EL ESPIRITU DEL 68 Por Hugo J. Byrne A veces cuando me hastío de golpear el “keyboard” electrónico (un sentimiento que a veces asalta a todo aquel que escribe), o de leer algún tema de escaso interés, me dedico a consultar la historia. Indagar algún dato en “la Red” o en la enciclopedia más cercana puede a veces también producir aburrimiento cuando se hace forzado por los estrechos límites de tiempo requeridos para poner “on line” una columna semanal. Sin embargo, cuando la pregunta responde a un espontáneo reclamo intelectual, la consulta se convierte (para mí) en un goce extraordinario. Me brinda oportunidad de releer algunas materias que casi puedo memorizar, pero cuyo repaso entraña gran satisfacción. Entre esas incursiones en el pasado, ninguna se aproxima en deleite al drama del primer gran esfuerzo cubano por alcanzar la independencia. Lo más impresionante en el estudio del proceder heroico de nuestros fundadores durante esos años que precedieran a nuestro amanecer como nación, no es sólo que demostraran la naturaleza de las raíces económicas liberales de nuestra independencia, sino la enorme convicción de carácter con la que enfrentaran el final insatisfactorio de la contienda y optaran por el exilio como medio, nunca como fin. Los próceres de la Guerra Grande sentaron la pauta, no sólo de su visión genial de lo que debe ser Cuba, sino de lo que inexorablemente llegará a ser algún día no lejano. Familiarizarnos con la extraordinaria biografía de individuos como Aguilera y Céspedes, Mármol y Figueredo, Zambrana y Agramonte, analizar tanto su pensamiento como su conducta vertical en la consecución de un noble modelo social y económico, antípoda de cuanto representaba entonces la bárbara burocracia colonial (la misma que impone hoy el castrismo), equivale a aprender cubanía. No en balde los totalitarios que esclavizan a Cuba desde 1959 trataran en un principio de “reeditar” la historia, presentando a los jefes insurrectos del 68 como mezquinos terratenientes en defensa de su peculio por sobre el interés nacional. Ese esfuerzo totalitario por caricaturizar negativamente el patriotismo de quienes forjaran nuestra nacionalidad fue parcialmente abandonado por la docencia castrista más tarde, al comprobar que era contraproducente a sus fines. Sin embargo, los infiltrados protocastristas de aquí, réprobos morales todos y dignos herederos políticos del integrismo, se amparan en libertades y derechos que desprecian y que derogarían si pudieran, para atacar insidiosamente al exilio militante con argumentos de significativa similitud a los usados por los gacetilleros coloniales de La Habana y Madrid contra los exiliados de 1878. Entonces, los cubanos militantes de la independencia que marcharon al destierro fueron declarados perdedores en la guerra, sus propiedades confiscadas, sus expresiones y actividades denunciadas como antipatrióticas y delictivas y su mera existencia escarnecida como absurda y estéril. ¿Alguna semejanza con el presente, amigo lector? El contraste dramático entre la vida laboriosa de una comunidad eminentemente responsable del extraordinario progreso alcanzado por el sur de La Florida en los últimos 48 años frente al atraso y la miseria de una sociedad cubana forzada a vivir de nuevo en condiciones similares a las de la época colonial durante el mismo espacio de tiempo, es aparentemente invisible a los propagandistas del castrismo. En realidad no lo es. Pretenden no ver la diferencia. El déficit no es de percecpción de la realidad, sólo de vergüenza. Los propagandistas (…¿agentes?) más o menos encubiertos de Castrolandia en el “Nuevo Granma”, como el adiposo Alejandro Armengol, su cófrade Andrés Reynaldo y la hasta ayer gacetillera del Granma (original) Lissete Bustamante, copia fiel de los compañeros de viaje que ampara Modesto Maidique en Florida International University (FIU), dedican la inmensa mayoría de sus diatribas a denigrar del exilio militante y rendir ridícula y absurda pleitesía al “raulismo pragmático y reformador” (como el Profesor Lisandro Pérez). Otro tanto hicieron sus legítimos antecesores políticos contra los patriotas cubanos del 68 en sus rotativos de Madrid (y de La Habana hasta 1899). Cierta prensa peninsular antinorteamericana y anticubana (y por consecuencia enemiga histórica de los verdaderos intereses de España), también tiene sus orígenes en los años difíciles que precedieran a nuestra independencia. La hermandad de ideales entre los fundadores de la Unión Norteamericana y la generación de cubanos que desatara la rebelión del 68 no es nada que amerite recordatorio. Sobra leer el discurso de Agramonte en la oportunidad de su investidura como abogado para entender su fraternidad de ideales con Thomas Jefferson, en lo que se refiere a los límites imprescindibles que demanda el poder del estado cuando coarta o interfiere con las libertades del individuo. Esgrimiendo esa legítima comunión de aspiraciones sociales como excusa, Zambrana y Agramonte han sido y son todavía objeto de infundadas acusaciones de anexionismo. Esas acusaciones históricas tienen sus espurias raíces en supuestamente “opuestos” bandos políticos. Es aquí donde el más rancio franquismo se abraza al zapaterismo afeminado con mal disimulada emoción. Ese equívoco abrazo ideológico se concretaría física y hediondamente hace más de una década entre el Tirano Castro y el otro gallego, Fraga Iribarne, en San Pedro de Láncara, ante la choza en que el viejo Angel Castro infortunadamente vegetara, esperando por su oportunidad de servir al mal bajo la bandera de Weyler en Cuba. Empero, José Martí, jefe indiscutible de la rebelión independentista definitiva de 1895 (y cuya influencia positiva en el destino cubano fuera también recientemente impugnada por los repulsivos protocastristas Armengol y Reynaldo), siempre tuvo una opinión favorable del 68, cuyo espíritu inmarcesible cantó en uno de sus vibrantes sonetos juveniles.
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