LOS NOVENTA Y DOS DIAS Por Hugo J. Byrne “Las cadenas de Cuba han sido forjadas con su propia riqueza y ésta es la que me propongo eliminar dentro de poco”. La idea de extender la insurrección al occidente de Cuba y en especial a Las Villas y Matanzas, donde se concentraban las plantaciones de caña que nutrían la industria azucarera de tiempos coloniales, no era nueva en 1895. Desde la Guerra de los Diez Años era una estrategia considerada por la rebelión cubana. Disputas y regionalismos impidieron su implementación. Su proponente era el soldado más profesional de la insurrección y antiguo Comandante de la Reserva Territorial Española en Santo Domingo, quien comprendía que la desproporción numérica y material entre los insurrectos y la Colonia hacían una victoria puramente militar para los primeros, un objetivo inalcanzable. El jefe militar insurrecto se percataba de que para lograr éxitos era necesario procurar objetivos económicos. Arruinar la zafra y con ella la economía colonial de la que dependía la Península en aquellos tiempos, era el principal objetivo del Generalísimo Máximo Gómez al extender el escenario de la guerra a las provincias occidentales. Ese propósito germinó en la ofensiva que es referida en nuestra historia como “La Invasión de occidente”. La idea de Gómez era convertir a la “siempre fiel” Isla de Cuba en una ruina, en vez de la bonanza que había sido hasta entonces. Tornar el suelo isleño en una sangrienta desventaja económica para Madrid, era un proposición de incuestionable mérito. ¿Cuál habría sido el objetivo peninsular en mantener contra toda esperanza el tutelaje colonial en una isla lejana, empobrecida por una campaña de devastación? ¿Con qué estrategia podría ripostar Madrid? La respuesta a esta interrogante la daría el Primer Ministro español Antonio Cánovas, con la llamada “Reconcentración”, que aplicara sin piedad su subordinado, el notorio Capitán General Valeriano Weyler. A pesar de recientes intentos por re-escribir la historia de algunos autores peninsulares, no existe evidencia que despoblar las zonas rurales de Cuba redundara en la más insignificante ventaja estratégica o económica para España. Para la insurrección, arruinar la Isla era una decisión dura y difícil, pero ¿tenían acaso otra alternativa los independentistas cubanos? No todos los insurrectos compartían la visión del dominicano. Un fuerte opositor a sus planes fue sin duda el General Bartolomé Masó. Masó no sólo no comprendía los alcances en los planes de Gómez, sino que ni siquiera creía que pudieran lograrse: “La idea de llegar a Pinar del Río es ilusoria. ¿Qué hombres harían la jornada de infantería?, ¿con qué caballos? ¿con cuáles armamentos?, ¿de dónde viene el parque?, ¿cómo lanzar 1,400 hombres a 10 tiros por soldado para recorrer 424 leguas por entre 42 generales y 110,000 soldados españoles?”(1) Masó subestimaba el número de fuerzas coloniales. Durante el cénit de la campaña invasora el total de efectivos españoles, agregando “voluntarios” y “Guerrillas” (unidades de nativos cubanos partidarios de la tutela peninsular), excedía 200,000 hombres (1). Sin embargo, Gómez para su proyecto contaba con un arma excepcional. Esa arma era el apoyo decisivo de su Lugarteniente: El General Antonio Maceo Grajales, duro veterano del 68, quien ostentaba 22 heridas sufridas en combate y quien personificaría el éxito en la campaña invasora, incurriendo en el sacrificio supremo meses después de alcanzado el empeño. A diferencia de Gómez, el soldado profesional, Maceo había ganado su rango a sangre y fuego, obteneniendo el grado de Mayor General a los 33 años de edad. La identificación entre ambos guerreros trascendía la camaradería castrense. La amistad de Gómez y Maceo era evidente y la confianza del caudillo oriental en la habilidad de su mentor, sólida como la roca. Gómez y Maceo tenían todo en común, salvo diferencias de personalidad. Ambos eran dedicados a la causa que servían y espartanos en su vida personal, gran ejemplo a la moral de la tropa. Diez años más joven que su jefe y amigo, Maceo no bebía ni fumaba, conociéndosele sólo una insignificante debilidad; su preferencia por uniformes vistosos, de la que atestigua más de una fotografía. El “Viejo” por el contrario, era modestísimo en el vestir, pero notoriamente mal hablado. Eso lo diferenciaba del Lugarteniente, quien usaba un vocabulario moderado. Ambos asumían una actitud marcial en la guerra. Su adversario, el diminuto y libertino