Aceptación de la Violencia

by Marcelo Fernandez-Zayas

Selecciono 1776 como punto de partida, por señalar esta fecha el nacimiento de esta república, pero pudiera remontarme un siglo atrás. Nacimos como nación independiente con un legado histórico de odio a un sector de nuestra sociedad: "un indio bueno es un indio muerto". Este pecado original no fue borrado por el bautismo republicano. No hubo admisión de culpa, arrepentimiento ni firme propósito de enmienda.

El indio era considerado un salvaje infrahumano, odiado y despreciado por la sociedad de entonces. Estaba tan bajo en la escala de valores existentes que los enemigos de Thomas Jefferson, en un intento de restarle popularidad, propagaron el falso rumor de que era hijo de una india. El negro, al igual que el indio, no calificaba como persona. Sin embargo, se respetaba y cuidaba su vida, cuando esclavo, por tener valor económico.

En el siglo XIX se crearon los mitos y enfrentaron las realidades que engendraron la violencia actual. Examinemos una de estas causas, hay muchas, que tiene que ver con la expansión hacia el Oeste de la nación. No incluimos la guerra civil del 1861-1865, ni la conquista territorial a expensas de México. No por falta de relevancia sino por motivo de espacio. En la conquista del Oeste había dos enemigos a derrotar: la naturaleza y el indio. Ambos perecieron, antes de ser conquistados, a manos de la prensa del Este de la nación. En el recuento periodístico de la época se minimizó la distancia y los obstáculos de la naturaleza; se maximizó la crueldad y amenaza de los indígenas; y se justificó la violencia de pioneros y vaqueros.

La naturaleza resultó ser un enemigo formidable e implacable. No se puede calcular las personas que perecieron en el intento. El indio, naturalmente, se opuso a la conquista del territorio que le pertenecía y ocupaba por milenios. "¿Cómo enfrentar invasores armados y hostiles? ¿Cómo reaccionarían los habitantes de esta nación, en el presente, si un grupo de extranjeros armados cruzan nuestras fronteras tratando de ocupar nuestro territorio? ¿Permitiríamos que nos impusieran un gobierno, una religión y un idioma ajenos a los nuestros? ¿Qué opciones ofrecían los invasores? Muerte o campos de concentración. La asimilación no era una de ellas. Los invasores no aceptaban en su seno a razas inferiores. Este es el punto de vista indio que no registra la historia". Me dijo un descendiente de los conquistados. Una prueba una vez más que la historia la escriben los vencedores.

Las pistolas y la violencia que surgieron en aquellos tiempos no desaparecieron de la escena, terminada la conquista. Se convirtieron en práctica y tradición aceptada de los "cowboys". Estos personajes fueron, desde el siglo pasado, convertidos en legendarios héroes. La prensa de entonces los popularizó, glorificó y justificó sus violencias a expensas del indio: un "indio bueno era un indio muerto". Pero, ¿la matanza entre blancos? Imperaba la ley de la frontera. Se ahorcaba una persona por robar un caballo o una vaca. Una disputa se resolvía a balazos. El más certero y rápido tenía la razón.

Del Oeste surgieron cuatro personajes que contribuyeron a propagar e institucionalizar la violencia en toda la nación: Ned Buntline (1823-1886), William F.Cody (1846-1917), Wyatt Berry Stapp Earp (1848-1929) y William B. Masterson (1853-1921). Los cuatro tuvieron muchas cosas en común: vivieron azarosamente, hicieron nombre, fama y dinero por medio de las armas. Irónicamente, todos murieron de edad avanzada en sus camas, ninguno con las botas puestas.

Buntline, prolífico escritor de novelas baratas, fue un hombre violento en su vida privada, pillo y mentiroso empedernido. Pasó a la historia por haber popularizado y romantizado a un desconocido guía campestre: el señor Cody. Este último, más conocido por su nombre publicitario de Búfalo Bill, obtuvo fama en rodeos, circos y películas silentes. Siempre disparando pistolas y haciendo blanco en indios. Wyatt Earp, dueño de "salones"--combinación de cantina, casa de juegos y prostitución--trabajaba, ocasionalmente, como matón a sueldo y policía. Bat Masterson, notorio pistolero, abandonó las planicies y se dedicó en Nueva York al periodismo y las conferencias. Escribía crónicas deportivas y en las charlas relataba y vanagloriaba de sus homicidios. Todos fueron aceptados, sin reproches ni rubor, por un público que los consideraba héroes.

El siglo XX comenzó, entre otras cosas, perfeccionando un gran invento: el cine. La primera película de gran éxito, 1903, fue "The Great Train Robbery"(El Gran Robo del Tren). Abundante en disparos, muertes y daños. Comenzó una nueva época, las películas del Oeste: la aceptación, diseminación y comercialización del desprecio por la vida humana. La siguieron películas de guerras, pandillas, policíacas, etc. El común denominador de todas era la "acción", eufemismo empleado para no decir violencia. Todos fuimos criados viendo herir, torturar y matar seres humanos. Admiramos y aplaudimos, cuando niños y algunas veces de adultos, el uso de la violencia física como forma de entretenimiento. Fuimos adoctrinados, sutil y paulatinamente, en esta forma de pensar. Pero, no entendimos a tiempo que el cine y la televisión estaban formando una sociedad insensible a la violencia. Creamos el monstruo que nos devora, a fin de entretenernos.

¿Ha visto usted en las pantallas, pequeña o grande, el estrangulamiento de una persona? ¿La tortura física de un ser humano? ¿A personas ensangrentadas y agonizantes? Por supuesto. Sin embargo, ¿Ha visto usted torcerle el pescuezo a un pollo? torturar un perro o un gato; un mono ensangrentado y agonizante, con dolor reflejado en el rostro? Tiene que pensarlo, no está seguro, posiblemente no. ¿Por qué? Porque las sociedades protectoras de animales protestarían. Estas estiman que mostrar este tipo de crueldades, además de ser de mal gusto, incitarían a que estas acciones tuvieran lugar en la vida real. Por otro lado, seamos justo, nadie a dicho ni aceptado que un perro, gato o mono para ser bueno tiene que estar muerto.

La violencia hacia seres humanos está tan arraigada en nuestra sociedad que una película o programa de televisión que no tenga "acción" es considerado aburrido. Es más, se convertido casi en una institución aceptada de la vida estadounidense. El militante negro de la década de los 60, H. Rap Brown, justificando los motines en incendios en ciudades estadounidenses, dijo una frase memorable: "la violencia es necesaria y es tan americana como el pastel de cerezas". Esta es una verdad a medias, la violencia no es necesaria. Sin embargo, está tan arraigada en la mente del pueblo que es casi un artículo de fe.


FIN


Marcelo Fernández-Zayas

Preguntas, comentarios o referencias: wpais@cais.com


Éste y otros excelentes artículos del mismo AUTOR aparecen en la REVISTA GUARACABUYA con dirección electrónica de:

www.amigospais-guaracabuya.org