REFLEXIONES SOBRE LOS DESASTRES Y SUS CONSECUENCIAS

Por Hugo J. Byrne

A mis hermanos Noel y Ruth


En nuestra existencia confrontamos a menudo situaciones espantosas que no pueden prevenirse. Hay otras que podemos totalmente anticipar, aunque nunca detener. En Norteamérica se les conoce genéricamente como semejantes a la muerte o al pago de impuestos (“taxes and death”), por su inevitabilidad. Hay otro tipo ¿intermedio? de tragedias cuya pronóstico más o menos preciso no implica que necesariamente podamos evadirlas, dependiendo para ese fin en nuestra capacidad mental y física, tanto individual como colectiva. Y en la ayuda de Dios. Esas suelen ser las de consecuencias más terribles.

Hace escasamente dos semanas este cronista y su esposa disfrutaban una experiencia intelectual extraordinaria. No sólo la delicia de pasar unas cortas vacaciones visitando algunos de los más bellos y pintorescos puertos del Mar Mediterráneo, sino el privilegio de compartir ese breve crucero en la cubanísima compañía de Noel y Ruth Aparicio. Salvo regresar a una Cuba libre no es posible pretender un ambiente más feliz ni una escolta más agradable.

De súbito al regreso, confrontamos el drama de New Orleans y todas sus trágicas implicaciones. El cambio de escenario no pudo ser más violento ni más desagradable. De nuevo la cruel realidad nos recuerda no sólo de la fragilidad de la vida, sino de nuestra insignificancia relativa al insondable universo en el que viajamos todos.

A pesar de lo anteriormente expresado no cabe la menor duda de que mucho de lo acaecido pudo prevenirse. No perdamos de vista que un huracán, a diferencia de otros siniestros naturales, puede vigilarse. En nuestra época se puede determinar la velocidad de sus vientos, su diámetro, la rapidez con que se mueve y su dirección aproximada. Puede hacerse también un juicio muy claro de su probable capacidad destructiva.

Todos los elementos de juicio indican que el Estado de Luisiana tuvo un aviso de siete días para disponer estratégicamente dispositivos de salvamento, seguridad y evacuación que brillaban por su ausencia en el momento necesario y que sólo se implementaran días más tarde ante la obvia magnitud de la hecatombe. Esos dispositivos no estaban al alcance del Alcalde de New Orleans, pero sí de la Gobernadora Blanco, cuyas frivolidades como su promoción de negocios con el Tirano Castro la ha hecho bien notoria entre la comunidad cubanoamericana. El paso destructivo de “Katrina” por La Florida, cuando era sólo de categoría 1 debió ser un sobrio indicador para la incapaz Gobernadora.

Empero, amigo lector, lo que más preocupa a un servidor suyo no es lo que ha pasado, sino lo que está sucediendo y lo que ocurrirá. Tenemos muchos amigos cubanos del exilio quienes residían en el área de la costa del Golfo. Gracias a Dios hemos sabido que algunos entre ellos han sobrevivido, como los familiares de los Aparicio y los de nuestros hermanos y colegas Miguel Uría y Jorge Maspóns. Hasta el momento de escribir este trabajo no hemos tenido noticias del brillante escritor Humberto Fontova y sus seres queridos, pero no perdemos las esperanzas de saber pronto que están sanos y salvos.

No sabemos todavía el balance final de la tragedia en los términos más importantes, que son muertos, desaparecidos y lisiados. La razón es obvia. La tragedia continúa: Pestilencias, infecciones y epidemias pueden desarrollarse en en el medio de una gran ciudad en ruinas y a obscuras, con incontables cadáveres sumergidos o flotando en aguas contaminadas. La delincuencia reina soberana todavía en ciertas áreas, en las que ha cundido el saqueo, la violación y el homicidio. La evacuación de la ciudad postrada está todavía en pleno y difícil proceso.

Cuando las capacidades extraordinarias de esta nación hayan terminado las básicas operaciones de limpieza y de restauración a una semblanza de vida civilizada en medio de las ruinas de lo que que antaño fuera una ciudad llena de color, pintoresca y divertida y una vez que tengamos una idea somera de cuál fue el destino de aquellos que ya nunca volveremos a ver, sólo entonces ha de empezar la recontrucción lenta y dolorosa en las vidas de centenares de miles de sobrevivientes abrumados por la desolación. Damnificasdos que lo han perdido todo, incluyendo dinero y trabajo.

¿Existe algún rayo de esperanza en medio de esta devastación dantesca? Reflexionemos. Hace casi medio siglo supimos los cubanos exiliados lo que representa poseer tan sólo la ropa que nos vestía y cambiar nuestro medio ambiente por otro en el que al principio ni siquiera podíamos comunicarnos adecuadamente con los vecinos por hablar distinto idioma.

Hoy representamos quizás la inmigración más exitosa en la historia norteamericana. Los escoyos y dificultades hicieron posible que florecieran más rápida y ampliamente nuestras virtudes nacionales de tesón y firmeza, dedicación y ética de trabajo.

Porque la vida es efímera como todo lo material, pero el espíritu humano nunca muere.


Éste y otros excelentes artículos del mismo AUTOR aparecen en la REVISTA GUARACABUYA con dirección electrónica de:

www.amigospais-guaracabuya.org