HOMENAJE A UN SOLDADO NORTEAMERICANO Por Hugo J. Byrne Pregunta: “¿Qué sabes tú de tácticas militares, Fred?”
Respuesta: “No mucho, pero compré un manual sobre el tema, ya he leído la mitad y para cuando llegue mi tren a San Francisco habré terminado el libro y aprendido todo lo necesario”. Al alba del 28 de agosto de 1897 el Comandante del Ejército Libertador de Cuba Frederick. N. Funston estudiaba los reductos y tricheras con alambre de púas protegiendo la población de Las Tunas, al extremo occidental de la provincia de Oriente. Las Tunas era la segunda ciudad más fortificada de las fuerzas coloniales después de Santiago, Capital de la provincia. Funston estaba a cargo de la novel artillería insurrecta (una batería de seis cañones) y a las órdenes directas del General Calixto García Iñiguez, jefe cubano en la zona oriental. A diferencia del occidente cubano donde Máximo Gómez burlaba a Weyler con su campaña de movimiento y quema de cañaverales, Oriente en el verano del 97 era zona de guerra estática, donde las tropas coloniales ya se habían resignado al embotellamiento permanente en los centros urbanos. Los soldados de García, dueños del campo en la provincia de mayor extensión de la Isla, se dedicaban a cortar líneas de abastecimiento y sitiar donde fuera posible a los atrincherados penisulares. Esa táctica, usada por primera vez ante Cascorro, dio positivos y dramáticos resultados, incluso en lugares fuera del territorio oriental, como la toma de Guáimaro. A veces también resultó en serios reveses, como en Jiguaní. Tomar Tunas para García entrañaba la obtención de un imperioso objetivo inmediato: alimento para la tropa. La combinación de la “Reconcentración” de Weyler y las actividades agresivas del “U.S. Revenue Cutter Service” (precursor del Servicio de Guardacostas Norteamericano y el que también protegía los intereses de los tiranos en Cuba) no habían podido detener la presión militar insurrecta, pero sí el aprovisionamiento de comestibles. Las despensas en Las Tunas rebosaban de harina y enlatados, extremo bien conocido por García y Funston y el que fuera enfatizado por ambos en sus arengas a la hambrienta tropa cubana. ¿Qué pensamientos serían los del diminuto aventurero, famélico, febril de malaria y vestido en harapos, mientras obsevaba las fortificaciones que se disponía a pulverizar? ¿Quizás en el frío que pasara en el invierno de 1893, cuando explorara por sí solo el Klondike, estudiando la flora de Alaska? Para salir de ese aprieto Funston contruyó solito un rudimentario bote en el que remara decenas de millas hasta la desembocadura del Río Yukon, donde un buque con rumbo a California milagrosamente lo localizara y recogiera. ¿O quizás pensaba en cuando abandonara sus estudios universitarios en 1890 sin haber alcanzado un título académico, para unirse a una expedición del Departamento de Agricultura a las tierras bajas de Dakota? ¿O quizás en los servicios que prestara para el mismo Departamento de Agricultura en el Valle de la muerte de California al año siguiente? Con una apariencia física que disfrazaba su vigor, el insurgente de cinco pies y tres pulgadas de estatura y ciento veinte libras de peso, recibiría su bautismo de fuego en la campaña independentista de Cuba. Más que sus conocimientos de guerra, su natural talento táctico y fiereza en el combate, le ganaron promoción a Comandante. Le fue bien difícil ingresar al ejército mambí. El temor a los espías de Madrid obstaculizó su reclutamiento por muchas semanas. Pero, “Fearless Fred” (Fred sin miedo), como lo llamaría la prensa después de sus hazañas de Filipinas, no era hombre que se diera por vencido ante ningún obstáculo. Se presentó a la Junta Revolucionaria Cubana como “experto en artillería”. Ya en Cuba y ante la imperiosa mirada de Máximo Gómez, admitiría su ignorancia, ganándose la indulgencia del viejo soldado. Las Tunas capituló en dos días, devastada por los cañones de Funston. La guarnición española sucumbió víctima no tanto del cañoneo insurrecto, como de la sorpresa que representara el uso de semejante arma por parte de las fuerzas cubanas. Para premiar su “Victoria de las Tunas”, García promovió a Funston al grado de Teniente Coronel. Pocos días después la malaria se ensañó en el insurrecto norteamericano, forzando su evacuación. De regreso a Estados Unidos y victorioso también sobre la fiebre, al desencadenarse la guerra entre España y Norteamérica Funston fue comisionado como Coronel del contingente voluntario que Kansas enviara para contribuir a la “pacificación” de Filipinas. Al capitular España, las