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JOSE MARTÍ, CUBA Y NUEVA ORLEANS
por: Otto Olivera
Nueva Orleáns no fue una ciudad extraña para José Martí. Entre 1876 y
1894 no sólo aparece en sus escritos en varias ocasiones sino que la va a
conocer personalmente, aunque por breves períodos, en los viajes de sus
actividades revolucionarias.
Su interés por la población presenta dos facetas: una de ellas tiene
que ver con información sobre su ambiente general, sus costumbres y
acontecimientos locales. La otra está relacionada con sus preocupaciones por
hispanoamérica y, especialmente, por la independencia de Cuba.
En la primera, la presencia de la ciudad en sus obras es parte de las
famosas crónicas o escenas norteamericanas en las que va describiendo los
diversos aspectos de la vida del país.
Así al escribir sobre el pugilismo en los Estados Unidos, en febrero de
1882, menciona una pelea de peso completo en el estado de Mississipí, en un
lugar en las "cercanías" de Nueva Orleáns1; en marzo del mismo año considera
los carnavales de la ciudad como un especie de Ramayana local y dice: "Nueva
Orleáns celebra sus carnavales con procesión suntuosa en que reviven las
maravillas magnas de los poemas indostánicos" (1:1449); y en dos ocasiones,
en 1883 y 1884, anuncia la Exposición de algodones de Nueva Orleáns que ha de
celebrarse a fines de 1886 (2:532-533, 535-537). Si al escribir con disgusto
sobre el boxeo, lo clasifica entre las "cosas brutales, vacías de hermosura y
de nobleza" (1:1443), y cuenta como en Nueva Orleáns "todo era chocar de
vasos, hablar en voces altas, discutir en tiendas y plazas los méritos de los mozos"
(1:1446), al anunciar la exposición de algodón exhorta a Hispanoamérica a
participar en ella para obtener el doble beneficio de exhibir sus frutos y
conocer nuevos métodos de producción.
En 1891 un acontecimiento bochornoso va a perturbar profundamente el
concepto martiano de la justicia. Se trata de la noticia del asesinato --o
linchamiento-- de once italianos detenidos en la cárcel de Nueva Orleáns,
acusados de pertenecer a una mafia local que se creía autora del homicidio
del jefe de policía. El hecho de que al ser juzgados habían sido exonerados
de culpa, provocó la ira de varios ciudadanos prominentes, quienes decidieron
en una junta privada y, más tarde junto a la estatua de Henry Clay, vengar la
muerte del jefe de policía ejecutando a los detenidos.
Martí narra con amplios detalles el vergonzoso episodio de las turbas
instigadas al asesinato y a varios otros actos de barbarie, De modo que como
síntesis de su descripción puede tomarse el pasaje siguiente:
La ciudad de Nueva Orleáns, satisfecha o cobarde, marchó con sus
primeros letrados y comerciantes al frente, sobre la cárcel de
donde iban a salir los presos que el Jurado acababa de
absolver; asaltó con el asentimiento y ayuda de las
autoridades del Municipio, la prisión municipal: . . . --la
ciudad capitaneada por abogados y periodistas, por banqueros y
jueces-- majó en los rincones, y "baleó hasta hacerlos trizas" a
los italianos absueltos (1:2030).
Y todo --añadira-- por rivalidades electorales, porque "querían echar
de la política a los italianos" (1:2030).
Dos años después, en el periódico Patria de Nueva York, órgano del
Partido Revolucionario Cubano, publica su crónica titulada "Un cubano en
Nueva Orleáns. En ella, con breves pinceladas deja entonces una rápida
descripción de la ciudad:
Apenas, como puntos, recuerda el viajero que pasó por Nueva
Orleáns sin verla, una impresión a otra: la aduana grande; la calle
del Canal, de tiendas grandes y animadas; un café de la calle Real, con
orquesta a las ocho de la mañana; el hotel de San Carlos, con los
huéspedes como perdidos en el salón de "lunch", y una india de venta,
para muestra de cigarrería, y un organillo con su teatro de monos. En
la calle, sin tropezar, va y viene la gente. Una estatua es de Lee. El
Picayune cabe en un cuarto. Esa casa y la de al lado, blancas y de
columnas son como templos griegos . . . Por las alcantarillas, al
borde de los palacios, corre el agua fétida, La biblioteca libre
es de piedras rojas, acuchilladas como las de Florencia.(1: 583).
