EL CARDENAL O'CONNOR, LA IGLESIA Y CUBApor Néstor Carbonell Cortina ¡Qué lástima que John O'Connor no haya sido cardenal cubano enfrentado a la tiranía en la isla cautiva! Pero aun sin serlo, abogó, en la medida de sus posibilidades, por la libertad de Cuba. Ahora que no está entre nosotros (aunque sí en espíritu), puedo romper el silencio y revelar conversaciones privadas que con él sostuve en pro de la redención de la patria opresa. No le haría justicia, sin embargo, si antes de hablar de lo nuestro, no evocara el papel protagónico que desempeñó en diversos y espaciosos escenarios de la historia contemporánea. Adalid del EvangelioJohn O'Connor fue un príncipe distinguidísimo de la Iglesia y amigo muy querido e influyente del Papa. Pero fue, sobre todo, un vigoroso adalid del Evangelio, que sólo practican a plenitud, con apostólica pasión, unos pocos elegidos. Predicar el Evangelio pueden muchos, con mayor o menor elocuencia. Mas ponerlo en práctica, vivirlo con sabia y piadosa entereza, defenderlo con valor, y propagarlo con la fuerza magnética del ejemplo -- esa es tarea propia de las almas excelsas. Por eso mereció el Cardenal, a su muerte, los más altos honores. Concurrieron a sus exequias cientos de dignatarios civiles, políticos y religiosos de los Estados Unidos y de otros países. Y codo a codo con los notables, desfilaron miles de feligreses y simpatizantes, de hombres y mujeres de todas las etnias, de todas las edades y de todas las capas sociales. La condolencia popular que en capilla ardiente brotó fue el más digno y genuino reconocimiento que O'Connor pudo haber recibido. Más vale el tributo espontáneo al patriarca caído que el homenaje hierático al purpurado en su cenit. O'Connor no sólo fue el cardenal de los neoyorquinos. Su influencia trascendió los límites de su arquidiócesis; su prédica tuvo resonancia a lo largo y ancho de los Estados Unidos. Por eso, y por su plena identificación con Su Santidad Juan Pablo II, se le consideró el Papa de los americanos. Pero O'Connor fue más que americano en su proyección y su vida, porque su liderazgo era ecuménico y su mensaje universal. Con salud y unos años menos, acaso hubiera sido el lógico sucesor del primado del Vaticano. Hombre de ContrastesFue O'Connor un hombre de marcados contrastes. Era humilde como servidor de Dios, pero cortejaba la publicidad y atizaba el debate, no para satisfacer su ego, sino para defender su credo. Era cortés, afable y conciliador, pero no transigía en su acérrima oposición al aborto y al homosexualismo. Odiaba el pecado, mas amaba a los pecadores y ayudaba personalmente a los desvalidos. No se amilanaba ante los argumentos y presiones de sus poderosos adversarios, pero siempre respetaba la dignidad de sus objetores, entre los cuales se encontraba su caro amigo, el polémico ex-alcalde de Nueva York y abanderado del judaísmo, Ed Koch, con quien escribió un libro. Era O'Connor conservador en la interpretación de los postulados eclesiásticos, pero en los algidos temas sociales fue radical en la defensa de las causas justas de los obreros y en el rechazo tajante de toda manifestación de racismo y antisemitismo. Detestaba la guerra (habiendo presenciado y sufrido sus estragos durante los 27 años que estuvo adscrito a la marina), mas no era pacifista. Sostuvo que la acción bélica de los Estados Unidos en Vietnam era moral y legalmente justificada, y se separó de los obispos partidarios de congelar las armas atómicas e impedir el emplazamiento de missiles de alcance medio en Europa. No era hombre de rigidez ideológica, pero en la defensa de los derechos humanos y de la libertad, su postura era firme, sin equívocos, y su lucidez se apoyaba en vastos conocimientos de la ciencia política que de joven estudió. Por eso, Juan Pablo II recabó el consejo del Cardenal en la preparación del memorable discurso que pronunció en las Naciones Unidas en octubre de 1995. Hay, seguramente, huellas cardenalicias en las vibrantes sentencias papales allí vertidas: "El totalitarismo moderno ha sido, ante todo, un asalto a la dignidad de la persona.." "La