DEL CALVARIO A LA RESURRECCIÓNPor Néstor Carbonell Cortina (Artículo basado en las palabras pronunciadas en el acto del Colegio de Periodistas de Cuba en el Exilio, New Jersey, Domingo de Ramos, 16 de abril, 2000) La Semana Santa, centrada en la figura sublime de Jesús, es más que un pasaje crucial de la historia, y más que un ritual solemne de la Iglesia. Dicha Semana, plena de unción y simbolismo, es fuente de inspiración para los creyentes, bálsamo consolador para los perseguidos, y esperanza de salvación para los crucificados. Éstos no sólo incluyen a seres aislados en su martirio. Abarcan también a pueblos cautivos, como el de Cuba, que languidecen en su desgracia. Al sufrimiento pavoroso de los cubanos en la isla, subyugados por un régimen que se deleita en la maldad, hay que agregar hoy la crítica insidiosa a los cubanos del destierro, vapuleados por una prensa que desdeña su pasión de libertad. El exilio nuestro, justo es reconocerlo, no está exento de estridencias, espejismos y equivocaciones. Pero su mayor "pecado," a los ojos de la izquierda farisaica, es que se niega a deponer su apostolado. Resistiendo como puede una fuerte marea entreguista, el destierro denuncia a los Judas y Pilatos, y prefiere caer en la contienda a tener que postrarse ante el tirano. Hace bien el Colegio de Periodistas de Cuba en el Exilio, así como las otras organizaciones cívicas de nuestra comunidad, en reunirse periódicamente para reafirmar el espíritu de solidaridad y de lucha. Esto es muy necesario en la actualidad, porque después de 41 años de resistencia y espera, rodeados de un mundo indiferente, cuando no hostil, a nuestra causa, a veces el ánimo decae y la voluntad flaquea a la sombra del pesimismo y el cansancio. Mas no podemos arriar la rebeldía ni resignarnos a la inicua adversidad. Hay que sobreponerse a las obstáculos y pensar con certeza que las tiranías duran pero caen, y que la libertad tarda pero llega. Más de medio siglo de luchas incesantes costó nuestra independencia, pero llegó… La lucha ahora es quizás más compleja y difícil, porque nos ha tocado enfrentarnos, bajo un ambiente internacional blandengue y plegadizo, al último reducto del totalitarismo estaliniano. Los regímenes totalitarios, al controlar rigurosamente, con la mentira y el terror, todas las fases de la vida humana, llegan a perfeccionar la técnica de yugulación de los pueblos, haciendo muy difícil su liberación. Si no hubiera sido por la Segunda Guerra Mundial, el nazi-fascismo hubiese dominado a Europa por mucho tiempo. Y si no hubiera sido por la Guerra Fría, y por el apoyo decidido que Reagan y el Vaticano le prestaron a la disidencia en Polonia y otros países detrás de la Cortina de Hierro, éstos acaso hubiesen tenido que padecer un más largo cautiverio. En el caso nuestro, las circunstancias internas y externas no nos han ayudado. Durante varias décadas la isla de Cuba fue utilizada por Moscú, a ciencia y paciencia de Washington, como bastión intocable de la Unión Soviética y centro de operaciones subversivas del comunismo en tres continentes. Finalizada la Guerra Fría, no hemos tenido la apertura de un Gorbachov reformador, sino la cerrazón obcecada de un Castro aniquilador. Ante al cuadro tétrico de Cuba, hay corrientes apaciguadoras que, consciente o inconscientemente, conspiran en contra de la liberación. Entre ellas figuran las corrientes mercantilistas, que plantean el levantamiento del embargo norteamericano sin condicionarlo al levantamiento del bloqueo implacable que Castro le tiene impuesto al pueblo cubano. Hay también corrientes leguleyas, que hoy invocan la patria potestad para deportar a Elián -- tierno símbolo de nuestra diáspora, que llegó a estas costas promisorias custodiado por delfines, consolado por sus rezos, abrazado a la esperanza. Hablar de patria potestad en Cuba es un cruel sarcasmo, ya que la única potestad que allí existe es la del tirano carcelero. Finalmente, hay corrientes pacifistas que abogan en favor de la