Pero para él la ciudad no queda sólo como el recuerdo de quien la
visita por placer. Mientras la describe lo aflige la
tarea inconclusa de su patria irredenta. Por eso había comenzado la crónica
diciendo:
Por la mañana llegué y a la tarde ya le había dicho adios. Para
otros el descanso, el ver las calles holgadas, con sus balcones de
hierro, el gozar, sentado bajo el pórtico blanco, de la conversación
criolla; para un cubano de veras, que lleva el pecho atormentado de la
esperanza y del horror, que oye de la almohada y el mantel la voz de su
tierra presa y desvalida, que va juntando virtudes y descabezando
traiciones, el reposo es andar, con la espuela al riñón, hasta que su
tierra sea libre (1:582)
Un aspecto de especial interés es que el sentimiento de cubanidad que
se desarrolla durante el siglo XIX en la lucha contra el despotismo colonial
español, ha llegado a su culminación en la época que ahora nos ocupa. Y dos
de sus elementos capitales pueden considerarse la preservación del patrimonio
cultural nativo y la independencia absoluta. En tal sentido, para algunos
patricios cubanos Nueva Orleáns ha ido surgiendo como símbolo aleccionador de
la pérdida de ambos. En 1832 el ilustre ensayista e historiador José Antonio
Saco advierte, en la vida política de la ciudad, los últimos momentos
del predominio criollo francés ante el constante aumento de la población
anglosajona y sus votantes. De manera semejante, al publicar Martí "Un cubano
en Nueva Orleáns" en mayo de 1893, poco más de seis décadas después, la
ciudad es de nuevo lección antianexionista y proindependencia. Tras presentar
una apresurada impresión de lo que observa, expresa inesperadamente su
ideloogía cuando dice:
Al vuelo de un trabajo a otro ve el viajero, desde el tranvía
destartalado que hala una alegre mula, las casas y monumentos, los
kioscos y las estatuas, las columnatas y las magnolias, los colgadizos
y los tenduchos; y a poco se pregunta, con justo asombro, cómo puede,
quien quiera ver, imaginar que Cuba viniese a ser jamás norteamericana.
(1:582)
Es que, a pesar de reconocer que hay libertad y riqueza, cree observar
una evidente desazón en la población, representada tanto por la tenaz
tradición francesa como por el resquemor de la querra civil, lo que expone de
la manera siguiente:
Aquí está Nueva Orleáns, cordial y francesa, libre en sus leyes, boca
de un gran río, emporio de riqueza, metrópoli de un estado
soberano en la Unión, y, después de tres cuartos de siglo la
ciudad vive en rebeldía sorda y perenne. Los viejos celebran en un
coro de hotel con el retrato de Jefferson Davis en la insignia de la
solapa, el artículo del Times Democrat donde se echa en cara su
prosperidad inmortal, y su progreso de cascarón "a ese Norte
insolente"; los hijos "no son americanos, son criollos . . . los pocos
yanquis, como en tierra hostil, pasan de prisa por entre los corrillos
burlones; la ciudad, aun en pleno sol, tiene como un capuz que la
oscurece:--¡y es que lleva presa el alma!– nadie una dos pueblos
diversos (1:583).
