Las Memorias de Machado Por José Sánchez-Boudy La Editorial Cubana Luis J. Botifoll acaba de publicar un libro: "Ocho años de lucha", que son las memorias del presidente Gerardo Machado el que lleva un prólogo explicativo e incisivo del historiador Enrique Ros. El libro se adentra en una de las épocas más convulsas de la historia nuestra, y según uno de nuestros más notables ensayistas, origen del actual régimen castrista, al que ve como una prolongación de los jóvenes del "gatillo alegre", de los grupos de acción; de todos aquellos que proliferaron en la era auténtica y que son un remanente del terrorismo contra Machado. Enrique Ros dice: "Hubo brusquedad en el gobierno. La hubo en los sectores de la oposición. Por eso, al lamentar la sangre derramada aquellos años y los errores cometidos, debemos ser considerados al medir la responsabilidad de unos y los otros". Y yo lo seré. Como Enrique. Hubo una violencia inaudita de ambas partes. De parte del gobierno asesinatos; torturas cuya responsabilidad Machado carga en la Policía; en los expertos- torturas -que el presidente niega-, y de parte de la oposición el invento de la recortada; del carro bomba que vemos en Irak hoy; de la muerte de Vázquez Bello; el invento de la bomba sorbetera; y sobre todo, aquella desesperación de tratar de volar a Machado; a su gobierno entero y al Cuerpo Diplomático acreditado en Cuba, minando el cementerio. La violencia que desde ese día nos ha perseguido, y que bajo el régimen castrista ha adquirido los más horribles matices, no para libertar, como pensaban muchos cuando Machado, de su uso, sino para sojuzgar y masacrar un pueblo". "Machado no veía -nos indica Enrique Ros en su prólogo-, lo que estaba pasando a su alrededor, y escribió: "Veremos (…) cómo con palabras del gobernante en los últimos meses de 1930, ya el caldeado ambiente se había convertido en francamente revolucionario, lo que lo llevó-se menciona en el capítulo V- a una decisión. O el gobierno se defendía y a costa de cualquier esfuerzo mantiene el orden, o se entrega la República a las facciones…" Y sobre la ceguera que acompaña a Machado y a todos los dictadores, dice Ros: "Se ha producido la expedición de Gibara, el alzamiento de Río Verde, la ejecución del capitán Calvo, acciones terroristas del ABC -porque, y hay que estudiarlo, todo el terrorismo de la oposición que he citado arriba, fue creado por nuestros más altos intelectuales desde las filas del ABC-, explosiones noche tras noche de cientos de bombas, el asesinato de González Riviera, de Pío Alvarez, de Mariano González Gutiérrez, de los hermanos Valdés Dausá, los desmanes de Arsenio Ortiz-. En cuanto a la ceguera de Machado, Ros señala cómo el Presidente veía el panorama: "En marzo de 1933 la situación cubana era clara. Nuestro presupuesto 1933-1934 debía ser de 40 millones… y ya los ingresos se calculaban en poco menos de 50 millones". Este libro, con el brillante prólogo explicativo de Enrique Ros; con la investidura de Machado en la Universidad de La Habana como Doctor Honoris Causa, respaldada por lo más granado de nuestros profesores; de nuestros mejores abogados; de nuestros mejores médicos que respaldaron; repito, al Egregio, que como se sabe, en su primer período hizo una obra monumental, no sólo con el capitolio y la carretera central y el complejo industrial de Rancho Boyeros, sino con los nuevos aranceles que nuestros más profundos abogados han catalogado de obra magna, y con la visión que tuvo siempre del Comunismo Internacional, pues basta leer lo que dijo de la conspiración roja en Cuba para darnos cuenta que vio mucho más allá de nuestros más preclaros políticos y doctores en Ciencias Políticas. Como al gran poeta Hilarión Cabrisas, el autor de La Lágrima Infinitas, el comunismo no lo engañó, y atisbó que Cuba sería ocupada por la turba roja. Yo he oído decir y he leído que Machado era poco inteligente. Pero el discurso que pronunció cuando le dieron el Doctorado Honoris Causa, dibujando su personalidad proclive a la dictadura, esa dictadura que venía caminando desde los tiempos de Zayas, cuando uno de nuestros altos políticos soñó con la supresión, lo que después hizo Machado, de la reorganización de los Partidos y el cooperativismo integrado por una élite de los Partidos que los dominarían, y a cambio de prebendas permitirían a Machado, o cualquier otro presidente, gobernar a su antojo e imponer la dictadura. En el discurso de que hablé, Machado nos habla de Mussollini, de Primo de Rivera, del Mariscal Hindenbure, de estos hombres fuertes que eran producto, según él, de la nostalgia del orden; del hombre fuerte que encaminara las naciones por senderos, decía él, de libertad y de progreso económico. Retrataba el presidente Machado sus ideas políticas, y señalaba, además, que eran los pueblos los que estaban dispuestos a obtener mejoras buscando una jefatura última. Añadía que el pueblo reclamaba que se mantuviese intacto el tesoro espiritual, formado por el patriotismo de los de hoy y los de ayer, la dignidad de Cuba enfrente de propios y extraños. Estas últimas palabras son de Machado, que así justificaba sus ideas políticas. Este libro y el prólogo de Enrique Ros, exigen que se estudie aún más hondamente, como ha hecho Ros, esta etapa de nuestra historia que, unida a la malversación y el enriquecimiento de un grupito de falsos políticos, repudiada siempre por el pueblo, el pueblo que no aceptó chivos, nos ha llevado a esta etapa sangrienta donde está en juego hasta el destino de la patria, codiciada por muchas naciones como ayer la quisieron para sí México, Colombia y la Unión Europea, y otros de nuestro Continente.
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