ABUELA MAMITA

por Marcelo Fernández Záyas


Dedicado a Heidi Abella

La niña fue bautizada como Alejandra Anastasia Natividad Alfonso y Castillo, pero desde muy pequeña fue conocida por Mamita, nadie sabe el porqué. Era oriunda de Vuelta Abajo, Pinar del Río, donde se crió en una vega de tabaco cerca de la capital. Su padre era un español de la Islas Canarias y su madre era catalana de Barcelona. Tuvo siete hermanos y dos hermanas, su nacimiento fue registrado el 25 de diciembre de 1856.

Mamita se casó a los veinte años con Amado Ríos Peñalver, hijo de montañeses españoles. Un hombre al que Mamita tenía que decirle "habla para que no se te olviden las palabras". Papá Amado, nombre por el cual era conocido por todos, no era conversador, es más creía que los cubanos se "iban todos en palabras", y tal vez por eso se envolvía siempre en un conspicuo mutismo. Algunos le apodaban el Silencioso algo que a él no le gustaba. Papá Amado no tenía ningún vicio conocido, salvo jugar gallos tres veces al año en forma moderada. No era un gran apostador y expresaba su locuacidad diciendo después de una pelea de gallos, "usted perdió o ganó" extendiendo la mano para cobrar o pagar.

Papá Amado no comprendía por qué los hombres eran mujeriegos, decía que el que "el que con faldas se mete era un esclavo en busca de cadenas". Fue un hombre muy inteligente y de gran memoria. Mamita bromeaba diciendo "que se acordaba hasta cuándo le cortaron el ombligo". Su pulcritud era en extremo, se bañaba por la mañana y por la noche y vestía siempre de limpio. Entre sus peculiaridades estaba usar calzoncillos almidonados y planchados. Aunque no hablaba le gustaba oír conversaciones y leía muchos libros. Era un hombre religioso de misas y caridades aunque pocos ahijados. En la hacienda cuando alguien menos lo esperaba recibía una moneda de plata para "alegrarse el alma".

Papá trabajaba de sol a sol, salvo una siesta de 45 minutos a las dos de la tarde. Si alguien quería poner el reloj exactamente en hora sólo tenía que seguir sus hábitos. Se levantaba a las cuatro; leía hasta las cinco y media; se bañaba y desayunaba a las seis. A las diez merendaba, a las doce y media almorzaba y después hablaba o peleaba con Mamita; de una a dos veía a amigos y familiares; a las dos dormía la siesta; a las dos y cuarenta y cinco comenzaba otra vez a trabajar. Finalizaba a las siete y volvía a bañarse; cenaba y jugaba con los perros. A las nueve se retiraba a dormir después de tomar café.

La hora de la siesta era declarado tiempo muerto en la casa. Las gallinas no cacareaban, los perros no ladraban y los humanos no hablaban. Corría el cuento en la hacienda de que los animales aprendieron el silencio de la siesta cuando Papá Amado se despertó incómodo por el canto de un gallo y le retorció el pescuezo. Ningún animal ni humano quiso ser la próxima víctima. Al viejo no le gustaba pasar juicios ni oír chismes. Cuando alguien contaba algún hecho espeluznante cometido por otro, él comentaba: "sus motivos tendría". Su mayor diversión era ver a los niños jugar, reía a carcajadas observándolos. Se molestaba mucho cuando alguien se metía los dedos en la nariz, se rascaba en forma conspicua "tentándose las partes"o estornudaba ruidosamente. Dicen que una vez le negó el habla por diez años a un compadre por un estrepitoso estornudo. Se hablaba quedamente de que Papá Amado mataría a un cristiano por "tirarse un peo" en su presencia. Más de una persona se retorció de dolor frente a él, ante la incertidumbre que el inoportuno gas que sentía fuera explosivo. Le causaba tanta gracia ver a los niños jugando solos que los espiaba para morirse de risa. Tanto le gustaban los niños que llenó la casa con sus descendientes.

Cuando la Guerra contra España, en 1895, ya contaba diez hijos, cinco mujeres y cinco hombres y una próspera finca, el Porvenir. Una vez le pregunté a Papá Amado por qué no había participado en la lucha. El abuelo me contestó que las "guerras eran cosas de vagos". Me sentí mal porque mi abuelo no era un patriota sino simple trabajador. Sin embargo, Papá Amado tenía un hermano, Braulio Ríos Peñalver, que terminó la guerra de Independencia con el grado de Coronel, encargado de Logística en el Ejército Libertador de su provincia. Este era un coronel cuyo trabajo era ser cuatrero para los alzados. Lo habían herido "en combate" cuatro veces: dos en casa de putas y dos jugando barajas. Pero, dicen que todo lo daba a los insurrectos, cosa que Mamita no creía.

