ENTRE LA MENTIRA, EL MIEDO Y LA ESPERANZA

por Néstor Carbonell Cortina


Así ha malvivido nuestro sufrido pueblo cubano durante casi medio siglo: entre la mentira y el miedo, con brotes heroicos pero inconclusos de rebeldía caldeada por la esperanza. La situación no ha cambiado desde el anuncio de la delegación de poderes y la subsiguiente reaparición maquillada del mandamás postrado. Continúa el reino de la mentira, que incluye la desinformación, la manipulación y el hermetismo. Prevalece el miedo generado por el terror totalitario y el temor a lo desconocido, pero aletea la esperanza, presintiendo imponderables que faciliten la liberación añorada.

Examinemos serenamente lo que se trama en Cuba con la sucesión en cierne. Lo que está en marcha es un cambio sin verdadero cambio. El fraterno sub-tirano, con su equipo de relevo y el apoyo solidario de Chávez, ha iniciado sin aspaviento, no la transición a la democracia, sino la continuación de la dinástica satrapía. Las modalidades y el estilo son distintos, pero el objetivo es esencialmente el mismo: preservar, en todo lo posible, los resortes de la dominación y los privilegios concentrados en la cúpula del poder.

Ahora bien, una cosa son los planes y otra los hechos después de que expire definitivamente Fidel Castro y se lleve a cabo su entierro faraónico. ¿Cómo se desarrollará entonces la sucesión bajo el hermano menor – eficiente en el crimen, pero opaco en la escena? ¿Figurará en el libro negro del totalitarismo como Raúl el Breve, depuesto por pugnas internas, “maleconazos” incontenibles, o nuevos quebrantos de su salud alcoholizada? ¿Cómo reaccionarán eventualmente los jerarcas del ejército y la nomenklatura con el reparto de la piñata y de los cargos señeros? ¿Podrá el régimen sucesor depender indefinidamente de los petrodólares chavianos y atraer a inversionistas extranjeros con el señuelo de una parcial apertura económica – caricatura del modelo chino aplatanado?

Difícil es contestar estas interrogantes. Pero el deber del momento no es ser profetas o agoreros, ni tejedores de ilusiones, ni nuncios de lúgubres pronósticos, sino catalizadores del proceso que culmine en la redención de Cuba. Para lograrla, habrá que desenmascarar y combatir el continuismo, que, a todas luces, ya ha comenzado en Cuba. A fin de abortarlo, o limitar su duración, y de viabilizar el tránsito a un estado democrático de derecho, será necesario alertar y vigorizar a la ciudadanía, que, salvo valientes excepciones, se encuentra anquilosada y abúlica bajo los efectos enervantes de la mentira y el miedo. Estas son las dos armas que con mayor efectividad utilizan las tiranías totalitarias, como la de Cuba, para mantener en cautiverio a los pueblos que caen bajo su férula.

El poder de la mentira, sobre todo cuando es grande y taladrada por demagogos y tiranos, ofusca, castra y envilece a las masas, que pasan a ser rebaños amaestrados. Eso fue lo que hizo Castro aplicando técnicas soviéticas. Martilló la mentira de que todo lo pasado era aborrecible y tenía que ser extirpado. Tras arrasar símbolos, próceres, instituciones, leyes, riquezas, cultura y tradiciones, es decir, todo el patrimonio nacional, descarrió a Cuba haciéndola caer por oscuros despeñaderos en un infierno abismal.

Entre las grandes mentiras que han viajado por todo el mundo, subsisten la del magnífico sistema educativo (con lavado de cerebro gratuito y eliminación de la patria potestad), y la del flamante sistema médico (con múltiples hospitales sin higiene ni medicinas, salvo aquellos destinados a jerarcas del gobierno y extranjeros con divisas).

Queda también el mito de la invencibilidad de Castro, que ha servido para agigantar su figura y atizar el anti-yanquismo en Latinoamérica: el David que ha retado continuamente al Goliat norteamericano y resistido sus embates, sin doblegarse ni rendirse. Con tono triunfalista, el régimen compuso hace años este pegajoso estribillo: “Fidel, Fidel, qué tiene Fidel que los americanos no pueden con él”. Lo cierto es que sí hubieran podido, sin intervención directa, apoyando a los patriotas cubanos abandonados en Girón y el Escambray, y no maniatándolos después con el pacto Kennedy-Kruschef de no invasión, que de hecho garantizó la permanencia de una base soviética en Cuba durante casi tres décadas.

La nueva mentira que ahora se difunde es la de Raúl el pragmático, el reformista, partidario de un acomodo. Lo que se pretende es maquillar de pragmatismo su desalmado historial para que se acepte un entendimiento con él cuando libere a algunos presos políticos y ofrezca concesiones económicas, sin desmantelar el aparato totalitario. Hay que estar muy alerta para denunciar y frustrar esta maniobra embustera. Y hay que recurrir a todos los estímulos posibles para contrarrestar el miedo paralizante en la isla, que dificulta la reconquista de la libertad.

Decía el gran psiquiatra y ensayista español, Juan José López Ibor, que “sólo hay una experiencia que aproxima al hombre a su periferia, que la reduce totalmente hasta convertirla casi en puro espacio zoológico: la del temor. El temor aniquila los demás instintos y deja al ser humano piloteado sólo por el de conservación...” En los regímenes totalitarios el temor se multiplica, no sólo por la violentación sistemática de la vida humana bajo el terror difuso, sino también por la dependencia absoluta de un estado gendarme que todo lo posee, todo lo controla y todo lo decide.

En Cuba, aparte del terror imperante, el régimen ha creado el espectro de un exilio que sólo regresaría para apoderarse de sus propiedades y desalojar a quienes las ocupan. Y en cuanto a los Estados Unidos, el régimen los tiene amedrentados con la amenaza de abrir las compuertas para que se produzca otro éxodo masivo de refugiados.

A pesar del impacto producido hasta ahora por la mentira y el miedo, no creo que la sucesión, sin el hipnótico absolutismo de Fidel Castro, dure mucho tiempo en el poder. Caerá, como han caído otras tiranías totalitarias, porque el ansia de libertad, cuando hierve, puede más que el dogal de la opresión. Caerá porque la mentira desenmascarada pierde a la postre su poder anestésico. Caerá cuando se produzca una chispa que encienda la indignación latente; cuando el valor, aherrojado pero no muerto, encuentre una grieta para erguirse con dignidad en alas de la esperanza.

El deber del exilio militante, en el que figuran luchadores que han dejado huellas indelebles de hidalguía y arrojo, dentro y fuera de Cuba, es cerrar filas para rechazar el continuismo y apoyar la resistencia en la isla por todos los medios adecuados. Ha llegado la hora de impulsar la cruzada final para que nuestro pueblo, pateado y humillado por tantos años, llegue a ser de nuevo protagonista de su destino en libertad, y no siervo lastimero de ningún déspota.


21 de agosto, 2006

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