CUBRIENDO DOS TEMAS MUY DIFERENTES Por Hugo J. Byrne UnoMi última columna “A mano Sucia”, inspiró un sinnúmero de mensajes positivos de lectores en dos continentes. Agradezco a todos sus frases laudatorias. No puedo incluir los nombres de cuantos aplaudieron por falta de espacio, pero deseo mencionar dos mensajes en particular: el de mi amigo Esteban Fernández (“La Nota Breve”, quizás la columna más leída por el destierro cubano en la actualidad) y otro que recibí desde Madrid firmado por otro colega y amigo de la Red, Luis Baralt, antiguo embajador cubano y brillante analista del exilio. Recibí un sólo mensaje crítico (hasta el momento de escribir este trabajo). Estaba firmado por la señora Lillian Castañeda, viuda del periodista Carlos M. Castañeda, antiguo Director y Editor del Nuevo Herald, posiciones que ocupara hasta su retiro y que están hoy en manos de Humberto Castelló. Aunque el objetivo de ese trabajo era denunciar una vez más el sangriento pasado y la actitud arrogante de criminales castristas recibiendo protección e inmunidad oficial en Estados Unidos (mientras los patriotas son perseguidos y encarcelados), no podía exonerar a quien le sirviera de tribuna a uno de ellos. Tribuna para ofender impunemente la memoria de sus víctimas. Porque la rata entrevistada es nada menos que un vulgar asesino de cubanos inocentes. En su mensaje la Sra. Catañeda defiende esa acción en nombre de la libertad de prensa y agrega que “yo y otros como yo”, nada sabemos de ella. Afirma que maltraté a Oscar Haza y que pretendo que se autocensure y sólo entreviste a los de mi agrado, repudiando a quienes no lo sean y a los “conflictivos”. Agrega que el objetivo de los programas de discusión es informar al público y que de no haber sido por el de Haza ella no habría sabido sobre Rodríguez Menier. Como ejemplo de entrevistas conflictivas la Sra. Castañeda menciona la que hiciera su difunto esposo al notorio Charles Luciano (“Lucky”) en 1955. Dice que a ella le habría encantado oir hablar a Weyler, a Hitler o a Mussolini, aunque los condena, porque eran personajes históricos importantes. Que a nuestro pesar, Rodríguez Menier tuvo más que ver con la Historia de Cuba que ella o yo. También la ofende que llamara al Nuevo Herald Nuevo Granma. Termina su mensaje citando una larga lista de conocidos contribuyentes del Nuevo Granma. Por razones de espacio no reproduzco literalmente su mensaje, pero confío que su autora reconozca el párrafo que precede como honesta sinopsis del mismo. A continuación analizo sus críticas. La Sra. Castañeda confunde la libertad de prensa con la responsabilidad ética que debe regir su ejercicio. En ningún lugar de mi artículo (o en ningún otro entre los centenares que he escrito desde el destierro en ambos idiomas) desafié el derecho de nadie a entrevistar a quienquiera, se llame Rodríguez Menier, Hitler, Mussolini o Weyler (en caso que consiguieran un espiritista para comunicarse con estos tres últimos en el infierno). Lo que afirmé en ese ensayo y repito aquí es que la entrevista fue un insulto cobarde a los cubanos. A diario podemos ver en televisión entrevistas antagónicas de periodistas reales a individuos deshonestos que burlan la justicia, como las confrontaciones de Bill O’Reilly en Fox News, con jueces prevaricadores y los caraduras que los defienden. ¿Puede honestamente compararse eso con la actitud pasiva de Haza ante Rodríguez Menier? El “Coqui fue tratado con guantes de seda. ¿Qué le impedía conducir una entrevista verdaderamente antagónica si ese era el objetivo? ¿La presencia de los guardaespaldas? No oí la entrevista de Castañeda con Luciano en 1955. Sé que ese “capo” no estaba en Italia por su voluntad, sino deportado por tribunales norteamericanos. Sin embargo, confío que si Luciano le hubiera dicho a Castañeda que vender cocaína al por mayor era una actividad legítima por la que no tenía que pedir perdón a nadie, este último lo hubiera puesto en su lugar. Por lo demás, Luciano, Capone, Dillinger o Manson son querubines del cielo comparados al “Coqui”. Obtener información es una responsabilidad inalienable en adultos, (especialmente para exiliados políticos). Un programa televisado de discusión no es fuente informativa, sino foro en el que los participantes debaten temas de actualidad. Cuando “nos enteramos” de lo que ocurre sólo a través de este medio, corremos inminente peligro de convertirnos en “Joe six-packs” con acento español. Es absurdo que la señora Castañeda aprendiera de la existencia de Rodríguez Menier en el 2007 y a través del programa de Haza. Entre muchos otros, un servidor ha escrito sobre esta rata desde su defección en Viena hace 20 años. Estoy de completo acuerdo que informarse es imprescindible antes de cubrir cualquier tema. La Señora Castañeda, quien confunde insultos con definiciones, no sabría del “Coqui”, pero Haza sí sabía. Haza deliberadamente lo convirtió en noticia de nuevo (lo cual quizás sea marginalmente positivo), pero sólo a nivel local y con