los rubios cabellos al viento, guiarlos en las acometidas con el machete en alto, tan alto que parecía una lanza resplandeciente, como si de momento se trasmutase su figura en la de un nuevo Quijote, un Quijote a la criolla, que hubiese venido a redimir a la Isla de gobernantes malandrines y crueles encantadores. Fue Henri Reeve, a semejanza de su jefe y amigo, el mayor Ignacio Agramonte, un Don Quijote de la Libertad. Acampado en la Sierra, distrito de Colón, en la provincia de Matanzas, sólo disponía de l60 hombres. Trataba de reposar de la marcha fatigosa, para continuar la ruta hacia La Habana. Pero alguien le avisa la proximidad de 500 infantes enemigos. Se hallaba en inferioridad, con la abrumadora proporción de un jinete para más de 3 infantes. No le importaba mucho. Estaba acostumbrado a que el valor supliera la desventaja numérica: el valor, y la justicia de la causa, que es también una fuerza! Mandó inmediatamente a ensillar los caballos y a recoger las tiendas de campaña, para salirle al paso a la columna española. El encuentro se realizó en la finca Yaguaramas. Los cuadros de fusilería diezmaron rápidamente a los patriotas. Cuando lograron romperlos a filo de machete, sólo quedaron junto al Brigadier Reeve sus ayudantes y un grupo de quince hombres. Pero él seguía maniobrando, resistiendo el empuje superior de los fusileros, hasta que su caballo cayó muerto. Entonces siguió peleando de pie, entre unas matas de peralejos, disparando el rifle y la pistola contra los enemigos. Su edecán Rosendo García quiso montarlo en un caballo, para lo que tenía que llegar hasta él. -"Retírese!"-le gritó el Inglesito- "Retírese, que lo van a matar"! Quería salvar a sus compañeros, librarlos del peligro; pero él no mostraba urgencia de salvarse. Pronto llegó a ser él, él solo!, toda la batalla. Los enemigos le rodeaban. Le habían herido mortalmente, con un balazo en la ingle, en el pecho y el hombro. Pero el Brigadier Henri Reeve, el Inglesito, no se rendía jamás. Sangrando, próximo a desplomarse, seguía disparando contra los infantes que avanzaban en cerco. A un sargento enemigo que se le acerca, con la intención de apresarlo, le cercena la cabeza de un solo tajo de machete. Pero al fin comprende que es imposible prolongar la resistencia. Entonces vuelve el revólver contre su sien y se desploma para siempre. Un escritor dirá más tarde: "Cayó como había vivido, arrancando lágrimas y aplausos a los corazones sensibles". Y dejó para la Historia, con su vida y con su muerte, un ejemplo para los hombres que luchan por la libertad. FIN Ricardo Nuñez-Portuondo
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