hostilidades continuaron al no reconocer Washington la independencia de las islas del Pacífico. Rebeldes al mando del patriota Emilio Aguinaldo atacaron los emplazamientos norteamericanos en los alrededores de Manila en febrero de 1899. En ese combate fueron los voluntarios de Kansas quienes lograron establecer una cabeza de playa en la ribera opuesta de Río Grande en la zona de Calumpit. El encuentro ocurrió después que los insurgentes destruyeran el puente en dicho río, deteniendo temporalmente el avance norteamericano sobre Caloocan, la capital rebelde. Por esa acción heroica realizada desafiando una verdadera lluvia de plomo, los soldados rasos Trembley y White y el Coronel Fuston recibieron la Medalla de Honor. Una semana después Funston fue ascendido a Brigadier. Poco tiempo después las unidades de voluntarios fueron disueltas y para ese propósito Funston recibió la orden de reportar a San Francisco. A su regreso a Norteamérica en vez de ser licenciado del servicio militar, el antiguo insurrecto de Cuba fue informado de su transferencia inmediata al Ejército de los Estados Unidos. Washington no tenía intención de prescindir de un soldado tan notable y nunca encontraría motivos para arrepentirse. En marzo de 1901 Funston desembarcó del cañonero Vicksburg en la Bahía de Casigurán, a poco más de cien millas de la capital guerrillera. Su unidad se componía de otros cuatro oficiales norteamericanos y unos ochenta selectos constabularios filipinos, entre los que se contaba un desertor de la guerrilla que conocía el escondite de Aguinaldo. Pretendiendo ser prisioneros de una unidad guerrillera representada por los constabularios, Funston se introdujo subrepticiamente en el cuartel general de Aguinaldo, haciéndolo prisionero. La operación, ensayo brillante de futuras acciones de fuerzas especiales, culminó en éxito completo, permitiendo la pacificación del Archipiélago (a excepción de la insurgencia de los llamados “Moros”, fanáticos musulmanes que mantuvieran acciones de terror en Mindanao durante dos años más). A veces ciertos individuos se ven en posición providencial de proteger a la sociedad para enfrentar catástrofes, aliviando sus tragedias. Tal fue el caso de Funston, quien estaba al frente de la guarnición de Presidio durante el terremoto y consiguiente devastador fuego de San Francisco en 1906. Gracias a su rápida y enérgica actividad se salvaron vidas, se logró que los abastecimientos llegaran a los damnificados y se evitó el saqueo, a pesar de que nunca se llegara a declarar la ley marcial. En abril de 1914, cuando las relaciones de Estados Unidos y México llegaran a ponerse al rojo vivo por el golpe de estado del General Victoriano Huerta y el asesinato del Presidente Francisco Madero, fue Funston quien al frente de 8,000 soldados e infantes de marina ocupara Veracruz. Un barco alemán que por orden del Kaiser se disponía a desembarcar armas y pertrechos para Huerta tuvo que darse a una precipitada e ignominiosa fuga. En esa oportunidad Funston (quien no era “políticamente correcto” sino bastante bocón), incurrió en el desagrado del Presidente Wilson con poco diplomáticas declaraciones a la prensa sobre la incapacidad del ejército mexicano y la disposición de su comando para “tomar la capital”. Como más tarde McArthur en Corea, Funston fue relevado de su mando en Veracruz. Poco tiempo después, la incursión de Pancho Villa en Nuevo México encontró a Funston al mando militar de esa zona. Empero, Wilson, exasperado por la “cabeza caliente” de “Fearless Fred”, le ordenó enviar al frente de la expedición punitiva de México a su subordinado, el General John (“Black Jack”) Pershing. Pershing quien como Funston era veterano de Cuba y Filipinas, terminó la empresa con dudoso éxito. Cuando en 1917 Estados Unidos declaró la guerra al Imperio Alemán, nadie dudaba que Funston comandaría las tropas expedicionarias de Estados Unidos en Europa. Esta vez no fue Wilson: el destino escogió de nuevo a Pershing. El 19 de febrero de 1917, después de cenar con varios amigos en el Hotel Saint Anthony de San Antonio Texas, aledaño al Fuerte Sam Houston (su Cuartel General), el Mayor General del U.S. Army Frederick N. Funston se disponía a escuchar los acordes de la orquesta. Segundos después el guerrero perecía víctima de una coronaria masiva. Frederick Funston fue uno de los hombres que forjaran la independencia de Cuba a fuerza de bravura y dedicación, a pesar de que como el Generalísimo Máximo Gómez y otros muchos, naciera en el extranjero. Honor a su memoria.
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