Weyler, era incluso notorio entre la tropa por su promiscuidad con las mujeres de la raza negra (2). En el otoño de 1895 Gómez ordenó a Maceo concentrar fuerzas en una zona de la Provincia de Oriente 27 kilómetros al norte de Palma Soriano y vecina del caserío Mangos de Baraguá, donde el guerrero rugiera su protesta de 1878. El lugar era símbolo adecuado para iniciar el esfuerzo insurreccional. Aunque no existe descripción exacta de la composición de las fuerzas insurrectas, inicialmente toda la tropa que partiera de Baraguá el 22 de octubre sólo se compondría de algo más de 1,000 hombres entre los que predominaba la caballería, con más de 800 efectivos. La mayorís de las armas de fuego habían sido capturadas al enemigo en combates previos. La marcha hacia occidente fue demorada por una diferencia entre Maceo y el estratégicamente conservador General Masó, disputa que solucionaría el viejo Presidente Salvador Cisneros Betancourt, quien desde su elección en Jimaguayú corriera al encuentro de la tropa libertadora, integrándose a ella a mediados de octubre. El 6 de noviembre Gómez enviaba su primera orden al ejército invasor desde Camagüey, donde se batía denodadamente. Esta, a la que por motivos semejantes a los que hoy llamamos “políticamente correctos”, poco mencionaban los estudios históricos de Cuba republicana, rezaba más o menos así: Artículo 1. Que todas las plantaciones sean totalmente destruídas, quemándose la caña y los edificios aledaños, así como todos los ferrocarriles que los comuniquen a los ingenios. (3) (4) Artículo 2. Que todos los trabajadores que laboren en los ingenios azucareros (fuentes de riqueza que tenemos que negar al enemigo) (4) sean considerados traidores a la patria. (3) Artículo 3. Que todo aquel que se pruebe que esté involucrado en las actividades descritas en el Artículo 2, sea pasado por las armas. Que todos los jefes del Ejército Libertador acaten esta orden, en nuestra determinación de desplegar triunfalmente la bandera de la República de Cuba, aunque esto tenga que ocurrir sobre un campo de ruinas y cenizas. (3) Sin embargo, las primeras fases de la marcha se caracterizan sólo por avanzar hacia el oeste, evitando encuentros prematuros o distracciones pirotécnicas y dejando a cargo de la guerra en Oriente al General José Maceo, hermano de Antonio. Este último avanza por la margen norte del Cauto, pernoctando en la zona llamada Mala Noche. Durante ese vivaque los insurrectos nutren sus filas, las que rebasan 1,400 efectivos el tres de noviembre al levantarse el campamento. Maceo planeaba extender su estadía, esperando la incorporación de un contingente cercano antes de cruzar el límite a la Provincia de Camagüey. Enterado de que columnas españolas intentan cerrarle el paso, el caudillo decide no esperar por los refuerzos, a quienes dirige órdenes de apresurar sus movimientos. (1) Burlando a los españoles con escaramuzas menores en las que sólo sufre 23 bajas, Maceo cruza el río Jobabo el 8 de noviembre y después de tres semanas de guerra de movimientos en la que desconcierta al enemigo, el Lugarteniente alcanza la vieja Trocha de Júcaro a Morón el día 30, cruzándola al frente de su columna de menos de 1,600 hombres sin sufrir una sola baja. Los alzados cortan las alambradas de noche, entre Morón y Ciego de Avila. No los demoran los 12,000 soldados que comanda en Morón el General Suárez Valdés ni los 3,000 a las órdenes del General Aldavé en Ciego de Avila. Tardíamente el fortín “La Redonda” abre fuego sobre la columna invasora, sin éxito. Mientras tanto, el viejo león dominicano incinera Camagüey donde se encuentra desde mediados del 95, pero impaciente ante la tardanza de Maceo, delega la dirección de la zona en el General José María (“Mayía) Rodríguez, aprestándose a cruzar el límite de Las Villas, la que incursiona brevemente. Gómez cunde el pánico de los coloniales en Sancti Spiritus y Trinidad en combates victoriosos como la toma del fuerte “Pelayo”, donde incauta armas y pertrechos, capturando 50 prisioneros. En carta a Tomás Estrada Palma, Gómez afirma: “Por todas partes nuestras fuerzas se ven triunfantes y las hispanas, confusas y aturdidas”.