El toque de campanas Por José Sánchez-Boudy Me ha parecido oír muy lejano el toque de unas campanas. Moncho Norniella estaba conmigo. Tomábamos café. Yo le dije: "Moncho, ¿no te parece que hay unas campanas que suenan? Moncho afinó el oído y exclamó: "Son las campanas que llaman. Los cubanos las oímos continuamente. Son las campanas de la patria. De la Cuba Eterna, como tú dices. Suenan como las campanas de mi pueblo, Alacranes, un pueblito al que llegaban los olores de la Ciénaga de Zapata. Esas parecen las campanas de mi pueblo. Yo las tocaba, de niño, en mi pueblo". Moncho cogió la libreta que yo he cargado siempre para apuntar en ella un cubanismo, una poesía, un chiste cubano, un refrán. Moncho la apoyó contra una pared y escribió: "Las campanas de mi pueblo /que no sonaban remisas /a veces tocaban duelo /otras llamaban a misa". Y continuó: "Eran de broncos sonidos /pero llegaban al alma /entraban en tus oídos /estremeciendo tu calma". Sonaban siempre distinto. Pero cuando en el parque había verbena sonaban sin cesar. Cuando en el parque había verbena… Moncho volvía a escribir: "Deseo antes que muriera /que sonaran con delirio /y ver como yo quisiera/ Cuba libre sin martirio". Repetimos la tacita de café y Ramón Norniella Arán, al que llamamos Moncho, empieza a hablar de Alacranes, de su pueblo, empieza a hablar de Cuba. Me vuelve a hablar de la patria, esa palabra que Martí repetía contínuamente. De la que se halla en Arango y Parreño cuando aún no se decía "cubanos", sino que todo el que era de la isla recibía el nombre de "habanero" "Mira, Pepito, yo ví los carboneros en la ciénega hacer el mejor café carretero del mundo, con el carbón en la hervidura. Esa delicioso y fortísimo". Moncho, que es poeta, que me ha mandado dos poesías sobre la Cuba Eterna: "Esas palmas airosas mambisas / ron, tabaco, caña, y su yuca tierna / con noches de luna cargadas de brisa /… La Eterna". La tierra, siempre nuestra tierra. La tierra de que estamos hechos los cubanos. Esa que desde su cautiverio llama. Esa que nos ha forjado un pueblo invencible. Esa que ha creado el Exilio Histórico. Un exilio traicionado una y mil veces. Un exilio con casi medio siglo de ausencia: "Esa que se llama ausencia /que roe y mata mi alma /de la patria mi presencia /me obliga a vivir sin calma" -Norniella señala. La tierra de nuestros pueblos, nuestras ciudades que nacen sobre la tierra, unidas a ella. El bohío hecho de las palmas; el paisaje… todo lo que es la patria, la Cuba Eterna, nos sostiene. Nos sostiene la bandera del Pampero, la de la estrella solitaria. Nos sostienen los que a través de los años dieron la vida por forjar una Cuba libre; los que murieron ayer en los campos de batalla o en bartolina, como tantos patriotas, o fusilados en plena sabana, pero mirando siempre al sol que los iluminaba porque sabían que no morirían. Morir por la patria es la recompensa más alta de aquellos que fueron "el decoro de muchos hombres", como escribiera Martí. Aquí, en el Exilio Histórico, está la Cuba Eterna; están todos sus ingredientes en prosa o en poesías, en el recuerdo perenne de la misma pero sobre todo en la voluntad inquebrantable de no dialogar, de no claudicar. Aquí, en cientos de libros, hemos dejado la patria. Aquí hemos hecho los planes para su reconstrucción futura. Aquí, en la poesía de Moncho Norniella que hoy comento, está hasta el último pedazo de tierra, esa que es la argamasa que nos nutre y sobre la que generaciones heroicas construyeron la Cuba que no morirá: La Cuba Eterna. "Aquí el río San Andrés /a veces nos inundaba /y en San Juan, por tradición, /a todos los pies mojaba" -escribe Norniella. Y nos trae la ceiba milenaria, la ceiba de la leyenda, que con la palma es símbolo de la patria. La ceiba de la leyendas y el misterio; centenaria, que según la leyenda llevada por los esclavos a nuestra patria, es bendecida por los dioses, porque ella les da sombra y albergue, por eso, es que la patria cubana no puede morir, porque Olofin, la deidad máxima, (Dios, para los esclavos) encontró en ella albergue cuando llegó de Africa en busca de sus hijos a los que no pudo rescatar porque un trueno de Changó quemó la barca. Y por ahí sigue la leyenda que completaremos otro día. Alacranes con su historia, la de Manuel García, cantada igualmente por Moncho. Hemos traído con nosotros la fortaleza de la ceiba a la que Olofin le dijo que viviría sin morir jamás por el favor que le hizo, por la sombra que echó sobre su cuerpo cansado. Cuba está aquí, en esta ceiba gigantesca del Exilio Histórico; en la palma mambisa, como escribe Norniella. No nos podrá vencer. Podrán infiltrarnos, como han hecho con el exilio; podrán cerrarnos; atacarnos, pero no nos podrán vencer. La Cuba Eterna, la que inspira a poetas. Nosotros todos, los del Exilio Histórico, sus hijos que caen lo hacen "en manos de la patria agradecida, y no mueren", como nos dice nuestro Apóstol.
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