No eran infundados los temores de Saco y Martí sobre las consecuencias
de la anexión de Cuba a los Estados Unidos. Desconocido de ellos, por
supuesto, les había dado validez desde mediados de 1848 un despacho de James
Buchanan, Secretario de Estado del Presidente James Polk. Se intentaba
entonces, sin considerar en nada la voluntad de los cubanos, que España
vendiera la isla de Cuba a los Estados Unidos, y en cierto pasaje de su
despacho decía Buchanan que Cuba sería "rápidamente americanizada como lo
había sido Luisiana"3
Volviendo al tema de Nueva Orleáns, sin duda Martí no puede dejar de
admirar tanto los esfuerzos del criollo francés por preservar su tradición
cultural, como la perseverante rebeldía de los viejos veteranos confederados,
aunque en el caso de éstos no se identifique con su causa. Por otra parte, en
realidad Nueva Orleáns era algo más que una advertencia para los patriotas
cubanos, pues estaba ligada en varios aspectos a sus movimientos
revolucionarios. Desde fines de la década del cuarenta la ciudad había sido
en los Estados Unidos uno de los centros principales de reclutamiento de
voluntarios, de aprovisionamiento de armas y de ayuda económica destinados a
liberar a la isla. Fracasados los intentos de obtener la dirección militar de
una fuerza invasora bajo el mando de varias personalidades norteamericanas,
entre las que se contaron Robert E. Lee y Jefferson Davis, asumió la jefatura
del movimiento el General Narciso López, venezolano de nacimiento que había
servido con distinción en los ejércitos españoles, primero en las guerras de
independencia de la América del Sur y después en Cuba. Bajo la vigilancia
constante del gobierno federal varias de las expediciones organizadas por
López fracasaron al ser confiscadas sus armas, encautados sus buques
transportes y procesados su expedicionarios. Pero, por otra parte, fue
invaluable la ayuda de un buen número de ciudadanos estadounidenses como el
propietario del periódico New Orleans Weekly Delta, Lawrence J. Sigur, que
contribuyó generosa y desinteresadamente a los gastos de estas expediciones y
hasta alojó en su casa al General López. Entre los expedicionarios
se contaban, además de cubanos exiliados, voluntarios europeos y de los
estados de Kentucky, Misisipí y Luisiana. En su primer desembarco, en Cuba,
el 19 de mayo de 1850, López capturó por algún tiempo la ciudad de Cárdenas;
y es de particular valor histórico el hecho de que llevaba la que llegaría a
ser la bandera oficial de Cuba. Debe aclararse, sin embargo, que la enseña
cubana había sido desplegada antes en las ciudades de Nueva York y de Nueva
Orleáns. Pero no puede olvidarse que la que Narciso López hizo flotar por
primera vez en la isla, al tomar la ciudad de Cárdenas, según el novelista
cubano Cirilo Villaverde "fue presentada al regimiento de Luisiana por
algunas señoritas de Nueva Orleans, entusiastas del General López"4
El segundo desembarco de López en Cuba en agosto de 1851, cerca de
Bahía Honda, en Pinar del Río, terminó desatrosamente con la derrota, captura
y ejecución de los expedicionarios. López murió en el garrote y los otros
fusilados. En los Estados Unidos, la noticia de que los cadáveres de los
fusilados habían sido salvajemente mutilados provocó grandes protestas. Y en
Nueva Orleáns, en particular, las turbas asaltaron y saquearon el consulado
español, mientras el cónsul huía, refugiándose finalmente en La Habana.
El relato considerablemente abreviado de estos acontecimiwentos
demuestra una vez más los lazos emocionales que se habían establecido en la
ciudad con la causa de la libertad de Cuba.
En la obra de Martí, al parecer la primera mención del tema de Cuba en
relación con Nueva Orleáns tiene que ver con el centenario de la
independencia de los Estados Unidos en 1876. Martí escribe para la Revista
Universal de México, el 8 de septiembre de ese año. Y se refiere a la
participación de la sociedad cubana "Obreros de la Independencia", de Nueva
Orleáns, en las festividades del día y en el gran desfile que comienza en la
calle Carondelet, cerca de Canal, recorre parte de la ciudad hasta Camp, y
termina, según sus palabras, en "San Patrick Hall, en donde se colocaron en
la plataforma al efecto dispuesta, todas las banderas y estandartes de las
sociedades, ocupando entre ellas un lugar prominente nuestra bandera.