(1) Regresando, Gómez se reune con la columna de Maceo. En este histórico encuentro de los caudillos cubanos cercano a San Juan y en el que participan entre otros los generales Serafín Sánchez, “Mayía” Rodríguez, Enrique Loynaz del Castillo y Quintín Banderas, son impartidas las órdenes para el resto de la “blitz” insurrecta. En Camagüey Gómez y Maceo ven sus tropas crecer en números como nunca antes, con énfasis en la caballería ligera, de temible tradición desde el 68. Ya la columna invasora antes de dividirse de nuevo, cuenta entre 2,000 y 2,600 efectivos. Esos números crecerían en las semanas venideras. No todas las acciones de la ofensiva fueron decisivas como lo atestigua el encuentro de Iguará, pero el balance es positivo para la insurrección y desastroso para el General Arsenio Martínez Campos. El “Pacificador” del 78, recién asumía el mando por encargo de Madrid, en la esperanza de lograr un nuevo “Zanjón”. Al invadir Las Villas los invasores cuentan más de 3,000 efectivos, los más de caballería. Ese factor aporta ventaja decisiva de velocidad sobre columnas de infantería, imbuídas en una doctrina defensiva, inadecuada para enfrentar el tipo de guerra que impone Gómez. Nunca fue probada esa realidad como en el combate de Mal Tiempo, ocurrido al norte de Cienfuegos, el más importante encuentro de la ofensiva y probablemete de toda la Guerra. Esa acción que inspiraría un aura de invencibilidad en los invasores, tuvo efectos sicológicos profundos para ambos bandos, durando hasta mucho después del final de la ofensiva. El sangriento combate ocurrió en la mañana del 15 de diciembre de 1895 cerca del caserío de Mal Tiempo y fue la acción más favorable a Cuba durante los noventa y dos días que durara la invasión de las provincias occidentales. Uniendo fuerzas, Gómez y Maceo cargan súbitamente contra una columna de infantería (550 hombres) que converge en dirección opuesta. Los españoles son dos compañías del Batallón 42 de Canarias, junto a otras dos de Bailén, un escuadrón agregado del Batallón de Treviño y unas pocas “guerrillas”. Ninguno entre esos “quintos” (reclutados obligatoriamente), ha visto acción antes de ese día. Los insurrectos, por el contrario, son veteranos. La ventaja numérica en este caso es también de los cubanos, pero lo que gana el día es la velocidad y uso efectivo del arma blanca. La inadecuada defensa del Teniente Coronel Narciso Rich, quien perece en la acción, se desmorona. Remanentes españoles buscan efímera protección en la aldea, siendo aniquilados por la infantería insurrecta. En media hora termina la brutal carnicería (1). Los insurrectos quedan dueños del terreno, habiendo sufrido seis muertos y 42 heridos. Los cubanos cuentan 117 cadáveres enemigos, la mayoría despedazados a machetazos. Aves de carroña vuelan círculos sobre Mal Tiempo mientras los vencedores hacen inventario del combate: El botín incluye 160 rifles Mausers de cerrojo, 40 carabinas Remington, abundante parque, vituallas y dinero. La bandera enemiga es también capturada. (1) La carga de Mal Tiempo es la clásica acción de caballería ligera, forzando el combate cuerpo a cuerpo entre jinetes y soldados de infantería, antes de que estos últimos tengan tiempo a formar adecuadamente el “cuadro”. Fundido en ese molde, el martillo mambí caerá contínuamente sobre el yunque peninsular en días venideros. Como consecuencia de Mal Tiempo las tropas coloniales atrincheran los centros urbanos, sólo emprendiendo operaciones ofensivas en columnas protegidas, en muchos casos arrastrando artillería. Su resultado es un esfuerzo bélico deliberado y lento. Por el contrario, los insurrectos perfeccionan la experiencia de Mal Tiempo, haciéndose más móbiles, ágiles y escurridizos (7). Aunque muchos otros combates irán punteando el tránsito victorioso de la “invasión”, moteado por el fuego de los cañaverales, Mal Tiempo es el gozne del destino abriendo las puertas de occidente a la empresa de Gómez y Maceo, quienes se separarán y reunirán nuevamente, siempre burlando cuantos obstáculos Martínez Campos ponga a su paso. Este último encabeza desesperados intentos de atajar a los invasores. Todos fracasan, como el que provoca la “contramarcha” de Gómez ante Coliseo, cuando ya las huestes cubanas se enseñorean de Matanzas. De sus vanos esfuerzos Gómez comenta: “En vez de perseguirnos, más bien nos empuja”. Mientras tanto, la “tea bendita” cumple su misión inexorable: La zafra es imposible: Donde habían lujuriantes cañaverales hace un mes, hoy quedan cenizas. Ambas, Metrópolis y Colonia, yacen arruinadas. (5) Maceo atraviesa la provincia de La Habana casi sin oposición y aparentando atacar la Capital de la Colonia en la que cunde el pánico, penetra la nueva “trocha” de Mariel a Majana, pasando a Pinar del Río. Allí, devastándolo