La abuela Mamita era una mujer activa, con dotes de mando que observaba, ordenaba, premiaba y castigaba por donde caminaba. Sus hijos eran obedientes, no importando la edad, como soldados en campaña. Su delegada en el mando era la mayor de las hijas, Lucía, que acarreaba y hacía cumplir los mandatos de Mamita. El mayor de los hijos varones era Niño Jesús, conocido por Chucho, que era lo opuesto al padre en el uso de palabras. Conversador, dicharachero, bailador, tomador, cantante, mujeriego y apostador sin medida: era el vicio y el desorden personificados, según mi tía Manuela.

Una vez, Niño Jesús jugó gallos y con trucos ganó 500 pesos y vino a esconderse al Porvenir. Los perdedores acudieron a reclamar el dinero y Papá Amado les dijo que esperaran en la puerta. Trajo a Niño Jesús al portal de la casa. Lo amarró a una columna, le quitó la camisa y le estuvo pegando con una fusta hasta que éste devolvió los quinientos pesos y dijo: "Cada vez que mi hijo les robe la plata su padre se las devuelve, porque se la saca del lomo con esta fusta. Pero esto se lo haré también a los que le dan mal nombre a las peleas de gallos. Y, si alguno es muy valiente aquí tengo un revólver que nunca me ha fallado". Y, regaló su cría de gallos finos para dar el ejemplo. Más nunca se oyó hablar de apuestas en la hacienda.

Mamita era muy religiosa, en extremo, hasta el punto que cuando había que mencionar la palabra diablo decía el "individuo" para no pronunciar su nombre. Tampoco admitía malas palabras ni frescuras. Decía en momentos de furia "barajo" en vez de carajo y consideraba una frescura cualquier acto o dicho que a ella no le gustara. Una frescura se pagaba con una bofetada si era un hijo, y una nalgada si provenía de un nieto de cualquier edad. O, en algunas ocasiones, el castigo era "no vas a comer de eso hasta que no tengas bigotes y patillas". Los castigos no se le olvidaban porque los apuntaba en un libro donde tenía registrado a su vez las fechas de nacimientos y nombres de cada hijo y nietos. Así como cosas importantes como: fechas y nombres de curas de bodas y bautizos. Para mostrar que no eran judíos si la iglesia era quemada. El orgullo de Mamita era ser la mejor partera de la provincia, nunca "una madre ni un niño murió en sus manos".


DON LUIS

Con el tiempo Mamita aumentó en poder, descendencia y dinero, pero Papá Amado hablaba menos. Construyó una amplia casa de ladrillos y concreto en la hacienda el Porvenir de quince habitaciones y cinco baños, electricidad y agua corriente. La cocina era inmensa y tenía varios sirvientes que ejecutaban las órdenes que dictaba Mamita por boca de Lucía en forma precisa. El cocinero de la hacienda era el hijo mayor de Mamita. Este era un negro muy viejo, hijo de una esclava de su madre que murió de parto cuando Mamita tenía quince años. La abuela lo había criado y bautizado con el nombre de Luis Alfonso y Castillo.

Como era el "primer hijo" de Mamita tenía privilegios y cariño especial. Nunca supe por qué lo llamaban Don Luis, pero así lo conocíamos todos. Don Luis no era muy inteligente, pero la abuela decía que "lo que Dios no le había dado en cerebro se lo había otorgado en bondad, decencia y buen vivir". Don Luis había sido músico y cocinero profesional en la época del primer presidente de Cuba Don Tomás Estrada Palma, pero había regresado a la casa de Mamita y Papá Amado para vivir "en oraciones y buenas costumbres". Se rumoreaba en la familia, entonces, que Don Luis era cura porque usaba sotana en Semana Santa y fiestas religiosas. Después, con el tiempo supe que Don Luis había hecho votos menores en la orden franciscana que no lo admitió como sacerdote por falta de entendimiento para seguir en el seminario.