reconciliación, pero sin aclarar que la reconciliación es con las víctimas desvalidas y no con los victimarios desalmados. Olvidan o silencian los señores pacifistas que sólo puede haber paz y concordia en Cuba sin barbarie y despotismo, con justicia y libertad. A pesar de estas tendencias perniciosas, el panorama no es tan sombrío como parece. Lo cierto es que Castro no tiene salida, y tampoco tiene sucesión. No tiene salida, porque si abre, cae, y si no abre, prolonga un poco más su crisis final, pero sin posibilidades de recuperación. Y no tiene sucesión, porque sin él no podrá lograrse la unidad monolítica necesaria para sostener el férreo aparato de dominación. Habrá seguramente intentos continuistas con reformas cosméticas, pero se equivocan quienes piensan que los cubanos de allá y de acá aceptarán la burla sangrienta de un rejuego que frustre sus ansias de plena libertad. No se ha luchado tanto contra el comunismo para sólo podar sus puntas, sino para arrancarlo totalmente de raíz. La solución no está en ponerle remiendos a la Constitución comunista del '76, sino en actualizar, en lo posible, la Constitución legítima del '40. Aunque mucho gira en torno a la caída o desaparición del tirano, no podemos sentarnos a esperar el desenlace. Hay que tratar de acortar, por todos los medios posibles, la agonía del pueblo cubano y el saqueo de la isla por los cómplices de la tiranía y los mercaderes de la infamia. Con la pluma y la palabra tenemos que rebatir las mentiras que esparce por el mundo el régimen de Castro. Y con la ayuda de nuestro formidable triunvirato congresional cubanoamericano, tenemos que lograr que se autorice el uso de la tecnología necesaria para que las transmisiones de Radio y TV Martí lleguen, sin interferencia, a todo el pueblo cubano. Por encima de todo, hay que alentar y apoyar a los que en la isla resisten la opresión. Ellos cumplen una misión heroica: contrarrestar el miedo paralizante para abrirle grietas al régimen. Los sistemas totalitarios son prepotentes, pero no son invulnerables. Sin su brutal hermetismo, se desinflan como un globo. Por eso les temen tanto a las fisuras que oxigenan a los pueblos cautivos y los incitan a vencer la inercia, a sacudirse el conformismo, y a combatir la mentira que los degrada y domina. Ese fue el objetivo que persiguió el Papa Juan Pablo II en su visita a Polonia en 1979. Con el electroshock espiritual de su prédica no conformista y el apoyo de un episcopado nacional no pusilánime, el Santo Padre quiso estremecer, y estremeció, a la ciudadanía apática, haciéndola despertar del sopor producido por la dependencia absoluta del Estado totalitario. Ese despertar, mantenido sin desmayo esgrimiendo la verdad, se tradujo un año después en el movimiento desafiante de Solidaridad, que ni con amenazas ni agresiones el régimen comunista pudo aplacar. Para lograr en Cuba un fuerte despertar, aun sin el respaldo de Washington y de la Iglesia, lo que falta no es valor, sino fe. Fe en el ideal de redención; fe en que es preferible desafiar de pie a vivir de rodillas; fe en que los riesgos de la oposición en la isla no son mayores que los peligros de la fuga en el mar; fe en la solidaridad y apoyo del exilio militante; fe en que la resistencia continuada no será en vano, porque a la noche del despotismo le seguirá un amanecer de libertad. En esta Semana Santa, que es de pasión para los cubanos en la isla y de angustia para sus hermanos en el destierro, llenemos nuestro espíritu de fervor cristiano y unamos, en un gran arco de luz, la fe y la esperanza. La fe que, con nuestro esfuerzo y la ayuda de Dios, el calvario de Cuba llegará pronto a su fin. Y la esperanza de que la patria de Martí, clavada hoy en la cruz de la ignominia, habrá de resurgir, libre de ataduras e impregnada del amor triunfante, para ocupar en el mañana el puesto que le corresponde en el concierto de naciones democráticas y progresistas del mundo. END Nestor Carbonell
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