LA MECANICA TOTALITARIA

por Hugo J. Byrne


Algunos se asombran de la facilidad y presteza con que los neomarxistas y otros miembros de la fauna izquierdista latinoamericana son capaces de establecer arreglos y alianzas con los fanáticos del Islam terrorista. ¿Cómo, se preguntan, puede forjarse un acuerdo honesto y duradero entre los partidarios de un estado teocrático y los que procuran avanzar una sociedad mesiánica y totalitaria, pero esencialmente atea? La respuesta es muy simple: no puede existir un acuerdo duradero u honesto entre quienes nunca han practicado honestidad. Todo acuerdo o alianza de esa índole es forzosamente de naturaleza temporal y de conveniencia.

En realidad existen varias razones temporales a esa alianza y un permanente denominador común. El denominador común es el enemigo liberal, democrático y capitalista. Alianzas de ese género no son nuevas y si algo nos enseña la historia es que no deben menospreciarse. Su potencial para infligir daño es temible. Recordemos que con el ataque japonés a Pearl Harbor se concretó una alianza tan absurda como parecida a la que se perfila hoy entre Venezuela e Irán. Solamente que, en ciertos aspectos, esta última es potencialmente más peligrosa.

¿Cómo podía establecerse una comunidad de intereses entre la Alemania de Hitler y el Imperio Japonés? ¿Había alguna semejanza entre esos dos aliados? De una parte un dictador totalitario al frente de una mafia político-militar atea, imperialista y agresiva, con orígines definitivamente plebeyos y cuya mística revolucionaria se basaba en una pretensa superioridad racial de los pueblos germánicos del centro de Europa, sobre el resto del género humano, con la pobre y dudosa cooperación de un aliado que eventulmente se degradaría en satélite: La Italia del dictador populista Benito Mussolini.

De la otra, un quintaesencialmente místico y milenario imperio oriental, isleño, étnicamente homogéneo, en el que el soberano era el máximo exponente de la fe nacional: Una deidad viviente, imbuída en esa época de la tarea mesiánica de liberar a los pueblos del Asia de la nociva influencia blanca y occidental. ¿Eran acaso los alemanes otra cosa que occidentales y blancos?

Por otra parte, ¿carecían los nazis de intereses imperialistas en el Pacífico que pudieran entrar en conflicto con los del Imperio del Sol Naciente? Hitler aseguraba que esa parte del mundo se encontraba fuera de la “esfera de influencia” del Tercer Reich. Pero sucedía que todas las promesas extendidas por Hitler tenían idéntica credibilidad que las historias de los hermanos Grimm. Esto quedó ampliamente demostrado con el ataque a Polonia en 1939, en violación flagrante de las garantías de Munich y aún más acusadamente en su invasión en la primavera de 1941 del feudo de Pepe Bigotes, con quien había suscrito un “pacto de no agresión” para el repartimiento del territorio polaco. Esa acción marcaría el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

A pesar de no poseer fuentes propias de combustible, Alemania Nazi y el Japón Imperial le infligieron un considerable sangramiento a la humanidad, trauma cuyas consecuencias aún sentimos después de casi 62 años de finalizada la Guerra Mundial. ¿De qué envergadura es el peligro que representa el nuevo “eje del mal” Teherán-Caracas, que literalmente está nadando sobre un mar de crudo y cuyo contínuo abastecimiento del apetecido combustible es vital para una gran parte del planeta?

La realidad es que tanto el Primate de Venezuela como el enano cejijunto de Teherán confrontan ciertas dificultades que podrían ser explotadas inteligentemente por Estados Unidos, si este fuera su propósito. Irónicamente, Irán, uno de los primeros productores de petróleo en el mundo, se ve en la necesidad de importar gasolina para agregar un 40% a la producción de su única refinería para cubrir la totalidad de sus necesidades domésticas. Una simple dificultad continuada en esa refinería tendría el efecto de paralizar virtualmente a esa nación y en consecuencia obstaculizar enormemente sus malévolos tejes y manejes, incluídos la exploración nuclear de usos militares y la quinta columna shihita en Iraq.

Pero esa misma realidad también nos indica que Washington (por lo menos hasta el presente) no se dispone a tomar una iniciativa en el problema. En esto parece haber un consenso de ambos partidos, tanto en ambas cuerpos legislativos como en la Casa Blanca. La presente situación es de compás de espera y esta es reflejo de una posición aún más opuesta a una actitud de firmeza por parte de los miembros del pomposo e inútil “Consejo de Seguridad” de Naciones Unidas y en especial de de nuestros “colaboradores”, Rusia y China.

El Primate de Venezuela atraviesa también por un momento de dificultades con quienes hasta ahora habían sido sus más firmes aliados, tanto en el ambiente doméstico como entre sus vecinos de Sudamérica. Primero fue su ataque a quienes deseen desarrollar fuentes alternativas de energía, el que supuestamente corearan Fifo en el libelo “Granma” y el cocalero aborigen de Bolivia. Esa perreta fue rechazada de plano por el Presidente de Brasil. Más tarde su decreto cerrando una muy popular estación de televisión, fue respondido con una protesta multitudinaria de estudiantes. Ambos eventos produjeron reacciones críticas oficiales en otras áreas del Continente. Ciertas investigaciones indican que existen profundas diferencias de opinión entre los más tradicionales seguidores del Primate y que su predicamento entre las Fuerzas Armadas, hasta hace poco consideradas su más firme sostén, no parece tan universal en estos días.

En este vital asunto tampoco se atisba la menor indicación de que Estados Unidos trate activamente de oponer alguna iniciativa a la contínua ofensiva antinorteamericana del Primate, aprovechando lo que aparece como una oportunidad perfecta para ello. Por el contrario, fuera de algunas declaraciones de funcionarios de tercera categoría en el Departamento de Estado, la reacción de Washington varía entre la indiferencia y la conciliación.

Ni siquiera las más duras y recientes lecciones de la historia parecen conducir al entendimiento por parte de Washington, de la mecánica que rige las acciones de los totalitarios.



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