SOBRE LOS "VIVOS" Y LOS MUERTOS

Por Hugo J. Byrne


El ex General de la Fuerza Aérea castrista Rafael del Pino ha escrito un indignado artículo en el que fustiga amargamente a su antiguo amo. Del Pino recientemente se ha enterado que la bóveda de su familia en un cementerio de Pinar del Río ha sido profanada y que los restos de sus antepasados han sido arrojados a un depósito de basura. No me sorprende la dolida reacción del antiguo General del castrato.

A veces pienso con terrible desazón en el destino que habrán tenido los restos de los antepasados míos, junto a los de tantos otros exiliados y opositores a la tiranía. Pero quien con tanta eficiencia y dedicación como del Pino defendiera desde Bahía de Cochinos hasta Angola, los intereses totalitarios del mismo régimen que hoy condena, no puede alegar ignorancia de sus crímenes. Su afirmación de que: “Yo no había llegado a comprender en toda su magnitud este aberrante procedimiento represivo…” es para mí tan inaceptable como deshonesta.

Sé que el párrafo anterior seguramente no ha de ser muy del agrado de algunos. Después de todo, el General Rafael del Pino ha sido abiertamente bienvenido en el seno de círculos exiliados muy prominentes y prestigiosos desde su deserción de las filas castristas en 1987. Si se sienten a gusto en su compañía, que les aproveche. Estar en perfecto desacuerdo con ellos no es tema que me haga perder el sueño, pues no sería la primera vez.

Este servidor de los amables lectores, quien se ha acostumbrado desde joven y a través de los avatares de la vida a formar un criterio objetivo y a mantenerlo sin necesidad de anuencia ajena, ve en el General del Pino ni más ni menos que un antiguo consciente servidor de una tiranía cruel, asesina e implacable. De establecerse algún día en Cuba un sistema político basado en el derecho de gentes, ¿Hay quien honestamente dude que del Pino tendría que encarar un tribunal constituído para responder a su complicidad en esos crímenes?

Del Pino fue un colaborador fiel en el que Castro había depositado su entera confianza y eso debe ser un indicador preciso de su fibra moral. No solamente se aprecia ese extremo por su actuación determinada en Bahía de Cochinos, o en las posiciones de mando que el Tirano le confiriera tanto dentro como fuera de Cuba, sino por otras demostraciones más sutiles de mutua confianza: Cuando un piloto castrista desertó piloteando un Mig de la Fuerza Aérea de Castro, es nada menos que Rafael del Pino a quien le asignaron la tarea de retornar el avión.

Tiene razón el ex General castrista cuando afirma que su antiguo amo no solamente controla cuanto ser vivo existe dentro de los tristes confines de la Isla de Cuba, sino que por consecuencia, también controla a los muertos. Domina el pasado de estos, distorsionándolo a conveniencia de su criminal agenda publicitaria y en observación estricta del notorio aforismo de Marx, que Stalin usara con tanta frecuencia.

Castro también controla los restos mortales. A estos últimos, si así le place, puede erigirles monumentos infames, como el hereje mausoleo dedicado a Francisco Calderío (“el compañero Blas”) en El Cacahual, nada menos que al lado del sepulcro del Lugarteniente General Antonio Maceo. Tiene, naturalmente, también la potestad de desenterrarlos para arrojarlos sin piedad a un basurero, como en el caso de los parientes de del Pino.

Dominio terrible ese, digno de un señor feudal del Medioevo. ¿Acaso obtuvo Castro ese poder ilimitado sobre vivos y muertos por sí solo?. No, amable lector. Lo ayudaron muchos “vivos” a cambio de posiciones de poder y de prebendas. Algunos de ellos sufrieron más tarde en su propia piel las depredaciones del mismo Tirano implacable que tan diligentemente sirvieron y auparon. Quien lo dude puede preguntarle al ex General del Pino.

Eso me lleva a otro artículo, este último aparecido en el Nuevo Herald y firmado por un señor llamado Oscar Peña. Contribuyente ocasional del Herald, Peña es antiguo militante del Partido Comunista de Castro desde los diez y ocho años de edad. Fue expulsado de ese partido en 1980. En la actualidad milita en la llamada disidencia. Esas, por supuesto, son credenciales insuperables para tener las puertas abiertas en los medios publicitarios “oficiales” del exilio cubano.

No es posible dentro del espacio limitado de esta columna describir en detalles todas las curiosas ideas expresadas por el autor. Sin embargo, la conclusión de su alambicado ensayo es que las culpas de nuestras cuitas cubanas son esencialmente colectivas y toda vez que no va a existir en la República futura nadie con suficiente pureza de alma para tirar la primera piedra, los crímenes deben olvidarse. El señor Peña no está refiriéndose a la venganza. Oh, no. Está muy claramente abogando por la total ausencia de justicia y el completo olvido de los crímenes del castrismo. De no hacer eso, afirma Peña, no llegaríamos a ser un país “serio”.

De acuerdo al artículo de Peña, tan responsables por los asesinatos “legales” del castrismo fueron los cabecillas que ordenaran los juicios y decretaran las ejecuciones, como los jueces revolucionarios, los fiscales, los ejecutores, los carceleros y el coro organizado de fascinerosos que demandaba paredón. Hasta aquí el autor expone una idea debatible, pero con indudable lógica: La culpa de todos esos hasta cierto punto es colectiva, aunque si me lo permiten, no compartida por igual. Lo interesante es que Peña no se detiene con la culpabilidad de los evidentemente involucrados, sino que afirma que es culpable también todo el pueblo cubano, incluyendo aquellos que, por la banal excusa de conservar la cabeza, no protestaran de los crímenes: “El mutismo nacional también fue y es culpa.”

La peregrina y desacreditada teoría sobre la culpabilidad colectiva de la sociedad por los crímenes que la afligen, ni es nueva ni está especialmente relacionada a la Cuba por venir y su resolución sobre las iniquidades de la era castrista. La extrema izquierda norteamericana desplegó esa bandera absurda desde mediados del siglo XIX.

La teoría de la culpabilidad colectiva en el debate jurídico de Estados Unidos incluso llegó a tener un cierto irracional éxito a mediados del siglo pasado. Afortunadamente, hace mucho tiempo fue deshechada como legítimo argumento legal en este país, que es, hasta nuestros días, quizás el único verdaderamente serio del orbe.



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