Don Luis era la persona más allegada de la familia a Papá Amado. Era un hombre alto, enjuto de carnes, dientes blancos y perfectos; piel negra y aterciopelada como un melocotón. Hablaba con voz grave y dulce, siempre sonriendo. Su conversación era como un manantial de paz. Nunca estaba enojado y siempre de buen humor. Mamita decía que era feliz porque era uno de los Bienaventurados del Señor. ¡Cosa curiosa! El abuelo tenía largas "conversas" con Don Luis y lo quería, dicen, por encima de hijos y nietos. Ya que era el primero de la familia. Mamita hablaba que gracias a Don Luis, Papá Amado no había perdido el habla ni el corazón. Don Luis en realidad sólo cocinaba en ocasiones mayores ya que se pasaba el día leyendo, tocando el piano y rezando y, algunas veces, vestido de cura franciscano descalzo. El trabajo diario y constante lo hacía Carmen la Gallega y las muchachitas. Pero, Don Luis por su privilegio de "ser el primero" siempre tenía dinero y lo daba generosamente a otros hijos y nietos en necesidades. Por eso en la familia era llamado el Santo Don Luis. Papá Amado decía que a Don Luis cuando lo bautizaron se le había quedado adentro el Espíritu Santo. Don Luis dormía en una habitación apartada de la casa, porque roncaba que parecía un tren. Después que roncaba, resoplaba, sonreía y continuaba el ciclo y la pelea. Mamita decía que con sus resoplidos ahuyentaba al individuo. Además, concluía, "cada cual lo pelea con sus armas".

En casa de la abuela Mamita existían ciertas reglas familiares de estricto cumplimiento. Había que estar fuera de la cama y en el comedor grande, había otro más pequeño, a las siete de la mañana para desayunar en familia. Sólo los enfermos graves podían faltar a la cita. Ella decía que una dolencia grave era del muermo para arriba. A esa hora la abuela rezaba el Ave María que tenía que ser dicha en voz alta, sin premura y pensando en el rezo. La abuela ya había desayunado con Papá Amado, Don Luis y la nieta Eudora. Después se pasaba al desayuno y no se podía traer ningún tema controversial a la mesa para empezar el día en unión y paz. Había que decir que se había dormido plácidamente para no echarle a perder el día a los demás. Mamita asociaba una mala noche con andanzas del individuo que tentaba a los seres humanos en la nocturnidad. La abuela tomaba café con leche en jarro de barro.

Todo el mundo tenía que tener buen apetito en la mesa y saludar a cerca de una veintena de comensales en forma alegre, buena disposición y en voz alta. De lo contrario la abuela decía... no te oí saludar a fulana y te obligaba a repetir el saludo frente a todos. El único que podía llegar tarde a la mesa era Papá Amado, que rara vez desayunaba con toda la familia, los demás estaban presentes por obligación a las siete de la mañana. Nadie podía levantarse de la mesa hasta que la abuela diera las Gracias al Señor. Esta oración era a su manera: "Gracias, Padre por darnos el resuello y la comida".


EUDORA

Mi prima Eudora era una mujer alta, de pelo rubio e inmensos ojos azules. Era simpática, atrayente, bonito cuerpo, pero reservada y testadura como su abuela Mamita. Eudora no hablaba con nadie de su vida íntima y resistía todo intento de dominación que encontrara. Era muy amable y de buen humor más independiente y arrestada. Fue la única hija del corto matrimonio de Lucía con un capitán de barco catalán. Esta había ido a España a estudiar enfermería en Barcelona en casa de la tía Montserrat. Conoció y casó con el Capitán Don Ramiro March, quien la abuela vio en viaje a España el día de la boda y describía como "un rubio y bello ángel".

A los dos años de casada nació Eudora y pocos meses después el padre pereció en un naufragio. Lucía retornó con su hija a casa de Mamita y cerró su puerta a los hombres del mundo. Mamita crió a Eudora que dijo quería ser enfermera como la madre. Estando Eudora estudiando en la universidad de La Habana quedó encinta de un médico para estupefacción de todos en la familia. Esta creía que era bella, pero boba y le auguraban un futuro de monja en un convento. Eudora tuvo un niño al que nombraron Luis en honor de Don Luís. El muchacho salió bello y rubio como la madre. Desde el mal paso de Eudora, la abuela prohibió enfermarse a la familia y los médicos no entraron más en casa de Mamita.

No se sabe como Eudora se convirtió en protestante en La Habana y aquello fue un duro golpe para Mamita. Decía Luz, una de mis tías, que en casa de Mamita se perdonaba que fueras puta, pero no protestante. Eudora volvió a entrar en la gracia de la abuela por la intervención del Santo Don Luis quien razonó que si Dios la había hecho protestante era su voluntad. Don Luis tomó lecciones de protestantismo, en su sotana de franciscano para evitar tentaciones, con el ministro protestante de Camagüey para ayudar a Eudora a llevar su fe.

Gracias a la amistad de Santo Don Luis con el reverendo éste pudo convencer a la familia que los protestantes no adoraban al individuo sino a Cristo. Y, con el tiempo la casa de Mamita se convirtió en especie de Iglesia Ecuménica donde se aceptaban a Bautistas y Católicos. La única regla que el Reverendo tuvo que aceptar fue que Eudora llevara en su cuello la Virgen de Montserrat regalo del difunto Capitán Don Ramiro. Eudora había heredado de su padre una buena fortuna que fue el inicio del inmenso capital que llegó a tener. Mamita, como no confiaba en Eudora ni su madre Lucía en negocios, decidió que el Santo Don Luis invirtiera el dinero y le enseñara hacerse patrona de una hacienda vecina que había comprado.