Y a continuación añade:
Y allí se habló de Cuba en los discursos ... (1:70)5
Martí había escrito esto antes de establecerse definitivamente en los
Estados Unidos, donde comenzaría la campaña final por la indepedencia de
Cuba. Pero, ya en la década del noventa, Nueva Orleáns reaparece en sus
escritos. Los días 3 y 23 de abril de 1892 el periódico Patria, de Nueva
York, ya mencionado como órgano de Partido Revolucionario Cubano, se refería
al club patriótico cubano de Nueva Orleáns, "Los Intransigentes", incluyendo
los miembros de su directiva. Y el 7 de mayo del mismo año se informaba sobre
la sesión extraordinaria celebrada por el club en honor del General polaco
Carlos Roloff, veterano de la Guerra de los Diez Años (1868-1878) en Cuba, de
paso por Nueva Orleans. Mas, como detalle especial de la noticia, se indicaba
que Roloff de nuevo ofrecía "su brazo y su sangre a la libertad de Cuba"
(1:548). Cabe añdirse que otras asociaciones cubanas de esa época en Nueva
Orleáns eran el "Círculo cubano-americano" y "La Aurora. Cuban Mutual
Benevolent Association". También existió un periódico llamado La Patria.
Tanto las asociaciones como el periódico aparecen en el Directorio de la
ciudad con sus direcciones y los nombres de sus dirigentes.6
Como ocurre hoy, en la ciudad había entonces un gran número de cubanos,
en su mayoría exiliados por conspirar contra España, veteranos de la Guerra
de los Diez Años, o sus parientes. El 23 de abril de 1892, en un artículo del
periódico Patria sobre los clubs cubanos en los Estados Unidos Martí indicaba
que el tesorero de "Los Intransigentes" se llamaba Andrés Alpízar, y había
peleado en la guerra del 68 (1:626). Al año siguiente, el 8 de mayo de 1893,
en el artículo del mismo periódico titulado "Un cubano en Nueva Orleans", ya
citado, menciona a otros cubanos de Nueva Orleáns que eran abogados, médicos,
farmacéuticos, periodistas y dueños de cigarrerías u otros comercios. Entre
ellos recuerda a C. Lamar Quintero, a quien describe como "abogado, militar y
periodista" (1:583), que si bien aparece en el Directorio de la ciudad como
repórter del periódico The Picayune y cónsul de Costa Rica y Nicaragua, para
Martí tiene el atractivo especial de ser hijo del poeta y patriota José
Agustín Quintero, uno de los colaboradores de la famosa antología El laud del
desterrado (1858), muerto en el exilio en 1885. Pero no sólo de cubanos del
sexo masculino habla Martí. Como es usual en él no deja de reconocer, y
admirar, el patriotismo de las mujeres. De modo que termina el artículo con
un largo pasaje en homenaje a las que compartieron los peligros del campo
insurrecto con los hombres de la familia. Reproducidas en parte he aquí sus
palabras sobre una de esa heroínas llamada Julia Miranda de Morales:
joven en la ancianidad, bella de patria y de honradez,
bella aún del rostro, como quien no se arrepiente del
sacrificio útil, recuerda "las casas del monte, en que gozó mil
veces más que en su casa rica de la ciudad"; cree imposible
¡imposible! que los hijos, que las hijas, que las esposas que
perdieron al padre del hogar en la pelea por Cuba, no le honren la
idea y el sepulcro, pensando en vida por lo que murió su padre;
y "yo, pobre viuda, como soy, si otra vez volviera a verme con
mi marido, como me vi, otra vez volvería a creer que su obligación
era morir por su país". --Así hablaba la señora Julia Miranda de
Morales, rodeada de las hijas, felices y cultas, que crió con la
virtud de su viudez en el destierro.
