DEFINICION DEL FANATISMO

Por Hugo J. Byrne


“El fanático no es realmente aquel que se identifica con extremo
rigor a los principios. No abraza una causa primordialmente
por su justicia o santidad, sino por la desesperada necesidad
que tiene de aferrarse a algo.”

Eric Hoffer (“The True Believer”)


A diferencia del amontonamiento y la vocinglería de los que de tanto escucharse a sí mismos, nunca oyen nada y que de tanto mirar usando ojos ajenos no ven cuanto evento importante acontece ante ellos, de vez en cuando surge un individuo con la paciencia suficiente para observar y escuchar con gran cuidado y quien es capaz de postponer el criterio hasta la maduración de su análisis. El ejemplo más destacado que conozco es Eric Hoffer, nativo de New York, ciego hasta los quince años de edad y estibador en los muelles de San Francisco durante 24 años. Hoffer publicó su primera y más importante obra, “The True believer” (“El verdadero creyente”) a los 49.

Cuando ese libro fuera publicado en 1951, Hoffer había trabajado en los muelles durante menos de una década. A pesar de la fama y la fortuna que ese penetrante estudio sociopolítico le ganara, el pensador newyorquino continuó en su humilde oficio hasta su jubilación en 1967. Conocido como el “estibador-filósofo”, Hoffer murió en 1983 a los 81.

Debo confesar que Eric Hoffer es el escritor contemporáneo que más me ha influenciado. Hoffer en mi opinión fue más claro en su análisis que Ayn Rand y capaz de mayor profundidad sociológica que Jean François Revel o Carlos Rangel. De Hoffer es de quien realmente aprendemos que entorpecer la libertad equivale a socavar los intereses humanos. No cabe duda que en los tiempos contemporáneos fue Friedrich Von Hayek quien enunció como nadie las bases lógicas que demuestran el intrínseco absurdo del socialismo.

Sin embargo, fue Hoffer quien describió los mecanismos sicológicos que hacen a las masas creer en la religión marxista y otras utopías inhumanas, aún más exhaustivamente que lo hiciera Ortega y Gasset. Empero, el logro más importante del viejo estibador es su estudio en profundidad del significado del fanatismo. En su sesudo esquema podemos identificar las características que definen al fanático, las que con el permiso del amable lector trataré de describir aquí con un par de ejemplos prácticos, usando experiencias de Cuba contemporánea y otros lugares.

Un hombre caminaba rápidamente entre la multitud de una de las tantas concentraciones populares que tuvieran lugar en la llamada “Plaza de la Revolución” (“Plaza Cívica” antes de Castro) a principios de 1959. Aunque la marea humana que lo circundaba atendía devotamente la verborrea interminable del “Máximo Líder”, el individuo estaba concentrado en asuntos muy lejanos a ese escenario tan común de la época. Mientras el caminante trataba de negociar a través de la masa humana la distancia hasta su auto, Castro hizo la cotidiana pausa precedida de alguna frase altisonante para facilitar que la multitud tronara su aprobación.

Completamente ajeno a lo que pasaba a su alrededor, el hombre continuó su camino sin pausa. “!Aplauda compañero!”, lo conminó un sujeto que hacía ademán de cerrarle el paso. “Yo estaba distraído y no sé lo que dijo Fidel” , le respondió el otro. “!No importa, lo que vitoreamos es la defensa de la revolución, debe aplaudir!” “O.K.”, contestó el hombre con una sonrisa, pero seguió su camino sin detenerse y sin mirarlo.

Por unos instantes parecía que el choque era inevitable, pero el “compañero”, quien era algo más viejo y menos corpulento que el caminante (o quizás menos determinado), se apartó en el último momento. Sintiendo la mirada del castrista en su nuca, poco tiempo después el hombre volteó su cabeza y vio al otro de puntillas y estirando el cuello para tratar de localizarlo entre el gentío. Su mirada rebosante de frustración y odio era difícil de olvidar: Era un fanático. Aunque parezca tonto y quizás porque en esa época el individuo que describo carecía de una educación política adecuada, ese encuentro lo hizo reflexionar más que otras consideraciones y pesó mucho en su eventual defección de las filas “revolucionarias” a mediados de 1959.

Una insensible y venenosa caricatura pacifista enseñando un soldado que supuestamente ha perdido sus cuatro extremidades en la campaña de Irak, publicada recientemente por el ultraliberal Washington Post, provocó una indignada carta de protesta del Pentágono firmada por el Jefe del Estado Mayor Conjunto. El izquierdista diario capitalino se limitó a publicar la carta-protesta y, a excepción de algunos comentarios del resto de la prensa, eso fue todo.

Por contraste, unas caricaturas ridiculizando a los extremistas en la fe de Mahoma que publicara un diario de Dinamarca ha resultado en motines y disturbios en todos los países donde esa fe impera. Las misiones diplomáticas de Dinamarca y otras embajadas de naciones europeas donde se reprodujeran esas caricaturas, han sido víctimas de invasión, fuego y vandalismo a través del mundo islámico. Los disturbios ya han causado varias muertes, las pérdidas materiales suman cientos de millones de dólares y las amenazas injustas y estúpidas aparecen por doquier.

Actos terroristas en los que se asesina masiva y periódicamente a miles de inocentes de ambos sexos y de todas las edades, decapitaciones tan brutales como cobardes de cautivos indefensos, exhibidas repugnantemente en televisión, torturas y golpizas públicas a quienes se atrevan a desafiar la ignominia, no han merecido la más mínima protesta popular entre los musulmanes. ¿Cuál es la condición que impone al ser humano a comportarse peor que una bestia? Se llama fanatismo. Es importante observar que casi la totalidad de las víctimas del terror islámico practican la misma fe. La versión radical del Islam es terrorista por antonomasia.

Este servidor se ha tomado el trabajo de estudiar los cánones fundamentales de esta religión “de amor”, con la misma parsimoniosa objetividad conque absorbí la realidad brutal del Manifiesto Comunista y los trabajos de Lenin. El denominador común de ambos es fanatismo. Ambos en realidad demandan un acatamiento primitivo y obscurantista (¿“opio de los pueblos”?), rechazando lógica y análisis razonable (aunque los marxistas lo nieguen).

Ese es el mortero que los une hoy, demostrado por la alianza entre Teheran, Caracas y La Habana. Por eso su equivalencia de intereses y propósitos. No es casualidad que ambas religiones (Marx fue en realidad un verdadero Mesías para Lenin, Stalin y Castro) profesen un odio cerval por la libertad y por sus corolarios; la santidad de la vida humana, el individualismo, el capitalismo y el concomitante secular progreso en todas sus manifestaciones, que es el retoño indiscutible (aunque no necesariamente anticipado o intencional) de la civilización judeocristiana y su cultura.



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