Eudora con su protector el Santo Don Luis levantaron un productivo negocio de cría de ganado. Dicen los campesinos que las vacas que el Santo Don Luis tocaba parían dos terneros, ellos juraban que el Santo hacía milagros.

La tía Eudora a pesar de no impresionar por su inteligencia era una persona que todo lo que tocaba se convertía en oro. Una vez decidió tener una cría de gallinas coloradas americanas porque eran bonitas. La belleza se convirtió en dinero en el banco prontamente, las gallinas crecían mucho y ponían huevos grandes que muy pronto eran apetecidos en toda la región. La carne y huevos de las gallinas de Eudora rápido se convirtieron en leyenda culinaria y enriquecieron más a la bella rubia. La gente del pueblo daba a convalecientes un huevo de gallina "colorá" con vino dulce para que se recuperaran.

Otra vez, ésta se acercó al Santo Don Luis con el capricho de comprar unas vacas, también coloradas, que decían daban buena leche para quesos. Y esto fue el inicio de una fábrica y negocio lácteo que cuadruplicaron sus riquezas. El Santo Don Luis no daba abasto para las cuentas y solicitó la ayuda del reverendo protestante que, a su vez, se asoció con unos americanos que ampliaron el negocio. Eudora llegó a ser la mujer más rica de la provincia, pero seguía una vida común levantándose temprano para estar sentada en la mesa del desayuno a las seis de la mañana. Y, trabajaba el mismo horario, día a día, que Papá Amado. Amancio, el capataz de la finca, decía que abuelo y nieta tenían la palabra trabajo escrita en las verijas.

El Santo Don Luis, tal vez para aligerar la dependencia que Eudora tenía consigo, le aconsejó que buscara un novio y se casara. Mamita y Papá Amado estuvieron muy de acuerdo con la idea y Eudora sin entusiasmo comenzó a buscar marido con quien compartir su vida y riquezas, pero sin éxito. Por mucho tiempo fue un misterio quién fue el autor de su segundo embarazo. Niño Jesús visitó a todos los médicos y veterinarios de la comarca, pero ellos negaron la paternidad de la bella niña Esperanza. Rubia y de ojos azules como la madre, pero vivaz e inteligente como Mamita.

Papá Amado llegó a la locuaz conclusión de que Eudora era, tal vez, "débil para los pantalones", pero "los niños nunca estorbaban". Tía Manuela se inclinaba a creer que el autor de la travesura había sido un americano protestante que pasó un tiempo enseñando inglés a Eudora en La Habana según contaba en sus cartas. Pero, como ésta nunca dijo con quién compartió su lecho, la paternidad de Esperanza permanecía en el misterio. Esta niña fue seguida de un varón, dos años después. El recién nacido vino al mundo un día de año nuevo cuando nadie lo esperaba con la excepción Mamita. Parecía hecho con el mismo cuño de Esperanza y su hermano Luis: rubio y de ojos azules. Eudora lo nombró Eric y no dio explicaciones del nombre ni del padre. Mamita observó que los tres hijos de Eudora tenían un lunar en la rabadilla y pensó que eran de un mismo padre.

Nadie podía atribuir la paternidad del recién nacido a ningún ser conocido, porque Eudora vivía encerrada en la casa sin ver a ningún hombre. El Santo Don Luis dijo filosóficamente, moviendo la cabeza de un lado al otro: el Espíritu Santo existe. Y no se comentó más nada al respecto. Mamita fue, como siempre, la partera del nacimiento. La vieja dijo que nunca había visto "niño más bello en toda su vida", que nació criado. Eric fue una bendición para Papá Amado. El abuelo se sintió rejuvenecido con el niño y comenzó a hablar constantemente con él. A los cinco años, el día de su cumpleaños, Eric fue encontrado por el Santo Don Luis leyendo un libro. Nadie en la casa pudo explicar cuándo y cómo el niño había aprendido a leer. Más sucedió que leía y tenía el vocabulario de un adulto. El reverendo protestante después de conversar con el niño y leer la Biblia predijo que ese niño sería un gran hombre, muy sabio y partió apresuradamente a su casa.


