HACE 128 AÑOS


El 23 de noviembre de 1871, en horas de la tarde, alumnos del primer año de Medicina de la Universidad de La Habana, se encontraban en el anfiteatro de anatomía "San Dionisio", al lado del antiguo cementerio de Espada, en La Habana, esperando la llegada de un profesor que haría una clase práctica en el mismo. Como el profesor se demoraba, los más inquietos, como entretenimiento, decidieron realizar un paseo por el cementerio en el coche fúnebre de la Escuela de Medicina. Fueron ellos Anacleto Bermúdez, Angel Laborde, José de Marcos y Medina y Pascual Rodríguez y Pérez. Esa tarde, Alonso Alvarez de la Campa, uno de los estudiantes mas jóvenes, tenia sólo 16 años, tomo una flor de una de las tumbas.

El 25 de noviembre, el gobernador político de La Habana, Dionisio López Roberts visitaba el cementerio cuando el sereno del mismo, para congraciarse con dicho funcionario, creó la historia de que habían profanado la tumba del periodista español Gonzalo Castañón, director de "La Voz de Cuba" y que había caído en Cayo Hueso a manos de separatistas cubanos. El sereno, como prueba de la "profanación" mostró una raya en el cristal de la tumba, que posiblemente hacia tiempo estaba.

Con mucho alarde político, el gobernador López Roberts reunió a un grupo de policías y voluntarios y se dirigió a la Escuela de Medicina ordenando el arresto de 50 estudiantes. (Hacia tres años que Carlos Manuel de Céspedes había iniciado la guerra contra el coloniaje español y los miembros del Cuerpo de Voluntarios, una especie de milicia, eran despreciados tanto por los criollos como por las autoridades españolas a quien servían). Como una jauría los Voluntarios, en busca de un bocado justificativo, exigían el fusilamiento de dichos estudiantes. Tan solo tres días después, se reunió un Consejo de Guerra y se erigió un tribunal verbal, sin investigaciones ni documentaciones. El Segundo Cabo, Romualdo Crespo, autoridad militar encargada, ya había prometido el fusilamiento a los lideres del Cuerpo de Voluntarios.

Por procedimiento, fue designado el Capitán Federico R. Capdevila, abogado defensor de los acusados. Al comenzar aquel simulacro de juicio el pundonoroso oficial iniciaba una brillante defensa con las palabras: "Me toca la honra de comparecer en este tribunal para levantar mi voz en este triste, lamentable y esencialmente repugnante juicio, llevado a cabo por la fuerza, por la violencia y el frenesí injustificable de un puñado de irresponsables revoltosos del Cuerpo de Voluntarios". A pesar de la brillante defensa del Capitán Capdevila, cuya base principal descansó precisamente en testigos de que el rayado en el cristal de la tumba de Gonzalo Castañón era antiguo, el tribunal declaró culpables a los acusados, pero no fueron condenados a muerte. Esto exacerbo a los miembros del Cuerpo de Voluntarios, que a estas alturas se habían amotinado, y lograron que Romualdo Crespo, para calmarlos, organizara inmediatamente un segundo Consejo de Guerra cuyo tribunal, para complacencia de los amotinados condenó a la pena de muerte a ocho estudiantes y a treinta y cinco a presidio por términos de seis años a unos, cuatro años a otros y a seis meses el resto, dependiendo de la influencia o conexión con el gobierno militar español de sus familias.

Al día siguiente, 27 de noviembre de 1871, en la Plaza de la Punta, fueron fusilados por un delito no cometido, solo para satisfacer a una jauría sin honor, los siguientes Estudiantes de Medicina: Alonso Alvarez de La Campa, José de Marcos y Medina, Carlos Augusto de La Torre, Eladio González y Toledo, Pascual Rodríguez y Pérez, Anacleto Bermúdez, Angel Laborde y Carlos Verdugo.

El Capitán Federico R. Capdevila, en un arranque de ira por la injusticia que se cometía, al final del juicio desenvainó su espada y rompiéndola en dos contra su rodilla exclamo: "Esto es un hecho indigno que deshonra España y a su ejercito." Finalizando así una carrera que hubiera podido ser brillante. Viajo a España, quizás fue expulsado del Ejercito y su vida se haya perdido en rumbos oscuros y desconocidos. Pero su actitud honrosa y valiente hizo que su nombre pasara a la historia para siempre unida a los inocentes que defendió.


FIN


José Luis Fernández

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