CONSECUENCIAS DE LA MENTIRA Por Hugo J. Byrne Algunos afirman que hay mentiras sin consecuencias y que todo depende del tema que se trate, pero este servidor no es uno de ellos. Toda mentira tiene consecuencias y quien haya mentido o tratado de disimular algo (y toda persona ha mentido alguna vez en su vida), sabe muy bien lo que afirmo. No es que toda mentira sea condenable. Sin afirmar que el fin pueda siempre justificar los medios, es preciso admitir que existen circunstancias en las que la actitud más admirable no es necesariamente admitir la verdad. Incluso debemos defender la virtud que entraña ocultar la verdad en aras de de la dignidad y la libertad, como aquella del prisionero que prefiere la muerte en medio de torturas inenarrables antes que informar objetivamente a los tiranos que se la infligen. En política la mentira puede tener consecuencias trágicas. Los cubanos de mi generación recordamos con pena el incidente ocurrido entre el entonces Ministro de Educación del gobierno del Presidente Carlos Prío, Aureliano Sánchez Arango y el líder ortodoxo Eduardo Chibás. Chibás afirmó tener pruebas documentales de que Sánchez Arango tenía inversiones en Centroamérica, producto de fondos obtenidos por corrupción administrativa. Sánchez Arango, quien como piloto aficionado volaba frecuentemente su propio avión monoplaza a Costa Rica, usando terminología de “poker”, “called Chibás’s bluff” y lo desafió a presentar las evidencias de marras. Durante ese proceso resultó obvio que Chibás no tenía ninguna prueba documental específica. Sólo podía mantener una creencia propia basada en la percepción generalizada de que en el gobierno, tanto Prío como todos sus colaboradores eran corruptos. La opinión pública en Cuba y la inmensa mayoría de los analistas de la época relacionaron el suicidio de Chibás con el evidente descalabro sufrido en el debate con Sánchez Arango. Chibás atentó dramáticamente contra su vida dándose un disparo de revólver en el estómago y ante los micrófonos, al finalizar su cotidiana hora radial de los domingos. Aunque Chibás sobrevivió el intento e inicialmente parecía recuperarse, falleció días más tarde, víctima de súbita hemorragia interna. Aunque a no dudarlo siempre habrá quien discrepe con esa versión de los acontecimientos, a todas luces parece la más en sintonía con la objetividad histórica. Chibás, era un individuo altamente emocional y probablemente encontró difícil aceptar la derrota cuando se evidenció que había mentido. En el ambiente político doméstico está ocurriendo algo muy similar con la cantinela de acusaciones democráticas a la Casa Blanca de haber utilizado selectivamente la inteligencia disponible en el 2003 para deshonestamente justificar la guerra contra Sadam Hussein. No es necesario enfatizar que si estas acusaciones tuvieran un asomo de veracidad el Congreso Norteamericano tendría sobrados elementos de juicio constitucionales para destituir a Bush. Simplemente sucede que no sólo los acusadores carecen de pruebas con las que puedan inculpar al Presidente, sino que la lógica más elemental lo exonera de semenjante absurdo. ¿Qué podría ganar Bush para Estados Unidos, su administración, su partido e incluso sus “amigos y socios” en “corporate America”, fabricando una guerra a miles de millas de este Continente, en un área de cultura, religión y política totalmente foráneas a nuestro entorno o intereses? Por supuesto, la respuesta que provee el sector más estridente y radical de la oposición es que la Casa Blanca aspiraba (entre otras razones aún más descabelladas) a controlar totalmente el petróleo de Irak. Esta noción infantil pretende ignorar que la negociación con piratas siempre ha sido históricamente más lucrativa que la guerra, por lo menos en carrera corta. También que el crudo, cuyos yacimientos mundiales no son infinitos, tiene reservas abundantes mucho más cercanas y accesibles a Estados Unidos, por no mencionar las que pueden explotarse dentro de las fronteras nacionales sin disparar un tiro o perder una sola vida norteamericana. Un servidor de los amables lectores no es remotamente partidario ciego de Bush y muchísimo deplora que su administración se mantenga criminalmente pasiva en vitales problemas nacionales como la seguridad de las fronteras y la necesidad imperiosa de una política nacional que conduzca no sólo a la independencia energética de Estados Unidos, sino al uso de probadas fuentes alternativas de energía, con el objetivo final de prescindir completamente del petróleo y muy en especial del petróleo importado. Nada me daría más satisfacción que Washington fuera capaz de decirle al bufón de Caracas que Estados Unidos no necesita ya el crudo que le importa (8% de la importación norteamericana y 62% de la exportación de Venezuela), junto a una sugerencia práctica de lo que puede hacer con él. Empero, si la oposición demócrata en ambas cámaras estima que la presente baja en la popularidad presidencial tiene orígenes más profundos y prácticos que el oneroso precio de la energía o la impaciencia con la conducción de la guerra anti-terrorista en Irak, al extremo de embarcarse en una campaña difamatoria y desestabilizadora, puede estar cometiendo un caro error político. Los resultados de las recientes elecciones son ciertamente prometedores para los demócratas en 2006 y 2008, pero sabemos que en política muchas promesas nunca se cumplen. Cuidado, el precio del crudo ha bajado y continúa bajando. La gasolina ha disminuído más de $0.50 por galón durante los dos últimos meses. La economía norteamericana aumentó en el último cuarto de año al increíble promedio de 3.8%, resultado indiscutible de la reducción en los impuestos. Pero sobre todo, es muy importante decir la verdad para conservar la credibilidad del electorado. ¿No fue acaso el Senador Edward Kennedy quien en 1969 demorara por varias horas reportar a las autoridades un accidente fatal en el que él conducía? Toda vez que fue muy capaz de hablar con amigos, asociados y abogados durante todo ese tiempo, ¿no era ello suficiente prueba circunstancial de que probablemente se encontraba intoxicado y esperaba a que desapareciera la evidencia de su sistema? ¿Qué pruebas tiene el Senador Kennedy de que el Presidente Bush “preparó la guerra de Irak con obscuros designios políticos”? ¿Qué credibilidad puede reclamar el bien alimentado y bebido Senador por Massachussetts? ¿Quién realmente afirmó que Sadam Hussein representaba un “peligro inminente” para los Estados Unidos?, ¿fue acaso el Presidente Bush, o el supercaradura Senador Jay Rockefeller, quien hoy cínicamente acusa a Bush de engañar al público adrede? La más peligrosa de las mentiras es la calumnia, especialmente cuando no existen evidencias que prueben los alegatos. Y toda mentira tiene consecuencias.
|