Bertina

De las hijas de Mamita, Bertina era la más retraída y educada. Había aprendido mucha historia con su marido Eugenio Linares y Linares. Era una pareja sin hijos que vivían para los libros y las cartas. Habitaban en una casa construida al lado de la mansión principal de la hacienda. Eugenio era graduado de una universidad americana, a principio del siglo XX, y por un tiempo fue profesor y escritor de un periódico habanero. Su labor intelectual lo llevó a escribir ciertos artículos que pusieron en duda su buen juicio. Escribió que la teoría física de que el átomo era indivisible estaba equivocada, ya que este podía dividirse en forma indefinida. Argumentó tantas cosas sin suceder aún, que sus especulaciones lo llevaron a adquirir el apodo del Futuro Linares. Finalmente, ante la falta de acogida intelectual en La Habana, se refugió en Camagüey donde trabajaba de profesor de una escuela secundaria. Después conoció y se casó con Bertina.

Bertina vio en Futuro lo que siempre había anhelado en un hombre: una mente intelectual. Ella era una persona que tenía un título de Bachiller, no muy común en mujeres de su época. No había proseguido una educación universitaria porque Papá Amado no estaba de acuerdo conque estudiase Filosofía, porque esta era una carrera de curas herejes y mujeres raras. Él prefería que fuese maestra o se quedara en la casa como toda una buena mujer. Bertina decidió vivir en la casa con sus libros, escribiendo cartas y siendo maestra del vecindario. Después conoció y se enamoró de Futuro Linares que enseñaba en Camagüey y el padre aprobó la boda. Papá Amado decía que Futuro Linares sería un hombre perfecto si ponía los pies en la tierra.

Bertina estaba más cerca de Eudora que ningún otro miembro de la familia incluyendo a Lucía. Le enseñaba todas las materias que sabía y era una verdadera amiga y madre. Bertina fue la que aconsejó a Eudora que si estaba enamorada de Eric Ferguson, el americano hijo de un ministro protestante de La Habana, se casara con él en secreto antes de buscar problemas de familias. Todo se hizo en silencio y los únicos conocedores de la boda fueron Bertina y Futuro Linares que viajaron a La Habana para la ocasión, bajo el pretexto de comprar libros y asistir una conferencia de académicos. Eudora se casó con el protestante y se graduó de Idioma inglés.

Volvió a la casa antes que supiera que estaba embarazada. Ella y el marido decidieron afrontar las consecuencias de un incierto matrimonio a la distancia, que alejarse de sus familias que nunca hubieran aprobado una unión entre católicos y protestantes. Dos o tres veces al año el marido, ya ordenado de ministro protestante, viajaba a Camagüey a ver a su esposa en forma clandestina arreglada por la tía Bertina.

Costumbres del Porvenir

"Durante la Semana Santa el diablo está suelto y con el culo abierto cagando a todo el mundo", decía de manera jocosa e irreverente Niño Jesús. La abuela Mamita decía a su vez que el individuo andaba por todas partes haciendo de las suyas. El Jueves Santo se suspendían todas las actividades domésticas, se guardaba silencio, se iba a la iglesia, no se escuchaba la radio y no se tocaba un cuchillo, por sí acaso. El Santo Don Luis se vestía de cura franciscano y andaba descalzo. Papá Amado leía la Biblia con permiso del Párroco.

Mamita vestía de blanco todos los sábados de su vida en cumplimiento de una promesa a la Virgen María. Esta promesa era para que la Virgen le hiciera saber cuando sería su muerte para estar bien preparada. En un cuarto al lado del de Mamita, conocido como La Capilla, abundaban las imágenes de santos y rosarios en las paredes. Estaban también fotografías de sus hijos, nietos y una estatua grande de San Francisco de Asís. Aunque Mamita no creía en Santería, muy popular en Cuba, había una imagen de Santa Bárbara de origen santero para cuando tronaba ir a rezar a la Santa.

La abuela tenía peculiaridades en sus alimentos. No comía ningún ave de patas negras u oscuras porque no eran limpias. Había que tener un perro blanco en la casa para que recogieran las enfermedades que estaban en el aire. No usaba prendas para no ostentar. Las únicas prendas que había en la casa eran cadenas al cuello con una medalla de la Virgen. A los muertos se mencionaban siempre utilizando la palabra difunto primero. Todo hijo que llegaba a la casa se tenía que arrodillar frente a ella y pedir la bendición. La cual Mamita la daba con la mano sobre la cabeza del suplicante diciendo: "Que Dios te bendiga y te haga un santo". Usaba un reloj prendido al cuello del vestido con una fina cinta negra. Y, de vez en cuando, fumaba a escondidas un puro que le enviaba una hermana de la vega de Vuelta Abajo. Amaba la música, el baile y la oratoria de los políticos sin importar partidos. No le gustaban las ponderaciones y decía en broma: "te he dicho un millón de veces que no seas exagerado".