fines comerciales. Cuando decidió entrevistarlo pasivamente, sabía también que ello acarrearía una reacción visceral del exilio activo. No lo hizo para informar, pues en justicia, esa no es su responsabilidad. Su responsabilidad son los “ratings”. Yo no he insultado a Haza, simplemente lo he descrito. Debo admitir que no fui del todo justo con el presentador; pequé de muy generoso. En cuanto al Nuevo Granma, le propongo un trato a la Señora Castañeda. Le prometo solemnemente que nunca más lo llamaré Nuevo Granma a partir del instante en que sus ejecutivos demuestren cómo es posible que un día después de que en la llamada “Mesa Redonda” (programa televisado de propaganda castrista de La Habana) se anunciara “que los periodistas mercenarios asalariados del Imperio han de recibir su merecido muy próximamente”, varios contribuyentes del Nuevo Granma fueran sumariamente despedidos, acusados precisamente de recibir pagos de organismos federales norteamericanos. Que ambos eventos ocurrieran en esa secuencia por casualidad tiene las mismas posibilidades estadísticas que una tormenta de nieve en el infierno. Irónicamente entre los periodistas en la lista que compuso la Sra. Castañeda hay por lo menos dos que fueron incluídos en esa inicua cesantía colectiva que el indignado clamor comunitario lograra revertir. Hay un tercer despedido, Pablo Alfonso, quien curiosamente no aparece en su lista. Esa omisión se debe a que su dignidad profesional le impidiera continuar trabajando para El Nuevo Granma. DosSe apagó para siempre la voz vibrante de Agustín Tamargo, quien desde Radio Mambí de Miami durante dos décadas defendiera tan genialmente los ideales más preclaros del destierro y los intereses más genuínos de Cuba. Me angustia escribir su nombre en el mismo contexto en que hago referencia a detritos como Rodríguez Menier. Son necesidades inherentes a la lucha nuestra, por las que suplico con humildad el perdón de los amables lectores. Necesidades que Tamargo habría comprendido perfectamente. No siempre coincidí con Tamargo y en más de una ocasión me sentí obligado a disentir de sus opiniones con el énfasis y la pasión que me animan cuando se discute la libertad de Cuba. Se trata de diferencias sobre los medios, nunca sobre los objetivos. Porque siempre oí y respeté sus argumentos por genuínos, honestos y cubanos. Nunca compartí su entusiasmo por la llamada “disidencia”, por razones muy esenciales, harto conocidas de los lectores. La última vez que lo vi en el área de Los Angeles, Tamargo afirmó que la única vía de retorno a nuestro país para los desterrados pasaba por los cuarteles del castrismo y una imprescindible alianza a militares del ejército de Castrolandia entre aquellos que tuvieran “las manos limpias”. Aquel día Esteban Fernández y Angelito Torres le contestaron con firmeza que preferían el destino de Francisco Vicente Aguilera, quien muriera desterrado y en el olvido, antes que pactar con los responsables de la esclavitud de Cuba. Yo habría podido agregar otra razón de índole práctica a la noble íntransigencia de mis dos compatriotas: no existían entonces ni existen hoy militares en activo en Castrolandia, “con las manos limpias”. Todos disentimos a menudo con el parecer de nuestros padres, hermanos o hijos, pero cuando oímos respetuosamente su autorizado criterio, no es necesariamente por compartirlo ni porque tengan nuestra misma sangre, sino sólo cuando con su proceder se ganan ese respeto y esa atención. Son parte de nuestra famila, porque hablan y actúan como familiares nuestros. Y eso era Agustín Tamargo; un hermano ilustre de nuestra gran famila cubana desterrada. En la mejor tradición del periodismo cubano, su pluma fue su trinchera. Nunca la comprometió. Nunca claudicaría de sus ideales. Era exiliado cubano por antonomasia y lo fue hasta el final, sin pedir ni dar cuartel. Dotado de rara capacidad de análisis, Tamargo absorbió las ideas expresadas por Fernández y Torres y ese análisis se reflejaría sutilmente más tarde, de mil formas, en su opinión editorial. Escritor de prosa inspiradísima, Tamargo expresaba cubanía con cada emocionada frase de su brillante discurso, ya fuera escrito o verbal. Como lo hiciera en esa “Mesa Revuelta”, programa que presidiera en Radio Mambí con la autoridad oratoria de un verdadero virtuoso del debate político. En mi criterio, desde la fundación de la República pocos periodistas cubanos igualan su excepcional combinación de fidelidad a sólidos principios éticos, conocimiento de nuestra historia y habilidad literaria fuera de lo común. Todo un carácter humano, Tamargo no era perfecto y podía ser difícil y contradictorio. No era “santo de la devoción” de más de uno. Pero era universalmente respetado. En su profesión, no queda nadie como Agustín Tamargo en nuestro exilio. Pertenecía a una clase por sí sólo y su deceso es una pérdida irreparable. Hasta pronto Agustín, descansa en paz. Nos reuniremos en Cuba libre.
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