lucha por la libertad es una de las grandes dinámicas de la historia humana.." "Sólo cuando se restauró la libertad en las naciones de Europa Central y del Este pudo allí realizarse la promesa de paz… "Uno de los factores que determinaron el éxito de esas revoluciones no violentas fue la experiencia de la solidaridad social. Frente a los regímenes que se valían del poder de la propaganda y el terror, esa solidaridad fue la médula moral que le dió fuerza a los oprimidos y aliento a los desesperanzados…" Reunión antes del Viaje del Papa a CubaEste amor a la libertad, que el Cardenal compartía con el Papa, y que se reflejaba en su enorme interés en el caso de Cuba, motivó mi acercamiento a O'Connor. Gracias a la gentil intervención de uno de sus más cercanos colaboradores, me reuní con el Cardenal el 18 de diciembre de 1997, unas semanas antes del viaje del Papa a Cuba. Me acompañaron mis distinguidos colegas Otto Reich y Frank Calzón. A fin de no extenderme en el recuento, me limitaré a resumir mis más vívidos recuerdos. Alto, erguido, austero, todo de negro, con una cruz de oro colgada en el pecho -- así nos recibió el Cardenal. Fuerte, como su franqueza, fue su apretón de mano. Ancha la sonrisa, que en él era ofrenda soleada de simpatía sin mengua del carácter. El tema central de la conversación era el viaje del Papa a Cuba. Le advertimos al Cardenal que Castro trataría de politizarlo para legitimar su régimen desacreditado y condenar el embargo norteamericano. El Cardenal quiso profundizar en el tema. Para sorpresa nuestra, sacó del bolsillo un pedazo de papel y comenzó a tomar notas como un estudiante universitario. Al rato, el Cardenal nos interrumpe preguntando ¿qué hacer para conjurar o minimizar ese peligro? Nuestra respuesta fue directa y escueta. Reducir a un mínimo las comparecencias públicas del Papa con Castro. Lograr cobertura nacional televisada durante todo el recorrido del Papa, o cancelar el viaje. Exaltar los símbolos nacionales, especialmente la Virgen de la Caridad del Cobre como áncora espiritual, y José Martí como cruzado de la democracia. Proclamar reiteradamente el derecho inalienable a la libertad y el respeto a los derechos humanos, sin los cuales no puede haber ni paz ni dignidad. Exhortar a la población a que se sacuda el conformismo y tome las riendas de su propio destino. Levantar los ánimos con la frase de Cristo que, en boca del Papa, estremeció a Polonia: "No tengan miedo." Abordamos el tema del embargo norteamericano. Le dijimos al Cardenal que lo que persigue Castro con su levantamiento no es comerciar (nada le impide hacerlo con el resto del mundo), ni mejorar las condiciones de vida del pueblo cubano. Lo que quiere es reemplazar los subsidios soviéticos cancelados con líneas internacionales de financiamiento que él pueda controlar. El Cardenal pareció estar de acuerdo, y nos contó que, al comprobar en un viaje a Cuba la penuria que allí existía, él logró que diversas compañías farmacéuticas norteamericanas se comprometieran a donar más de un millón de dólares en medicina. Castro, empero, se opuso a la donación. "Era evidente -- nos confesó el Cardenal -- que la agenda que Castro perseguía no era humanitaria, sino política." Debatimos la postura de la Iglesia contraria al embargo. Nosotros argumentamos que el Papa en Cuba debería oponerse no sólo al embargo externo decretado por los Estados Unidos, como solía hacer el Vaticano, sino también al bloqueo interno impuesto por Castro. En otros palabras, la apertura ansiada debía ser de doble vía. Al Cardenal le pareció acertado y justo el enfoque. Prometió trasladar de inmediato todas nuestras sugerencias al Santo Padre. Y fue más lejos: nos aseguró que en su viaje al Vaticano a principios de enero (1998), reforzaría nuestros planteamientos en conversación privada con el Papa. El Cardenal cumplió su promesa e inclinó la balanza en favor de los que en el Vaticano eran partidarios de pronunciamientos más contundentes en Cuba (entre los cuales se encontraba el Papa). Aunque ya casi todos los discursos que Su Santidad iba a pronunciar