A la abuela le gustaba la música y el baile hasta que pudo tenerse en pie. Disfrutaba la precisión y ritmo del danzón que "bailaba en un ladrillo". Papá Amado hablaba algunas veces, pero nunca bailaba, tenía zurdos los pies según la abuela. Su compañero de baile era su hijo Niño Jesús. Este era un profesional del baile y las parrandas. Unido a ésto estaba su agraciada voz, que de vez en cuando le ganaba la vida fuera de la hacienda. Mamita y Niño Jesús eran esperados por los bailadores de todas las fiestas del pueblo y danzaban la primera pieza, cualquiera que fuera la música. Imponían respeto y admiración ver madre e hijo, con las cabezas blancas de canas, él en sus setentas y ella pasados los noventas, bailar un danzón, tango o pasodoble. Era un dúo que practicaba en la casa por semanas antes de ir a un baile. Mamita la noche del baile usaba sus mejores vestidos y abanicos; y Niño Jesús, de dos metros de altura, con un traje blanco y corbata azul estaba en el centro del salón esperando a su madre. La abuela alta y erecta tomaba su tiempo para llegar donde su hijo. Todo el mundo esperaba cuál iba a ser la primera pieza para que los ancianos bailaran.

Recuerdo una fiesta inolvidable y famosa en el pueblo, con una orquesta que vino de La Habana y tocó el tango La Rubia Mireya, que Niño Jesús cantó y bailó en forma porteña. Toda la familia había acudido a la fiesta, incluyendo al Santo Don Luis y la nietería. Mamita parecía flotar por el aire. Marcaba el paso al ritmo del acordeón en forma grácil y precisa, floreaba el suelo como una porteña argentina mientras que Niño Jesús con su limpia voz de barítono cantaba el tango. Viéndolos de manos muchos lloraron y otros aplaudieron. El director del baile, concluida la pieza, dio besos a los bailadores; una gardenia para Mamita y un clavel rojo reventón para Niño Jesús.

Los organizadores de la fiesta, el cura y el ministro protestante, dijeron que antes de que siguiera el baile tenían una sorpresa. El Santo San Luis vistió su nueva sotana y llevó de la mano, al centro del salón a su rubia y radiante sobrina Eudora vestida de blanco. Después Bertina entró acompañada del reverendo Eric Ferguson a quien presentó como el esposo de Eudora y padre de Luis, Esperanza y Eric que también estaban presentes. Brevemente, contaron las historias de sus vidas y pidieron perdón por los malentendidos. Ambos fueron y se arrodillaron ante los padres y pidieron la bendición. Fue un momento electrizante, Mamita lloró de alegría y los bendijo y besó varias veces. Los espectadores nunca habían visto a Eudora en traje de noche, vestía de blanco ceñido, el rubio pelo recogido sobre la cabeza y un collar de perlas blancas en cuello. Eric desplegaba largo pelo rubio a mitad del cuello y exhibía bello y peinado bigote sobre su angelical sonrisa. Está de más decir que Eudora era la heroína de las sufragistas, emancipadas y "mujeres en desgracia".

Se acercó a Niño Jesús, Concha la esposa de un ganadero y dijo: "Esto es hacer bien las cosas. La mujer más rica y bella de la comarca trae un marido escondido a conocer el pueblo, un americano bello como un ángel y grande y fuerte como un toro. Todos los hijos tienen la estampa del padre, ¡Qué Dios los Guarde!" Otra, Panchita, dijo que esta novela nada más la podía escribir los ricos.

Eudora invitó a todos para su fiesta de boda el próximo sábado. Desde Ñico el Caminante hasta Eulalia la Puta que recibieron invitaciones personales por un propio de a caballo. La fiesta se celebró con un banquete para la ocasión, la mejor orquesta de La Habana y el trío Matamoros, el más popular y caro de Cuba. Todo lo pagaba el feliz Papá Amado que hizo el esfuerzo y bailó con la nieta. Mientras que Eric entró a la abuela Lucía para el baile. Ya los gallos estaban cantando cuando los bailadores fueron para sus casas. Esa noche Bertina y Futuro Linares durmieron en casa de Mamita; Euroda y Eric donde Bertina.

La familia de Mamita se había multiplicado y tanto ella como Papá Amado se habían convertidos en leyendas más que realidades. La entrada de Eric Ferguson abiertamente en la familia fundó una peculiar secta del protestantismo que creía también en la Virgen María. Y con el tiempo Mamita se convirtió en Nuestra Señora del Porvenir.