todo, se dirige a la más occidental población de Cuba, entrando en ella victorioso el 22 de enero de 1896. Menos de once meses después de tomar Mantua, cae el “Titán” en Punta Brava, víctima de una escaramuza fortuíta. Cinco días antes de su entrada en Mantua, Martínez Campos, reconociendo honestamente su derrota, dimite. Su heredero Weyler, abriría una estéril guerra de exterminio, costándole a Cuba la quinta parte de su población (3). Treinta y seis días después de irrumpir Maceo en Mantua, la “Revista Militar” de Bruselas, afirma que “En esta marcha triunfal de oriente a occidente, los cubanos trastornaron, de una manera radical y completa, el orden natural de la guerra moderna” (1). Dos días antes de entrar Maceo en Mantua, el influyente Senador por Massachussetts Henry Cabot Lodge, en sesión del Senado norteamericano declara: “…legítimos intereses financieros de Estados Unidos están siendo destruídos…Cuba libre significaría oportunidades de inversión a nuestro capital…deberíamos ofrecer nuestros buenos oficios para mediar…restaurar la paz… otorgándole independencia a una colonia que España ya no puede sostener.” Y sesenta y tres años después de la entrada triunfal de Maceo en la más occidental población cubana, el hijo ilegítimo de un soldado de Weyler secuestra con engaño y terror a la República de Cuba. El cruel régimen totalitario que impone, a veces asemeja una surrealística venganza colonial contra las instituciones liberales de la sociedad cubana. Apoyado por una mercenaria conspiración internacional, Castro extiende su espurio mandato hasta nuestros días. Desde su partida de la legendaria Baraguá, teatro de su protesta del 78, hasta la triunfal entrada a Mantua, Maceo ha recorrido en 92 días más de cuatrocientas veinte leguas, sostenido 27 combates, tomado 22 poblaciones y capturado miles de armamentos y toneladas de vituallas a un enemigo veinte veces superior en número (1). Al mismo tiempo, el objetivo de Gómez se materializa: La Colonia yace postrada, su economía en ruinas. En los anales bélicos contemporáneos, pocas hazañas se comparan. En cuanto a la efectividad de la “Invasión” del 95 en el establecimiento de la independencia cubana, el veredicto de la historia es definitivo: La segunda no hubiera sucedido en su secuencia cronológica, de no haber ocurrido la primera. Ningún historiador serio incurre en lo hipotético. Esa tarea no requiere investigación objetiva, sino imaginación y talento literario, siendo en consecuencia del dominio exclusivo del escritor de ficción. Sin embargo, la relación entre causa y efecto en la historia revela una concatenación fascinante, cuyos eslabones son imposibles de ignorar: La victoria económico-militar cubana de 1895 provocó una reacción visceral en Madrid y su fruición fue la irracional guerra de exterminio de Cánovas y Weyler. Esto endureció la voluntad independentista, expresada con éxitos espectaculares como la toma de Victoria de las Tunas en 1897 (6) y exacerbó la siempre latente tendencia intervencionista de Norteamérica. La Guerra Hispano Americana de 1898 fue simplemente un epílogo forzado por Madrid, a la usanza castiza de “salvar la honra”, en una contienda que ya había perdido España tres años antes (2), durante el curso increíble de 92 días. CAMPO DE MAL TIEMPOCarga terrible que conquista con gloria redentora, la cubana esperanza. ¡Portento de la historia, valor que se avalanza! Catarata de fuego, vorágine homicida, homérica experiencia donde la tea es la justicia redimida en la que vibra el clarín de independencia. Hazaña de coraje extraordinario, que se torna en asalto incontenible; en alud incediario de furia irresistible. Hierro que despedaza al “cuadro” y al soldado. Bala de “Remington”, tajo de “Collins” que desgarran el viento; ¡Huracán desatado! ¡Cascos que arrasan el campo de Mal Tiempo! (1) “La Invasión de 1895 (Gómez-Maceo)” Juan J. E. Casasús. La Moderna Poesía, Miami, 1981. (2) “Weyler, nuestro hombre en La Habana” Gabriel Cardona y Juan Carlos Losada. Editorial Planeta S. A., Barcelona, 1998. (3) “The Spanish War” G. J. A. O’toole. Penguin Books, Ontario. 1984. (4) “Cuba: A Short Story” Leslie Bethel. Cambridge University Press, 1993. (5) “Cuba in War Time” Richard Harding Davis. University of Nebraska Press, 2000 (6) “Memories of Two Wars” Frederick Funston. New York. 1914 (7) “The Last Spanish War” Oreste Ferrara. Paisley Press, New York. 1937
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