ANALISIS DEL DIALOGO ESPAÑOL CON LA TIRANIA Por Hugo J. Byrne Al contemplar la política exterior del presente gobierno de España con relación al régimen de Cuba, es necesario un análisis objetivo. Esa diplomacia ha redundado en la suspensión temporal de las anodinas “sanciones” que la Comunidad Europea había impuesto a la arcaica satrapía castrista desde que ella encarcelara a seis docenas de llamados disidentes y fusilara a tres presuntos secuestradores hace dos años. Los tres jóvenes, quienes fueron apresados, convictos y ejecutados en tres días, trataban de salir del país “ilegalmente”, tomando el control temporal por la fuerza en una lancha de pasajeros. La posición de Madrid se basa supuestamente en la muy frustrada agenda del diálogo con el régimen castrista, la misma que fuera infructuosamente practicada por el anterior gobierno socialista de Felipe González. El único resultado tangible de esas gestiones de que tenemos memoria es el supuesto mensaje de Castro a González, dado por el novelista Gabriel García Márquez, que actuaba como diplomático improvisado. De ser cierto (extremo que no dudamos), ese mensaje de Castro, nada diplomático, rezaba más o menos así: “Fidel me dio instrucciones que te dijera que tú eres un mari…” . La premisa de cualquier diálogo constructivo entre estados constituídos y soberanos es el respeto mutuo. “Fifo” siempre ha exigido respeto, pero nunca lo ha demostrado hacia nadie. Por otra parte, denunciar sus crímenes es el deber de la prensa objetiva y de la política sin hipocresías o dobleces. Los crímenes de Castro no son entelequias retóricas, sino realidades incontrovertibles de la historia contemporánea. Denunciarlos es actuar con honestidad. Ignorarlos no es sólo deshonesto, sino impráctico y contraproducente. A continuación probaremos ese aserto. Para establecer las bases de este análisis, pretendamos ignorar totalmente la responsabilidad castrista en la tragedia cubana. No tengamos en cuenta la imposición de su régimen totalitario por la fuerza o la confiscación de legítima propiedad sin compesación alguna. Olvidemos el engaño cruel a todo el pueblo de Cuba, al que Castro prometiera un estado de derecho. Ignoremos las persecuciones, la represión brutal, los insultos, las palizas, los juicios espúreos y sin garantías procesales. Pretendamos que la prisión injusta e inhumana no es lugar común en la Cuba de hoy, desde hace más de cuarenta y seis años, y que la tortura (tortura real, nó privación de sueño) es pan de cada día. Olvidemos los fusilamientos sumarios y los asesinatos alevosos contra civiles involucrados en actividades legítimas y civilizadas, ocurridos a pleno día y ante testigos, como el hundimiento del transbordador “13 de Marzo” o la muerte de los cuatro pilotos de la organización caritativa “Hermanos al Rescate”, ocurrida sobre aguas internacionales. Pretendamos que la deshumanización social de Cuba no ocurre diariamente. Olvidemos la corrupción de la vida diaria y la forzosa prostitución de la juventud para la subsistencia. Cerremos los ojos ante la miseria impuesta para establecer el control totalitario. Soñemos que los intereses de un pueblo noble y merecedor de un destino mejor no han sido supeditados al ego sangriento de un rufián lleno de odio, aceptando como legítimo su régimen espúreo al extremo de rebajarnos a una deshonrosa componenda con su dictadura terrorista. ¿Qué habríamos obtenido? Todo eso ha sido hecho muchísimas veces durante estos fatídicos cuarenta y seis años y trata de hacerse de nuevo mientras escribimos este ansayo. Lo hizo el finado Papa Juan Pablo II en 1998. Lo hizo por lo menos cuatro veces el antiguo Primer Ministro español, el socialsta Felipe González. El previo jefe de estado del Canadá, Mr. Jean Chretien, lo hizo continuamente. Lo hizo el ex Presidente Carter, abriendo la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana y poniendo a su frente nada menos que al apologista de Castro Wayne Smith PHD. Smith es hoy profesor universitario y “experto” en Cuba. En cada “reunión en la cima” que Castro ha contaminado con su deletérea presencia, docenas de jefes de estado le han pedido humildemente (a veces de manera servil y abyecta) una “apertura” democrática para Cuba. ¿Qué resultados tangibles produjeron estos “diálogos”? Nos imaginamos la frustración del Papa Juan Pablo II cuando Castro puso en libertad a dos criminales comunes por cada víctima de su persecución política. ¡Era de nuevo Barrabás liberado en vez de Cristo! A los amistosos avances del Presidente Carter, Castro respondió (merecidamente) con una oleada de 125,000 emigrantes desde el puerto de Mariel, la que incluía más de 12,000 criminales comunes (sacados directamente de prisiones) y lunáticos (sacados directamente de hospitales para dementes). El tirano le afirmó a Mr. Chretien: “No vamos a cambiar nunca”, a lo que agregara después; “Resistiremos las presiones de los enemigos y las de los amigos”. Diálogo, por definición, implica más de una voz. Consiste en decir, pero también en callar mientras se escucha. Eso es lo que hacen hoy palestinos e israelitas. Castro ha respondido positivamente a sólo una de las iniciativas extranjeras durante sus largos años en el poder. Fue cuando el Presidente Reagan envió a los infantes de marina a la isla Granada para detener su expansionismo. La reacción castrista fue muy aleccionadora: Castro no hizo nada. Cuando hay una sola voz no hay diálogo. Eso es por definición monólogo y Castro lo ha mantenido por más de cuarenta y seis años. Todo parece indicar que lo mantendrá mientras sus interlocutores se abstengan de usar el único lenguaje que el Tirano realmente entiende y respeta. ¿Sostenemos diálogo ahora? ¿Alguien nos escucha en Madrid?
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