El Santo Don Luis también adquirió característica sagrada al ser llamado por el pueblo el Santo Negro, al cual se le atribuían muchos milagros. Inclusive se nombró una comida en su nombre: Pollo al Santo. Este consistía en un pollo colorado virgen, ni gallina ni gallo, cocinado al fuego lento con vino blanco y albahaca. Y, corría el rumor que Papá Amado era mudo y cada vez que hablaba era por milagro del Santo.

Después de la Segunda Guerra Mundial el Futuro Linares vio renacer su prestigio y todo el mundo le atribuía una sabiduría genial. Se decía que en realidad era el inventor de la Bomba Atómica que se la había dado a los americanos por medio de los protestantes. Que había aprendido más de veinte lenguas escuchando la radio en onda corta. Y, que era el verdadero genio detrás de Eudora.

Mamita decreció en fuerzas a mediados de la década del 1950. Ya Papá Amado había fallecido, pasados los cien años, silenciosamente como vivió; y la abuela languidecía en rezos y recuerdos. El Santo Don Luis parecía inmune al tiempo, sus cabellos habían encanecidos y eran como una mota de blanco algodón. El superior de la Orden Franciscana lo había ordenado como sacerdote y vestía todos los días de sotana marrón y celebraba la misa en la Capilla de la hacienda. Una vez al año, en Navidad y cumpleaños de Mamita, daba misa para todos en la iglesia del pueblo. Los vecinos del pueblo acudían a la iglesia para ver al Santo Negro de perfectos dientes blancos, con su apacible y bello rostro bendecir a los fieles. Mamita y todos los miembros de la familia, católicos y protestantes, acudían al Santo Oficio que a la vez era dedicado al cumpleaños de la abuela.

Ese día Eudora regalaba a todo el pueblo pollos vírgenes de su cría para que comieran Pollo al Santo en celebración de la Navidad. Los fieles asistían a las tres misas que celebraba el Santo Negro y muchas parejas contraían matrimonio ese día. El obispo venía a la iglesia y todos los políticos hacían acto de presencia. El ecumenismo y la paz reinaban en el pueblo y los protestantes encabezados por el reverendo Eric daban oraciones desde el púlpito.

En realidad, con el tiempo, el aspecto religioso fue insignificante. De acuerdo con Mamita todo el que creía en Dios y la Virgen era un buen cristiano. En el pueblo pasaron a denominar protestantes a las personas rubias y de ojos azules. Pero, todos seguían siendo judíos hasta que se bautizaran.

El 25 de diciembre después de las misas del Santo Negro había una fiesta comunal. Esta comenzaba con un danzón bailable ejecutado en el piano por el Santo Negro. En un momento de la fiesta las madres de niños menores de un año, que se iban a bautizar, se ausentaban discretamente del lugar para la competencia de los pitos a la cual los hombres adultos no asistían. Esta ceremonia que, podía terminar en controversia, era para el cura ver, según al pueblo, cuál de los niños tenía el pene más largo. Esta fiesta originó un siglo antes cuando un párroco tratando de explicar lo que era la circuncisión dijo que era una ceremonia para mostrarle al sacerdote que los niños eran varones antes del bautizo. El pueblo la entendió qué era para ver cual de los niños era el más varón del pueblo. En aquellos tiempos el cura se limitaba a pronunciar la frase: "Varón eres, que Dios te bendiga". Muchos hombres hicieron una carrera diciendo que de niños habían sido ganadores de la fiesta de los pitos.

Otra característica del cumpleaños de Mamita era la controversia de los barberos. Esta no estaba relacionada en nada con el pelo o barba. Era una controversia para ver quién era el rimador más popular de la región. Parece que los primeros competidores fueron barberos, décadas atrás, y surgió la leyenda. El ganador, que era escogido por aplausos del público y recibía cien pesos de manos del alcalde para un viaje al Parnaso. No se podía tomar bebidas alcohólicas 24 horas antes del concurso, para evitar que el poeta se le fuera la musa en el encuentro y dijera una barbaridad. Los poetas eran encerrados en capilla en la alcaldía un día entero.

El último cumpleaños de Mamita, el 25 de diciembre de 1954, después de la fiesta, la abuela declaró que iba a morir dentro de dos meses. Mamita no estaba enferma ni sentía dolor alguno. Pero, anunció su muerte que al principio fue tomado en broma. En los primeros días del mes de Febrero Mamita me llamó a La Habana donde yo residía, recién graduado de abogado y me pidió que fuera a verla al Porvenir para hacer testamento. Acudí al llamado de la abuela con curiosidad y pesar.

