YA NO HAY MARTILLOS EN FRANCIA Por Hugo J. Byrne El talentoso humorista de los primeros años de nuestra República Gustavo Robreño, en su “Historia de Cuba”, afirmó que los portugueses “no eran otra cosa que gallegos vestidos de paisanos”. Se me ocurre que algo muy parecido ocurre con los franceses. Absurdamente obsesionados con su presunta etnicidad latina, los franceses hace mucho tiempo olvidaron que hasta el nombre de su país proviene de una de las tribus germánicas dominantes en el norte y gran parte del resto de lo que hoy conocemos como Francia: Los Francos. Desde el año 200 de la Era Cristiana, la tribu germánica conocida como la de los “Francos”, empezó a atacar con éxito los límites de lo que era hasta entonces el Imperio Romano. Derrotando decisivamente a una invertebrada coalición romano-barbárica que incluía galos y visigodos en el año 486, un caudillo franco llamado Clodoveo impuso su reino en toda el área que se extiende desde el Rhin hasta los Pirineos. Para asegurar la estabilidad de su dominio e identificarse con las creencias mayoritarias de sus súbditos, Clodoveo se convirtió al cristianismo, bautizándose públicamente. Esta primera etapa del dominio franco sobre lo que es hoy Francia se caracterizó por el férreo control de una minoría ínfima sobre la inmensa mayoría de nativos galos. A pesar de esto el mandato franco inicialmente se caracterizó por la complacencia y la inacción. El advenimiento del Islam cambió todo eso. En el año 732 las huestes mahometanas atravesaron la Cordillera Pirinaica en una invasión de Europa Occidental, que a juzgar por la rápida conquista y sometimiento de la población Ibérica, parecía incontenible. Pocos años antes (en 719) el liderazgo franco fue asumido por un guerrero llamado Carlos, quien prefería usar solamente el título de “Alcalde de Palacio”, aunque en la práctica sus prerrogativas y poder eran sin dudas las de un rey. El nuevo caudillo organizó una caballería numerosa usando un sistema tan mercenario como original. Compró la lealtad de sus tropas mediante el regalo de tierras que previamente había robado a la Iglesia. Los nuevos terratenientes atacaron con gran furia a los muslines en un lugar a media distancia entre Tours y Poitiers. El caudillo de los islámicos llamado Abd el-Rahman se defendió valientemente, exhibiendo denuedo fanático, pero a la postre perdió batalla y vida. Con el influjo musulmán decisivamente detenido en Tours, los remanentes del ejército invasor de Abd el-Rahman se retiraron de regreso a España, contínuamente hostigados por Carlos, quien no los dejaban respirar. Por este martilleo incesante al enemigo, Carlos obtuvo el sobriquet de “Martel”, que traducido de la lengua franca al castellano (o incluso del idioma francés contemporáneo), quiere decir “Martillo”. Carlos Martel fue el padre de “Pepino el Breve” (no porque este último fuera corto de estatura, sino por la brevedad de su reino, entre 751 y 768) y quien ascendiera al trono cuando una asamblea de francos removiera del mismo al rey Childerico, último monarca franco “Merovíngeo”, ungiendo a Pepino en su lugar. Pepino fue el padre del famoso Emperador Carlomagno, cuya estatua ecuestre puede verse frente a la Catedral de Notre Dame en una ribera del Sena. En una cápsula, esta es la historia de la derrota total de la agresiva invasión islámica de Francia hace 1273 años. Evidentemente ha llovido muchísimo desde entonces. Desde antes de los tiempos de la Tercera República, Francia ha experimentado una contínua “invasión legal” de nativos de sus antiguas colonias africanas y asiáticas. Este influjo era bienvenido a través de de una pretensa “cultura cosmopolita”, pero esta actitud no representaba verdaderos “objetivos multiculturales”. Por el contrario, Francia es la cuna del nacionalismo cultural más reaccionario y chauvinista que existe en este mundo. Para París los recién llegados debían estar listos para convertirse en… franceses: Su destino era ser más que asimilados, absorbidos. ¿Quién que conozca de cerca la cultura francesa no sabe esto? Un esfuerzo por detener esa asimilación demográfica masiva con base en la quimera, se hizo evidente al inaugurarse la Quinta República cuando el entonces Presidente De Gaulle, juiciosamente conspirara con éxito para disolver los vínculos políticos entre Francia y Argelia. Aunque esa gestión separatista tuvo éxito, su aspiración a detener el influjo demográfico hacia la metrópolis desde las antiguas colonias fracasó totalmente. Los habitantes de las viejas dependencias de ultramar, mayoritariamente negros y de fe musulmana, no solamente continuaron arribando, sino que lejos de integrarse, se instalaron en “gettos” depauperados tanto en Marsella como en los suburbios de París y Lyon, creando una sub-cultura, separada del “main stream” francés y económicamente dependiente del obeso “Bienestar Social” de su gobierno. En Francia viven cinco millones de musulmanes, representando el 8% de su población. Que esos gettos constituirían el caldo de cultivo perfecto para una campaña de violencia y terror por los islamo-fascistas, era una conclusión inescapable. La ola de fuego y destrucción que ha estado devastando a Francia por ya más de dos semanas, no presenta signos de abatirse. Más de 1,400 automóbiles han sido incinerados, las pérdidas materiales exceden miles de millones de dólares y no hay alivio a la vista. La antaño temible Gendarmería, fuerza policial comparable a los Carabineros de Italia y a la Guardia Civil de España, confiesa su presente impotencia y demanda intervención militar para reprimir la intolerable campaña subversiva. Quizás estemos presenciando el comienzo de la versión musulmana de una segunda “Comuna de París” como la del 21 de Mayo de 1871, cuyos “mártires”, a quienes “Fifo” siempre recuerda con nostalgia, costaran a Francia mas de 20,000 vidas en una semana. En esa oportunidad Francia contó con un patriota como el Presidente Adolph Thiers, quien aplastara la “Comuna” sin titubeos. Mientras tanto, ¿Qué hace hoy el actual Presidente Chirac? Suplica tímidamente una tregua con los militantes musulmanes, para “estudiar sus demandas”. Pobre Francia, los musulmanes no necesitan invadirla, pues ya están atrincherados dentro de París, con la tea en la mano. Chirac no es Thiers y ya no existen “Martillos” que defiendan del invasor a la patria de Víctor Hugo.
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