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¿Valió la Habana Una Misa?
Por Néstor Carbonell Cortina
Al parafrasear a Enrique IV, para quien Paris bien valió una misa, no
pretendo trazar ningún paralelo histórico con el reciente viaje del Papa a
Cuba. Sólo invoco la frase célebre para preguntarme si el peregrinaje del
Santo Padre, emotivo y memorable, logró frustrar la trama de Castro, sinuosa y
execrable.
No es ningún secreto lo que Castro persiguió con la visita del Papa: remozar
su imagen ajada y sombría; legitimar su régimen con simulaciones impías;
culpar a los yankees de su fracaso amargo, y romper, apoyado, el cerco del
embargo. ¿Se saldrá Castro con la suya?
Previendo que Castro trataría de explotar supuestas afinidades o
convergencias, Su Santidad, en su vuelo a Cuba, deslinda los campos. Se
declara revolucionario, pero hace esta distinción: "A diferencia de la
revolución preconizada por Castro o Lenin, la revolución de Cristo es de amor.
La otra es de odio, venganza y víctimas."
Después define su misión en Cuba en estos términos: "Está claro que los
derechos humanos son el fundamento de toda civilización… Eso lo dije en la
confrontación de Polonia con la Unión Soviética, con el sistema totalitario
comunista… y no se puede esperar que diga otra cosa [en Cuba]."
El Santo Padre se apresta a cumplir su cometido, pero antes tiene que
soportar el "show" de Castro en el aeropuerto de La Habana. Allí, vestido de
civil y con gestos estudiados, el Máximo Líder se inclina ante el Vicario de
Cristo y proyecta en las pantallas una imagen compungida de monaguillo
alelado. Castro interrumpe su trance para acusar a España y a la Iglesia de
haber exterminado en América a 70 millones de indígenas y a 12 millones de
africanos. A pesar de esta insólita bienvenida, calificada eufemísticamente
de no protocolar, algunos cubanólogos opinan que se ha producido el
advenimiento de un nuevo Castro -- tolerante, respetuoso, aperturista y
contrito.
El Santo Padre, sin embargo, no se deja llevar por vacuas promesas o gestos
fingidos. Como mensajero de la verdad y la esperanza, el "huracán Wojtyla"
sacude los cimientos del régimen totalitario con homilías consideradas en Cuba
subversivas. "Un Estado moderno no puede hacer del ateísmo… un ordenamiento
político -- sentencia el Papa --, y después pide "que Cuba eduque a sus
jóvenes en la virtud y en la libertad." Reclama asimismo una sociedad de
derecho, pluripartidista, y evocando a San Lucas, declara: "El Espíritu del
Señor me ha enviado para anunciar a los cautivos la libertad, para dar
libertad a los oprimidos."
Como esos imponentes pájaros de acero que, con el nombre de Concordia, surcan
los cielos, el Santo Padre rompe la barrera del sonido en Cuba; y rompe
también la barrera del miedo. Amordazado y escarnecido durante casi 40 años,
el pueblo cautivo responde a la exhortación del Papa -- "No tengan miedo" --
coreando con euforia: "El Papa, libre, nos quiere a todos libres." No faltó
la agudeza de los criollos, condensada en este sutil estribillo: "El Papa,
amigo, llévatelo contigo."
Con los aldabonazos del Santo Padre, centrados en la justicia y la libertad,
Cuba no se alza en armas, pero sí se levanta en almas. Este resurgimiento
espiritual, o rearme moral, es indispensable para la conquista de la libertad.
Los tiranos quiebran la resistencia cuando apagan la fe. Los pueblos se
libertan cuando recobran la esperanza.
Inspirado en el mensaje del Papa, monseñor Pedro Meurice Estíu, arzobispo de
Santiago de Cuba, dice en una de las misas inolvidables: "Le presento, Santo
Padre, el alma de una nación que anhela reconstruir la fraternidad a base de
libertad y solidaridad." Acto seguido, censura a los que "han confundido la
patria con un partido… y la cultura con una ideología." Fustiga después al
"marxismo-leninismo estatalmente inducido," y exhorta al pueblo a
"desmitificar los falsos mesianismos."
La única referencia del Papa en Cuba a las sanciones económicas fue
desnaturalizada por algunos analistas. Lo cierto es que el Santo Padre es
contrario a todos los embargos -- tanto los internos como los externos. Por
eso su leitmotiv fue "que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a
Cuba." La correlación es esencial. Hay que desencadenar el espíritu
empresarial de los cubanos para que la ayuda foránea fructifique en beneficio
de la nación que sufre y no de la tiranía que oprime.
Castro espera que, con el apoyo de la Iglesia y la liberación de algunos
presos políticos, la corriente a favor del levantamiento del embargo sea
incontenible. No ofrece, sin embargo, una verdadera apertura democrática,
sino gestos efectistas y concesiones revocables. No busca realmente alimentos
y medicinas para el pueblo, sino financiamiento para el régimen. En sus
maquinaciones para lograr su objetivo, valiéndose de la visita del Papa,
Castro calcula sus riesgos, mas no anticipa otros sucesos magnéticos que
desvían la atención e interfieren con sus planes: el escándalo Clinton-
Lewinsky y la confrontación con Saddam Hussein.
Pero el futuro de Cuba no gira en torno a esas u otras circunstancias
fortuitas. Depende fundamentalmente de lo que, con estímulo de afuera, hagan
los cubanos para avivar la llama votiva que prendió Su Santidad. Si se
sacuden el conformismo que engendra pasividad; si toman nuevos espacios con
firmeza y voluntad; si esgrimen justos derechos y desafían la iniquidad; si
encienden la fe apagada con vergüenza y dignidad… entonces, no ha de dudarse,
recobrarán la libertad, y gracias darán al Papa por la esperanza y la verdad.
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