ESTAMPAS UNIVERSITARIAS: REVOLUCIÓN Y DIVERSIÓN

por Marcelo Fernández-Zayas


La universidad de La Habana en la época de Fulgencio Batista (1952-1959) fue heroica, trágica y muy divertida. Había personajes en la Universidad que eran de todos conocidos, uno de ellos fue Arnoldo "El Piano" Borrego. Este era un estudiante muy inteligente, ocurrente, de menta rápida y lengua mordaz.

El Piano era de la ciudad de Pinar del Río, vivía en una casa de huéspedes de la calle Jovellar y comía en la fonda La Cotorra. Este individuo que se ganó muchos amigos y enemigos en la Universidad, por sus ocurrencias, adquirió el nombre del Piano tocando en este instrumento el himno nacional cubano en la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) en veladas patrióticas.

La Universidad en aquellos tiempos era un centro de conspiraciones y rumores. El Piano por su curiosidad y por "estar con la última" conocía vida y milagro del estudiantado y profesores. Era una enciclopedia ambulante de la vida universitaria.

Sus anécdotas sirven para llenar un libro. Participó en todas las conjuras en contra del gobierno de Batista, creo que más por curiosidad que fervor revolucionario. En el año 1955 regresó a Cuba el exiliado presidente Carlos Prío Socarrás y fue invitado a asistir a una concentración de estudiantes en las escalinatas de la Universidad. Cerca de un millar de estudiantes se dieron cita aquella noche "revolucionaria".

La policía había cerrado las calles aledañas a la universidad y estaba presta a entrar en acción a la primera provocación. Ese día por la mañana ya hubo un encuentro entre policías y estudiantes con un saldo de arrestados y heridos. El Piano, aquella noche, se encontraba adolorido con grandes moretonones producto del altercado. Instintivamente le pregunté que con qué le había pegado la policía. Me contestó que no había sido la policía sino Manolito el Gordo. Y pasó a relatarme la historia.

"Apenas empezaron los tiros y los palos me eché a correr para esconderme. La policía estaba por todas partes y lo único que encontré fue un barril grande de basura. Me metí en el barril y puse la tapa encima de mi cabeza. Después, sentí que abrían el barril y era Manolito el Gordo que quería meterse también en él. Manolito me puso los pies en la espalda y lo agarró la policía en ese trajín. ¡Le dieron una tunda de palos! Y, el muy maricón de Manolito cada vez que le daban un palo me pateaba en la espalda y antes de que lo sacaran del barril se meó de miedo arriba de mí".

El Piano esa noche venía acompañado por el Cojo Drácula, cuyo verdadero nombre no me acuerdo. El Cojo Drácula era otro gran personaje de la fauna y flora universitaria. Este era un estudiante inteligente, conspirador y revolucionario que vivía practicamente en la Universidad deambulando por la misma en sus muletas, porque era tullido. El Cojo asistía fielmente a todas las manifestaciones de protestas estudiantiles balanciandose entre sus muletas.

Aquella noche comenzaron los oradores a arengar a los estudiantes que respondían con gritos de ¡Revolución y Abajo Batista! El primer orador fue un anciano veterano de la guerra del 1895 contra España. El viejo contó sus aventuras en contra de los diferentes gobiernos de Cuba. Y, terminó diciendo en jerga campesina: "Muchachos la caña se ha puesto a tres trozos, expresión que equivaldría a decir–desesperada-- hay que tirarse a la calle". La oratoria del viejo revolucionario enardeció a la muchedumbre que le oía desde la alta escalinata universitaria.

Después reinó la confusión y comenzó la revuelta. Los estudiantes apedrearon a la policía. Esta comenzó a darle palos a los revoltosos, se oyeron disparos, gritos de hijos de putas y asesinos. Los estudiantes corrían y rodaban por la escalinata. Una vieja perdió un refajo rosado en el corre corre. La policía cortó la luz a la Universidad lo cual aumentó el pánico. Corrí las largas escaleras de la Universidad, acompañado de un amigo, Billy Wilrycx, más rápido que un venado. Y no paré de correr hasta pocas calles después donde me esperaba en un auto otro amigo que nos había acompañado, el Gordo Justo Pérez, que era el gordo más veloz que había en la Universidad.

Cerca de la media noche llamé por teléfono a la casa de huéspedes donde vivía el Piano. Supe que había escapado ileso de la balacera. Preocupado le pregunté si sabía del Cojo Drácula. El Piano me dijo: ese cojo maldito me debe un real–moneda de diez centavos. Me contó que cuando comenzaron los palos y los tiros corrió desesperadamente hacia la calle y abordó un autobús en marcha.

Dentro del vehículo recobró el resuello que volvió a perder cuando alguien, por detrás de él, lo tocó en el hombro y pronunció su nombre. Era el Cojo Drácula que con la mano extendida le pedía un real para pagar el pasaje.


FIN


3 de octubre de 2000
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