Y nacieron las estrellas: Navidad

por José Sánchez-Boudy


Josefa la negrita, mi manejadora, a la que así llamábamos para diferenciarla de Josefa la gallega, la cocinera, dos de los grandes cariños de mi existencia, me hacía cuentos. Los había oído de su padre y de su abuelo. Ambos veteranos de guerra: de la del 68 y del 95 e hijos de esclavos. Y ella me contó aquella historia. Y así nacieron las maracas, leyenda que está en mi novela costumbrista cubana El corredor Kresto.

No la olvido. Me llevaba por la tarde a rezar en una capillita que estaba situada en San Benigno y San Leonardo, en Santo Suárez, que era toda de caracoles. La construyó un albañil que se cayó de una azotea y cayendo le hizo la promesa a la Vírgen de La Caridad de levantar una iglesita como de la que hablo, sí salvaba la vida. La salvó.

Todos los días de la Caridad salía de la iglesita una procesión que iba hasta la bodega La Caridad, recuerda Carlitos Bautista, donde había una imagen de la Vírgen en una urna y allí paraba a rezar. Estaba situada, me dice Carlitos que se conoce Santo Suárez al pie de la letra, en la esquina de Durege y Santa Irene. Los que contribuían para la Iglesia veían a la procesión ir hasta sus casas. La bodega era de Ramón Navarro que murió aquí.

Josefa contó la leyenda, una tarde de la Navidad. Una leyenda oral perdida en la noche de los tiempos, en el Africa Yoruba. Los Yorubas una de las tribus africanas que fue llevada esclavizada a Cuba. “Fue, me relató, cuando en el mundo sólo había sombras. Dios acababa de crear al hombre pero no había luz. Los seres humanos caminaban como autómatas.

Unos niños que jugaban junto al agua del río sagrado construyeron un diminuto botecito y pusieron en él un bebé que armaron con el fango de la orilla. Una niña que estaba con ellos habló: “Pero necesita mamá y papá”. Y ella misma construyó con fango de la orilla pero tapizado con florecitas de las más bellas del mundo a una mujer, y su esposo, todo santidad.

Los niños pusieron al bebé, con la barca, junto al río, y a la mamá y el esposo junto a él. De pronto se rasgó el velo negro del cielo, éste se cubrió de estrellas y una de ellas bajó y se aposentó sobre el pequeño barquito donde reposaba el niño. Se sintió una música que bajaba de lo alto, millones de bongóes la tocaban y el mundo se iluminó. Los niños se vieron rodeados, de pronto, por tres reyes que llegaban, relataba Josefa la negrita, para rendir pleitesía al que llamaban Rey de Reyes y Señor del Universo y de la luz. Y así, cuentan los yorubas, nació la Navidad.

La leyenda es anterior a que el cristianismo convirtiera las cuevas de Etiopía en Iglesias de la religión Copta, que así se llama el Cristianismo en aquellas regiones, en maravillas de iglesias con un arte cristiano que es uno de los más gloriosos que creó la fe en el Señor, y mucho antes que naciera en Karkun, uno de los centros cristianos más importantes del catolicismo, de donde salieron los cruzados de piel negra que murieron por Cristo peleando, contra Solimán el Magnífico y cuya efigie, de uno de ellos, vi, en una iglesia alemana.

La Navidad, la llegada d un Redentor bajado de la claridad del orbe azul está en casi todos los pueblos del mundo. No es sólo originaria del Oriente sino que se encuentra, inclusive, entre los indios norteamericanos, como se encuentra la del Gigante o la del Diluvio Universal.

La Navidad está inmersa en el alma del ser humano y no puede ser borrada del mismo. Pertenece a lo que Jung, el psicólogo suizo, llamó el alma colectiva de la humanidad. Por lo tanto, no puede ser estirpada, como creen los que atacan, desde dentro, a este país, religioso hasta la médula, tratando de romper su estructura cristiana.

Pero no lo conseguirán. Hay que vivir en el interior de Estados Unidos, vivir en las pequeñas ciudades, conocer el americano de los campos, entrar en el verdadero corazón del país, y ver la salida de los servicios religiosos del domingo para darse cuenta que es una reminiscencia de la época colonial, pero sobre todo de aquellos hombres que llegaron en el Mayflower y construyeron esta nación. La religiosidad cristiana de los Estados Unidos es profundísima.

Aquí en mis manos tengo un libro con las fotografías de las “comunidades religiosas fundadas a través de los años en Estados Unidos, dedicadas al bien, al culto del Señor. Muchas han desaparecido y sólo quedan ruinas de su antiguo esplendor; de otras quedan las fachadas monumentales. Todas han sido sustituidas por nuevas colonias que pululan a lo largo de la geografía de los Estados Unidos.

Hay que ver la ciudad de Dios de San Agustín en el Viejo Salem, en Carolina del Norte, en Winston Salem, para que se sienta el calibre religioso de este pueblo. Hay que leer los anuncios de la época, del Siglo XVIII, hablando de la belleza de estados como Georgia, donde se afirmaba que en él estaba el paraíso terrenal. Hay que ver cuando llegan los misioneros y ponen sus enormes tiendas para predicar, los pastores itinerantes, y el fervor de los que gritan “Aleluya”; de los que están formados en la tradición del trabajo rudo como vía de conquistar el Paraíso en la Eternidad.

Tiene razón la señora Zenaida Bacardí; la Navidad no desaparecerá. El buscar a Dios, en creer en el Redentor, en buscar la verdad revelada fue todo puesto por el Creador en la Naturaleza del ser humano. Cristo vencerá como derrotó a Juliano, el Emperador romano que gritó en la agonía. “Venciste Galileo”. Juliano el Apóstata.


FIN



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