EL FINAL

Por Hugo J. Byrne


“Los que fueron del déspota lacayos

no deben, no, salir de su entreguismo:

¡quédense arrodillados los que nunca

tuvieron fe ni en Dios, ni en su destino!

¡Eunucos de la patria, en la sombra

viviréis, cual la sierpe en su escondrijo!



¿Es preciso luchar? ¡Pues que ninguno

retroceda en el áspero camino!

¡Alcémonos del modo que en la selva

los viajeros, al verse amenazados

por las fieras salvajes, que los miran

sin que puedan saciar sus apetitos!



Nunca premia a los débiles el triunfo,

sino a quienes encaran el peligro;

a los que saben desafiar la muerte

pasando por encima de un abismo,

sobre el que no hay más puente que un cabello,

ni asidero más próximo que un hilo…”

Bonifacio Byrne (fragmento del poema “Con los buenos”).



En la historia existen dos categorías y dos solamente; actores y espectadores. La muy trágica historia de nuestra patria durante estos últimos y fatídicos 48 años no ha sido única ni diferente a esa generalización. La inmensa mayoría de los cubanos, aún aquellos que más han sufrido las depredaciones de la Tiranía castrista, han sido, son y siempre han de ser espectadores. Los actores fueron, son y siempre serán una minoría ínfima. Pero la calidad humana de quienes se aprestan a vivir la historia es infinitamente superior a quienes se limitan a contemplarla cómodamente, como espectadores. Estos últimos son bien fáciles de identificar.

Han sido espectadores indiferentes de la estafa criminal que utilizara el esfuerzo generoso de parte de una generación inmolada, como pedestal a la consecución de una agenda totalitaria. Han sido espectadores de la subversión completa de los más caros valores morales de una sociedad antaño trabajadora, noble y virtuosa. Han sido espectadores del martirio de sus compatriotas, de sus hermanos, de padres y de hijos. Han sido espectadores y hasta cómplices de la sumisión de de nuestro país a los designios anticubanos del bastardo biológico de un soldado colonial y de su cuadrilla de malhechores y asesinos.

Algunos historiadores le conceden hoy a la insurrección del 95 al 98 un cénit cuantitativo de 40,000 insurrectos durante los días culminantes de la llamada “Invasión de Occidente”. Pero cuando los estudiosos del pasado, en su mayoría y usando precisión y conciencia, suman todas las fuerzas independentistas de todos los teatros de la guerra entre el 24 de febrero del 95 y el fin del año siguiente, el total resulta menor que la mitad de esa cifra. Por su parte, los historiadores españoles coinciden en que las fuerzas nativas cubanas leales a la Colonia Española (“Voluntarios y “Guerrillas”) totalizaban casi 80,000 hombres. Los historiadores militares españoles Gabriel Cardona y Juan Losada en su biografía de Weyler; “Nuestro Hombre en La Habana”, definieron propiamente esa situación como “carácterística de una guerra civil”

Empero, no fue el número superior de tropas coloniales las que prevalecieran en la victoria, sino la dedicación, determinación y entrega total a la agenda que alimentaba la minoría insurrecta. La victoria sonrió a los hombres que creían en la causa de la razón, del derecho y de la vergüenza, quienes no dudaron un instante en poner todas sus capacidades vitales, incluyendo sus propias vidas, al servicio de esa noble causa.

Basta ya de alimentar las frivolidades absurdas de una imaginaria “transición pacífica”, estandarte político podrido de los tránsfugas ocultos y los ignorantes adocenados que hacen el ridículo a diario, solidarizándose con quienes nunca han sido y nunca serán aliados nuestros. Basta de mirar los toros desde la barrera, contemplando cómodamente y desde lejos, las peripecias circenses de los llamados “disidentes”, cuyas filas la tiranía ha infiltrado hasta los tuétanos y siempre ha controlado a su interés.

Basta de rendir idióticas pleitesías a quien persigue sañudamente a los verdaderos patriotas cubanos, mientras se retrata sonriente bajo la imagen repulsiva del viejo tirano comunista Ho Chi Min, infame y notorio torturador de sus bravos compatriotas, antiguos prisioneros de guerra en el “Hanoi Hilton”. No creo que exista una alegoría a la traición mejor que esta.

Cómo será exactamente el final nadie puede predecirlo, pues el futuro siempre está semioculto entre la bruma de lo imprevisto. Pero ese imprevisto también preocupa a un enemigo cobarde y abusador, que sabe de la determinación y dedicación de muchos a la causa de la libertad. La tiranía teme al futuro y es por eso que hace dramáticos juegos malabares para garantizar la continuidad de la explotación, la injusticia y el horror. Cada día y con una creciente frecuencia digna de nuestra mayor atención, surgen en Cuba expresiones violentas de una latente rebeldía. Expresiones violentas de legítimo antagonismo popular contra el régimen. Los esbirros saben mejor que nadie, que nada es permanente sino el cambio, que la espada es todavía el eje del mundo y que su final no está lejano.



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