FIDEL CASTRO DESBARRA CONTRA LOS BRITANICOS

por Mario J. Byrne


En un artículo tan traído por los pelos que parece haber sido realmente escrito por la Bestia de Birán, el dictador de Cuba arremete contra los británicos por haber construído el submarino “Astute”, uno de los más avanzados del mundo. Sin quitar que, para cualquier persona normal, resulta difícil adentrarse en los procesos mentales de Castro, el escrito rezuma una cierta envidia que se advierte en la relación minuciosa de las características del nuevo submergible británico. El tirano, casi en sus estertores finales, en el fondo quisiera tener un arma tan formidablemente letal en sus manos. Le da una pataleta, no tanto por lo que los ingleses han hecho, sino por lo que no puede hacer él.

Precisamente por eso establece el “non sequitor” de la medicina cubana. Pero con cuidado, porque ni una sola vez menciona a Cuba ni a su pueblo, sino a los africanos cuya supervivencia sanitaria se ve aparentemente amenazada por el hecho de que el nuevo submarino surque los mares. Es la misma lógica enredada de su anterior artículo sobre el etanol. Olvidándose a propósito de que por su propia incompetencia en Cuba ya no existe una industria azucarera capaz de aprovechar la nueva bonanza del biocombustible, Castro predice una catástrofe alimenticia universal y acusa de ser el culpable al etanol.

Yo sospecho, sin embargo, que Castro es tan anglófobo como Felipe II de Habsburgo ( él de la “Armada Invencible”) y casi por los mismos motivos. Hijo de un español que fuera soldado de Weyler y educado por los jesuítas, tal vez no cabía esperar otra cosa. Está bien claro que Castro ve la omniprescencia de la marina de los Estados Unidos en el mundo de hoy, como substituta de la de la Royal Navy hasta finales de la segunda guerra mundial y no le gusta nada. Tal vez recuerde, dado que se trata de un malvado culto, que fue esa misma Royal Navy la que hizo respetar la “doctrina Monroe”, formulada por un presidente norteamericano que no podia respaldarla por carecer Estados Unidos de verdadero poderío naval en esos años. Esa doctrina, por supuesto, tenía como blanco principal a España, país preferido de los Castro, cuyos intereses comerciales monopolísticos tropezaban con los de la Gran Bretaña. En efecto, al verse expulsada del continente suramericano, España solo trató una vez, mediocremente, de hacer la guerra contra Perú y Chile (el episodio casi de opera cómica de Méndez Núñez) en él que nadie necesitó intervenir. La estúpida intervención de Napoleón III en México se acabó sola al terminar la guerra civil de los Estados Unidos y surgir la amenaza prusiana, después de la victoria de Bismark en Koenigratz.

Tal vez la anglofobia de Castro, tenga su origen en un episodio de nuestra historia que ha sido bastante tergiversado: los fusilamientos de los expedicionarios del “Virginius “ en Santiago de Cuba. Aún cuando Lambton Lorraine no haya abogado directamente por las víctimas cubanas del asesino de Burriel, no cabe duda de que su intervención salvo a muchos de nuestros compatriotas de la muerte en aquel suceso. Es posible que esto sea lo que más le moleste de Castro de todas las cosas, buenas y malas, que ha hecho la marina británica a través de su historia: parar un fusilamiento masivo de cubanos.


Fort Lauderdale, 22 de mayo del 2007



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