LA HERENCIA DE LOS CUBANOS Por Hugo J. Byrne Al despuntar mi interés en actividades más permanentes que los juegos infantiles, lo primerísimo que estimuló mi atención fueron periódicos y revistas. Desde que aprendí a leer me esforzaba por escudriñar todas las secciones de diarios y semanarios. Muy en especial me interesaba aquella que contenía opiniones e información diversa, sobre temas que sin necesariamente coincidir con el acontecer diario, de alguna manera lo reflejaba y analizaba: La página editorial. Así llegué a conocer tanto en estilo como en substancia a los ensayistas más talentosos de la Cuba de mi más temprana juventud. De esta suerte me imaginaba en mi fantasía juvenil, debatiendo a José Ignacio (“Pepín”) Rivero, o a Ramón Vasconcelos, o a Sergio Carbó, entre tantos otros a quienes aprendí a respetar y admirar, aunque en casi todo discrepara profundamente con muchos de ellos. Por eso nadie se sorprendió cuando al preguntarme mi padre qué profesión me interesaría más, le respondí sin titubeos que deseaba ser periodista. Mi padre, quien era muy parco en dar consejos, sin embargo expresó directa y francamente su autorizada opinión. Poseedor de una habilidad persuasiva muy superior al promedio, mi padre me convenció de que mi afición por el dibujo, la geometría y las matemáticas, me facilitarían el estudio de otra carrera con más inmediatos usos prácticos. Inteligentemente, nunca me impuso una selección definitiva: “El intelecto humano sólo se limita cuando nosotros mismos creamos esos límites. Nada te impide dedicarte a escribir más tarde. Pero sería conveniente que aprendieras primero algo que te permitiera ganarte la vida, dondequiera que el destino te sitúe.” Siempre recuerdo con inmensa gratitud las enseñanzas paternas, pero nunca tanto como cuando contestara las preguntas del Jefe de Ingeniería de Inland Steel Products Co. Sucedió en City of Industry, California, a fines de octubre de 1963. A causa de mi acento español surgieron interrogantes a mi habilidad para comunicarme en el idioma inglés. Sacando el lápiz mecánico de mi bosillo y enseñándoselo al entrevistador, afirmé con feliz suficiencia: “No se preocupe por eso, este lápiz habla fluídamente cualquier idioma”. Esa capacidad para enfrentar con entereza los desafíos de la vida es la virtud más evidente y tradicional en nuestra nación. Se trata sin duda alguna de nuestra más preciada herencia cubana. La mejor evidencia de ello para este servidor, es la revista semestral que precisamente ostenta el nombre de “Herencia Cubana”. “Herencia” es un esfuerzo cultural de primer orden, en la mejor tradición periodística de una sociedad que encabezara hasta enero de 1959 al resto del continente de habla hispana en publicaciones de género similar. Pero, ¿qué es lo que hace distinta y única a esta cubanísima revista? El paso de la antorcha cultural de Cuba durante una época difícil es labor tan encomiable como titánica. “Herencia” viene llenando heroicamente parte de ese vacío enorme. Casi cinco décadas han trancurrido desde el secuestro violento de nuestra república y de nuestro acervo cultural. El totalitarismo castrista manteniendo inalterablemente el más injusto terrror y la más inicua violencia, socava a diario la cultura cubana, tratando de re-escribir nuestra historia con la misma malvada fruición con la que asesina y aprisiona a cuantos cubanos dignos se le enfrenten, arrebatando nuestros derechos y destruyendo los míseros, escuálidos remanentes de la otrora floreciente economía de Cuba. Cuando Cuba se vea, como profetizaran las estrofas inmortales de Heredia, de nuevo “libre y pura, como el aire de luz que respiras”, lo ha de ser por obra y gracia de la sangre vertida por sus mejores hijos. La cansina “transición a la democracia” es sólo una entelequia. Una estafa perversa. No hay libertad que pueda alcanzarse sin sangre y sin luto: Los tiranos no quieren ni pueden dar cuartel. Esa determinación cubana, nacionalista y libertaria, capaz de contribuir tan generosa y heroicamente a nuestro destino nacional, no podría nunca forjarse sin la base de una cultura universalmente compartida por el destierro. El rescate, fomento y preservación de esa cultura nuestra es objetivo excelso y primordial de “Herencia”. Por eso sus ejecutivos, editores, editorialistas e impresores, merecen de todo corazón mis felicitaciones. Me siento muy reconocido en especial al Editor de “Herencia”, Dr. Alberto S. Bustamante, quien muy gentilmente me ha enviado un verdadero tesoro en documentos históricos y culturales cubanos, en la forma de seis ediciones de “Herencia cubana”.
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