en la isla se habían perfilado, O'Connor y otros prelados de ideas afines lograron aguzar el lenguaje y, en algunos casos, fortalecer los conceptos. Hay claros indicios de la influencia del Cardenal en la bilateralidad de la apertura planteada por el Papa: "Que el mundo se abra a Cuba, y que Cuba se abra al mundo." Así también en las enérgicas exhortaciones del Santo Padre a los cubanos para que fuesen "valientes en la verdad, arriesgados en la libertad, generosos en el amor, invencibles en la esperanza…" "No temaís." Coloquio en Junio de 1998Unos cinco meses después del viaje del Papa a Cuba (el 9 de junio de 1998), O'Connor me invitó a su residencia, en unión de unos 15 dirigentes cívicos y empresariales cubanoamericanos. El objetivo era evaluar los resultados de la visita papal y formular recomendaciones. Fue un coloquio muy franco y abierto, pero respetuoso y constructivo. Invitado por el Cardenal a exponer de entrada mis puntos de vista, dije que el Papa había cumplido su misión evangélica y había logrado un despertar espiritual en la nación, al menos durante su viaje, pero que el episcopado en Cuba, con una honrosa excepción, no había estado a la altura de las circunstancias. Cuando mencioné el nombre del Arzobispo Meurice, O'Connor comenzó a aplaudir, y comentó que si no hubiese sido por el protocolo, el Papa se hubiera levantado para abrazar a Meurice al terminar éste su valiente filípica en Santiago de Cuba. Agregué después que, a falta de un seguimiento efectivo por parte de la Iglesia en Cuba, Castro había distorsionado los pronunciamientos papales y silenciado las diferencias para hacer ver que, en lo fundamental (i.e., el embargo norteamericano), el Vaticano apoyaba al régimen cubano. El Cardenal reconoció esa falta, pero señaló que, a petición del Papa, los obispos en Cuba acababan de publicar una pastoral en la que afirmaban que la apertura del mundo a Cuba debía ir "normalmente precedida y acompañada de una apertura interna en la sociedad cubana." José Sorzano señaló que esa afirmación era positiva, pero que se perdía en un mar de palabras ambiguas. Así como el Vaticano era enfático en declarar que el embargo norteamericano era "éticamente inaceptable," así de explícito y categórico debía serlo al condenar el embargo interno de Castro. Desafortunadamente, acotó Sorzano, cuando la Iglesia criticaba al régimen cubano lo hacía en parábolas. El Cardenal le prestó mucha atención al reproche, pero pidió comprensión y paciencia. Aclaró que Cuba no era Polonia; que las circunstancias, los personajes y los tiempos eran distintos. Yo reconocí las diferencias, y señalé que no le pedíamos al episcopado cubano posturas heroicas a lo Wyszynski, pero si no querían los obispos desafiar o rebatir las mentiras de Castro, que guardaran al menos la majestad del silencio. El Cardenal no contestó, mas su sonora carcajada denotó un vivo asentimiento. Exhortamos al Cardenal a que ejerciera su influencia a fin de que la Iglesia en Cuba pusiera en práctica las homilías papales, ayudando a crear conciencia de los derechos y de las libertades que dignifican al ser humano. Y le pedimos que persuadiera al Papa a acercarse a la nación cubana del destierro, que numéricamente excede, con creces, a los católicos practicantes en la isla. O'Connor agradeció nuestra visita y acordó reunirse con nosotros periódicamente para tratar de impulsar el resurgimiento cristiano de Cuba centrado en la libertad. Lamentablemente, no pudo llevar a cabo su plan. Un tumor alevoso minó su vitalidad y nubló su mente, pero no logró abatir su espíritu. Con fe en el Salvador, el Cardenal aceptó su suerte y cargó su cruz. Poco antes de morir, cerró los ojos y pidió que orásemos por él. Los cubanos amantes de la libertad hemos perdido a uno de los príncipes más preclaros e influyentes de la Iglesia, pero hemos ganado uno de los más gallardos y devotos defensores en el Cielo. A él nos encomendamos en esta hora aciaga. Cardenal O'Connor: vela por Cuba y ora por nosotros. FIN Nestor Carbonell Cortina
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