A lo que añade Martí:
Por algunos hombres, nulos y desvalidos, se puede perder la fe en
Cuba: por esas mujeres, se recobra la fe en la patria. (1:584)
Debe añadirse que en el New Orleans Directory de 1890 está el nombre de
Julia Miranda, viuda de José [Morales], modista y residente en la calle
Magazine, No. 654. También se incluyen sus hijas Clemence, maestra, y
Abigail, taquígrafa, con la misma dirección. En el Directory de 1891 aparecen
de nuevo Julia Miranda y su hija Clemence, pero falta Abigail; y en el de
1892 sólo podemos encontrar a Julia Miranda, que vive entonces en la calle
Josephine No. 217. No se halla en la biblioteca de Tulane el Directorio de
1893, año del artículo de Martí. Como se puede ver es imposible compaginar la
visita de Martí con lo indicado por las fechas del Directorio.
Debido a sus actividades revolucionarias Martí se ve obligado a viajar
incesantemente aunando voluntades, o coleccionando fondos, y en Nueva
Orleáns, como se ha visto, se detiene más de una vez, siempre de prisa, en
tránsito para otros lugares de los Estados Unidos o de Santo Domnigo, México,
Jamaica, y la América Central.
Desde Nueva Orleáns escribe también varias de sus cartas,
apresuradamente, entre dos trenes o esperando el vapor que lo ha de llevar a
otras tierras. Uno de los mejores ejemplos de esa correspondencia es la carta
a José María Izaguirre, otro expatriado cubano, veterano de la guerra del 68,
residente en Guatemala. Aunque agobiado por el peso de sus reponsabilidades y
la angustia constante de posibles dificultades inesperadas, en las palabras
de Martí queda esa magnífica combinación de idealismo, conciencia de las
amargas realidades de la vida y fe en el triunfo de su misión. Escrita el 30
de mayo de 1894 y muy extensa para reproducirla por completo, he aquí varios
pasajes:
José María: vengo de quince días de discursos eficaces,
de levantar la que tengo por última cuota posible antes de la
guerra, en nuestras nobles e inteligentes masas... le
escribo a la madrugada, fatigado del trabajo muy recio ...
Lo que ha de hacerse se hace; y es la hora extrema de
acudir en silencio ... al corto número de hombres capaces de
entender, y ayudar sin gruñir esta situación propicia y
apremiante ... Somos muy pocos, pero bastaremos. Al triunfo vienen
todos, A la hora de abrir cimientos, pocos ...
Este ruego se lo hago de mis entrañas, se lo hago
cuando no puedo ya dejar de hacerlo ...
Acudamos, pues, antes de que nos corten por pedazos la revolución
... Piense, porque yo se lo digo, que es nuestra hora. Acúñese el
corazón; congregue, y ponga a cuota, a cuantos sean dignos de
ayudarlo ...
Yo voy a morir, si es que en mí queda ya mucho de
vivo. Me matarán de bala o de maldades. Pero me queda el placer
de que hombres como Vd. me hayan amado. No sé decirle adiós. Sírvame
como si nunca más debiera volverme a ver (1:177-179).
Los temores y presentimientos de Martí han de convertirse en realidad.
Por la indiscreción, o la traición de alguien, se descubren los planes
revolucionarios, secretos y tan trabajosamente elaborados. De modo que el 10
de enero de 1895 el gobierno federal de los Estados Unidos confisca las tres
embarcaciones que, con armamentos y un contingente de cubanos, habían de
servir a los conspiradores de la isla para comenzar la Guerra de
Independencia. Y aunque algo se salva del desastre, el suceso obliga a
precipitar el alzamiento en Cuba, que ocurre el 24 de febrero de 1895. En la
noche del 11 de abril Martí desembarca en Cuba por la provincia de Oriente,
con el General Máximo Gómez y otros cuatro patriotas. Los primeros días son
de gran entusiasmo en unión de soldados y altos jefes insurrectos. Pero el
domingo 19 de mayo, como a la una de la tarde, en la confusión creada en una
escaramuza con tropas españolas cae abatido a balazos.
FIN
Otto Olivera
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