EL PELIGRO DE LOS REFERÉNDUMS AMAÑADOS

Por Néstor Carbonell Cortina

El referéndum efectuado recientemente en Venezuela bajo el gobierno autoritario de Chávez, y el que algunos de los líderes de la disidencia en Cuba proponen que se celebre bajo el régimen totalitario de Castro (o de sus sucesores), deben ser objeto, a mi juicio, de sereno análisis con perspectiva histórica.

Se entiende por referéndum o plebiscito (términos que por lo general se emplean indistintamente), todo procedimiento de consulta directa al electorado respecto de una ley, medida o propuesta concreta de trascendencia colectiva. Este procedimiento, aunque esté previsto en la Constitución vigente del país, no garantiza necesariamente un resultado veraz. Todo depende de qué forma y bajo qué condiciones se lleve a cabo el plebiscito o referéndum.

Así, pues, en Suiza y en parte de los Estados Unidos los referéndums sirven para fortalecer la democracia, consultando regularmente a la opinión pública sobre cuestiones ("issues") de importancia. En cambio, los referéndums amañados, como el de Venezuela, sólo sirven para dar apariencias de legitimidad a un despotismo en cierne y facilitar su permanencia en el poder, sin frenos ni ataduras.

La Coordinadora Democrática de Venezuela, que tan gallardas batallas ha librado movilizando a la sociedad civil en la plaza pública, apostó de buena fe por un referéndum revocatorio. Pero al hacerlo, parece haber subestimado la tortuosidad y el dominio abarcador del gobierno chavista. Un gobierno que controla los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, que tiene en sus manos dos tercios de la economía nacional, que dispone de petrodólares inagotables para sobornar y de elementos armados para agredir y amedrentar, y que no cree en más verdad que su mentira, ni en más regla que su conveniencia.

Bajo esas condiciones, ¿puede realmente sorprender que el gobierno haya fraguado un triunfo virtual que excedió en 20 puntos los cómputos efectuados a boca de urna por expertos electorales independientes? Puede rechazarse de plano la alta probabilidad de una manipulación electrónica en el "software," como lo hicieron con olímpico desplante los señores Carter y Gaviria?

Lo irregular no sólo fue el desenlace final. Todo la ruta trazada por el chavismo para llegar al referéndum estuvo cubierta de obstáculos, triquiñuelas y engaños. Ejemplos: la anulación de cientos de miles de firmas de los solicitantes del referéndum para forzar una segunda votación; el otorgamiento a granel de pasaportes venezolanos a inmigrantes ilegales para ganar adeptos, y el chorreo de unos mil seiscientos millones de dólares en supuestas obras sociales para captar el voto de los sectores favorecidos.

Si a esto agregamos un clima de arbitrariedades, intimidaciones y violencias, se ve claramente que el gobierno estaba decidido a no perder, es decir, a ganar a cualquier precio. Lástima que los líderes de la Coordinadora no lo hayan visto a tiempo y se hayan prestado a participar en un simulacro de consulta popular que ha fortificado el autoritarismo de Chávez y desmoralizado a la oposición.

La aparente victoria oficiliasta, barnizada de legitimidad a pesar de las protestas de la Coordinadora, le permitirá al envalentonado ex-golpista Presidente "profundizar" la revolución castro-chavista totalitaria en Venezuela y financiar su expansión subversiva a otros países del hemisferio.

No es la primera vez que un referéndum o plebiscito amañado produce consecuencias nefastas. En la antigua República Romana, que originó los plebiscitos, éstos degeneraron sin la intervención estabilizadora del Senado y sirvieron para que la plebe inconscientemente le diera entrada al despotismo. José Ortega y Gasset describió cómo los plebiscitos en Roma mediatizaron otras formas de elección popular y permitieron que resonara "en el suelo de mármol las rápidas sandalias de César, que llega."

Napoleón Bonaparte utilizó hábilmente el plebiscito para revestir de seudolegitimidad sus desenfrenadas ansias de dominio absoluto, primero como Cónsul vitalicio en 1802, y después como Emperador en 1804. En este último caso, su poderosa maquinaria coactiva, incubadora de fraudes, logró que el plebiscito arrojara 3,572,329 votos a favor del Imperio y 2,759 en contra. Napoleón III se valió de la misma artimaña plebiscitaria para asumir facultades omnímodas bajo el Segundo Imperio creado en 1852.

Hitler se consolidó en el poder en Alemania efectuando cinco plebiscitos o referéndums en 1933, 1934, 1935, 1936 y 1938. Valiéndose del aparato escénico de su régimen, de la propaganda condicionante, de la mentira falsificadora y del terror difuso, Hitler logró votaciones aprobatorias aplastantes.

Stalin, tras ocupar militarmente los repúblicas del Báltico, efectuó allí unos plebiscitos en 1940 para demostrarle al mundo que dichos pueblos habían acordado unánimemente someterse a la hegomonía absorbente de la Unión Soviética. Y el discípulo de Stalin que tiraniza a Cuba bajo un sistema totalitario de partido único, ha orquestado diversos referéndums, incluyendo el que se celebró en 1976 para lograr que el 96% de los electores aprobaran esa estafa jurídica que llaman Constitución.

Éstos y otros precedentes históricos, incluyendo el reciente caso de Venezuela, demuestran que es muy peligroso participar en referéndums, plebiscitos o elecciones manipulados por regímenes dictatoriales o totalitarios, establecidos o en vías de consolidación. Corre uno el riesgo de ser comparsa de maniobras fraudulentas; de convalidar el mismo régimen que uno quisiera deponer o abolir.

Hago votos por que la sociedad civil de Venezuela recobre pronto su fuerza y, con estrategias realistas y líderes democráticos vigorosos y clarividentes, emprenda la cruzada necesaria para salvar al país del vasallaje totalitario, que sólo dejaría a su paso sangre, miseria y esclavitud.

En cuanto a Cuba, mi patria infortunada, espero que recapaciten los líderes de la disidencia que abogan por un referéndum bajo la actual Constitución estalinista y el régimen opresivo imperante (con o sin Castro). Dicha Constitución no otorga derechos individuales, porque según su artículo 62 ninguna de las libertades reconocidas puede ir contra el socialismo y el comunismo, es decir, contra las facultades omnímodas de la cúpula del poder.

Asimismo, participar en un referéndum, plebiscito o cualquier otra consulta electoral bajo el sistema actual que lo controla todo, sin garantías constitucionales ("bill of rights"), sin pluralidad de partidos políticos y sin independencia del poder judicial, tendría consecuencias más graves que las de perder. Porque le daría a la tiranía visos de legitimidad, santificada por los propios oposicionistas concurrentes.

Frente a un régimen como el de Cuba, que ha institucionalizado la mentira y la fuerza para perpetuarse en el poder, sólo cabe ejercer, hasta que se produzca una verdadera apertura democrática, el supremo derecho consagrado en la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y ratificado en la Carta Magna de 1940: LA RESISTENCIA ADECUADA.


FIN



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