SOBRE UNO DE LOS CHANCHOS DEL CHIQUERO

por Hugo J. Byrne


La semana pasada describí algunos detalles sobre algunos de los gacetilleros que campean por El Nuevo Herald y de algunas de las razones por la que este deleznable y voluntario (¿?) órgano de la propaganda castrista los emplea. Lo hice en ambos idiomas, como para que todo aquel a quien le sirva el vergonzoso sayo se pasee con él puesto y ceñido y pueda regodearse viéndolo reflejado en el más cercano espejo. Así lo hice para que nadie jamás pueda reclamar que no se enteró.

Hoy dedico mi descarga a uno de ellos y a su cófrade del otro libelo, el que se publica al sur del Estrecho de La Florida. Para hacer eso, primeramente creo que no está de más definir objetivamente (para quien pretenda desconocerla) la diferencia abismal que existe entre un periodista de verdad y un simple gacetillero (no importa que sea mercenario o voluntario).

Periodista (o escritor que se respete), es aquel que escribe y publica en un ambiente tal en el que su opinión no sea la única permitida. Eso nunca debe confundirse (insidia siempre favorecida por los enemigos de la libertad) con el derecho que en una sociedad libre debe tener todo editor a ceñir las colaboraciones publicadas por él a la de aquellos escritores quienes coincidan con su criterio. En realidad quien no es periodista (y nunca podrá serlo) es aquel quien se rebaje a escribir para la prensa controlada de un estado totalitario. Si pudiéramos otorgarle el honroso nombre de periodista a todo aquel que escriba o hable por radio o televisión, sin que le interese que sus oyentes o lectores tengan o nó acceso a puntos de vista diferentes, entonces Joseph Goebbles, “Rosa de Tokío”, “Lord Haw Haw” y los editores del felizmente desaparecido “Pravda”, son merecedores de él.

Esto no tiene relación alguna con la capacidad para escribir con estilo y elegancia (aunque el sujeto a quien aludo carezca de ambos). El talento literario por desgracia no tiene de manera forzosa que coincidir con la vergüenza. Porque en última instancia, el único denominador común entre esos gacetilleros es precisamente la absoluta falta de ella. Se trata de la más básica honestidad del hombre. Muchos escritores demuestran ética diariamente, pero algunos otros exhiben sin pudor su falta de respeto hacia sí mismos, al extremo de hacer gala de ser desvergonzados.

Tal es el caso de Rui Ferreira, gacetillero del Nuevo Herald. El pasado 13 de octubre en su Blog de ese libelo, Ferreira escribió lo siguiente: “En 1982, el entonces director de Granma, Jorge Enrique Mendoza -mi amigo- me invitó, siendo corresponsal extranjero en La Habana, a construir el Granma en portugués” (la negrilla es mía). “Yo lo acepté y, durante 14 meses trabajé allí y viví momentos muy intensos y alegres”. A guisa de justificación sui géneris, Ferreira agraga: “Yo acostumbro decir que en mi vida he hecho cosas muy alegres, pero también cosas que no haría de nuevo, pero no voy a negar que cuando las hice fui muy feliz”.

Ferreira contestaba el mensaje de alguien a quien el gacetillero llama “Karamchand”, y quien aparentemente rivaliza con el portugués en materia de poca vergüenza. El tal “Karamchand”, elogiando al gacetillero franco-canadiense del libelo comunista Granma, Jean-Guy Allard, escribió que “El (Allard) aprecia vivir en la isla grande, lejos de la nieve, la publicidad, y el sistema de impuestos del Canadá. No hay cuentas en su puerta cada mañana, mucha rumba y cha-cha-cha, un buen tabaco de vez en cuando, en la playa, debajo de una palmera y la revolución (“cubana”) (el paréntesis y las comillas son míos), lo que le dá la oportunidad de vivir una página de la historia” .

Gracias a Dios no conozco a este sujeto ni me interesa su existencia, pero no es de extrañar que siendo correspondiente de Ferreira simpatice con Allard, quien al igual que Ferreira en el pasado, no tiene el más minimo pudor en sentirse a gusto en un ambiente de privilegio y corrupción, usurpando playas y palmeras prohibidas a los infelices cubanos en su propia tierra. El diablo los cría y ellos se revuelcan juntos. De acuerdo a lo insinuado en ese mensaje, quizás Allard dejara algunas cuentas e impuestos sin pagar en el Canadá. En cuyo caso, no sé si sus acreedores se lo merecieran, pero el estado donde viven, definitivamente, sí.

No me extrañaría que así fuera, pues yo sé algo muy específico y no muy honorable de Monsieur Allard: Es mentiroso, calumniador y cobarde. En su mamotreto de la primera página del libelo “Granma Internacional” del día cinco de diciembre del 2003, Allard me acusó de terrorista.

Por supuesto, incapaz de aportar evidencias de tan canallesca acusación, Allard se limitó a hacer referencias a una carta dirigida a la entonces Presidenta de Panamá, Mireya Moscoso. Pregunta: ¿Para quién escribir una carta es evidencia de terrorismo?

Respuesta: Para un mercenario de la pluma. Para un abusador prepotente, quien necesita la protección de un régimen totalitario por carecer de la fuerza moral (o de la densidad testicular) para formular tales falsas acusaciones en una sociedad de hombres libres, donde podría encarar una respuesta adecuada. En conclusión, para aquel que no tenga a menos servir de gacetillero a un réprobo moral, quien ha demostrado a través de su vida miserable no ser otra cosa que un tirano explotador y el más sanguinario de todos los terroristas del siglo pasado.

¿Quién duda que la última oración del párrafo anterior puede aplicarse por igual al gacetillero Ferreira?



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