Mamita me estaba esperando y estuvimos varios días haciendo su testamento. Era una persona más rica de lo que creía y muy sabia. Recibieron cuantiosos bienes las mujeres más feas, solteras o pobres de la familia. Mamita pensaba que los bellos, ricos e inteligentes ya Dios se había encargado de premiarlos. Después vinieron los herederos con misiones difíciles, como poetas, escritores y religiosos. Les siguieron los cortos de sesos, como la prima Margarita y el primo Eudocio que tenían físicos impresionantes, pero eran de mentes cerradas y duras como adoquines.

Me extrañó y sorprendió que entre los premiados con buena herencia estuviera Albertico el Pajarero. Este era un primo mayor de apariencia inofensiva, algo distraído y extraño, que vivía en la oscuridad de la familia. Dedicaba todo su tiempo a mirar los pájaros y apuntar en un cuaderno sus observaciones que no compartía con otros. Si alguna vez decía algo era para proteger animales y plantas. La abuela siempre lo apadrinó en sus ideas y, aunque era graduado universitario, no tenía otra profesión que deambular por los campos observando sus habitantes. Su habitación era un verdadero museo y laboratorio de aves.

Mamita me dijo que Albertico había aceptado la misión de catalogar las aves de la isla y que ya tenía veinte cuadernos de notas sobre el tema. Su única fuente de ingresos era una fundación zoológica alemana que le enviaba unos pocos pesos para sus investigaciones, era hombre austero y recto. Supe por la abuela que el gran colaborador de Albertico era el Santo Don Luis. Cuando Albertico quería acercarse a un pájaro para observarlo bien, el Santo le rezaba al ave que se mantenía estacionaria como dormida y dejaba que la pesara, midiera y describiera su plumaje en un cuaderno.

Sorpresa mayor tuve cuando supe que Albertico en un año entraría en el Seminario Franciscano para seguir la misión de San Luis en la tierra. Otro que recibió buen dinero era un hermano de Albertico, llamado el Jacobino. Este era todo lo contrario de la familia. Ateo, comunista y revolucionario. Pasaba más tiempo en cárceles y en Rusia que deambulando por las calles del pueblo. Mamita lo quería mucho por que era fiel a sus ideas. "Este muchacho es muy honesto, le pide a Dios todos los días salud y fe para combatirlo, porque cree que es ateo. Nunca ha trabajado, pero tampoco le pide dinero a nadie. Pasa el tiempo luchando por los demás. Espero que este dinerito lo ayude en su misión".

La abuela me dio como herencia un reloj de oro de Papá Amado que nunca éste había usado por haber sido un recuerdo de su padre y por tener un reloj en el corazón. Me contó que aunque no estaba enferma la virgen le había comunicado su próxima muerte y el término de su misión en la tierra. Y, en voz baja me dijo la abuela que la Virgen le había comunicado: "dejarás sucesora sobre la mesa". Mamita, contrariada, dijo no entender el significado de estas últimas palabras de la Virgen.

El 18 de febrero comenzó a llegar la parentela al pueblo de todos los confines de la isla y del extranjero. Todos venían a la muerte de Mamita que gozaba de buena salud. Entre los visitantes se encontraban dos médicos que examinaron a Mamita de pies a cabeza y dictaminaron que estaba fuerte como un cañon. Mamita pidió que el día de su muerte se diera un banquete, fiesta y misa familiar. Ordenó también que nadie llorara y que todos estuvieran contentos. Poniendo como guardiana del velorio a la tía Manuela, que nació para policía, para que sacara del mismo a los que lloraran o gritaban. Y ser vestida de blanco y enterrada al lado de Papá Amado "para ver si este se animaba a hablar".

El sábado Mamita faltó al desayuno. En su silla de cabecera de la mesa se colocó un vestido blanco y su grueso libro de notas sobre la familia. Como todos sabían que yo era el nieto seleccionado para dar a conocer la herencia, dije que el lunes a esta misma hora tenía que estar en la mesa una larga lista de más de 60 personas. Dirigiéndome a Albertico el Pajarero le dije: Mamita me pidió que te entregara hoy mismo el libro negro de la familia para que continúes la tradición.

El Santo Don Luis muy compuesto rezó una oración por Mamita que comenzaba diciendo: "Dios te salve Mamita haznos fuertes en esta tierra". El silencio después del desayuno fue roto por las risas, balbuceos y palabras entrecortadas de una bisnieta de apenas dos años que inquieta jugaba en el regazo de la madre. El Santo Don Luis la tomó en sus brazos y la depositó sobre la mesa. Los blancos dientes del cura se vieron en tierna sonrisa y preguntó a la niña: ¿Cuál es tu nombre? Esta respondió: soy Mamita. El Santo Don Luis dijo: Así sea. ¡Gracias Señor por darnos el resuello y a Mamita!


FIN


Marcelo Fernandez-Zayas
18 de septiembre de 2000
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