EL PERFECTO IGNORANTE HISPANOAMERICANO Por Hugo J. Byrne Hace varios años Carlos A. Montaner, Plinio A. Mendoza y Alvaro Vargas-Llosa produjeron colectivamente una obra maestra de sociología política que titularon “Manual del perfecto idiota latinoamericano”. Los títulos de libros, como los de producciones cinematográficas, no necesariamente reflejan su contenido. Más bien responden a necesidades publicitarias, dictadas a veces por los editores en el primer caso y por los productores en el segundo. Las influencias subliminales son un factor determinante de la diferencia entre un “best seller” y un éxito de taquilla por una parte, o un fracaso económico de la otra. Los títulos aumentan o diluyen esas influencias considerablemente. En “Manual…” el sugestivo título sin duda tiene que haber contribuído a su popularidad. Sin embargo, los endémicos problemas sociopolíticos certeramente descritos en el libro tienen su origen más en vasta ignorancia colectiva que en limitación intelectual. Encuentro a los hispanoamericanos con cuyos intelectos me relaciono, más ignorantes política y socialmente (en nociones básicas) que sus contrapartidas norteamericanos o europeos. A despecho de ser acusado de arrogante o sabelotodo (lo que me tiene totalmente sin cuidado) , considero que el conocimiento social colectivo en Iberoamérica es peor que pobre: Es Inexistente. Tomemos como ejemplo el significado de la palabra totalitarismo. Sin duda existe en Iberoamérica la extendida y peregrina noción de que un gobierno militar, o simplemente dictatorial es por definición totalitario. Esa idea errónea conduce a comparaciones absurdas, digamos entre Trujillo y Stalin, o entre Hitler y Somoza o, la que se gana el premio mayor de la ignorancia, la más descabellada de todas, entre Batista y su heredero Fidel Castro. ¿Quién en el exilio cubano no ha tenido que contestar la pregunta ignorante por antonomasia, casi siempre hecha por otro hispanoamericano; “¿Por qué los cubanos no derrocan a Castro con una guerra de guerrillas, como lo hicieron con Batista?” Haciendo salvedad de los gaznápiros que hacen esa pregunta deshonesta e interesadamente (agentes o promotores del tirano), su formulación en un plano honrado implica una ignorancia supina de las insalvables diferencias entre ambos sistemas. También implica crasa ignorancia histórica. En Cuba hubo una guerra de guerrillas muy sangrienta contra el castrismo en la Sierra del Escambray, sistema montañoso de Las Villas en el centro de Cuba, entre 1960 y 1965. Más de cien mil tropas castristas fueron movilizadas para aplastar a centenares de alzados. Esto último no fue tarea fácil. Castro tuvo que apelar a los métodos del colonialismo español, desenraizando aldeas enteras para relocalizarlas en Pinar del Río, la provincia más occidental de la Isla. Más de seis mil soldados castristas y rebeldes perececieron en ese sólo teatro de operaciones, en combate o ante el paredón de fusilamiento. Existieron otros focos guerrilleros en Oriente, Matanzas y la Sierra de los Organos de Pinar del Río. El estado totalitario castrista a diferencia del régimen anterior tiene total control (por eso se llama totalitario) del abastecimiento de todos los artículos de consumo. Las reuniones privadas son estrechamente observadas por los comités de delatores, en un sistema universal de cuadra por cuadra y el régimen como único empleador, fuerza la asistencia laboral a los centros de trabajo (haya o nó necesidad de su presencia), controlando así todos los movimientos de la misma. La tarjeta de racionamiento no es una medida egalitaria, sino una herramienta de control. Poseerla es imprescindible a la supervivencia y de esa manera el individuo necesita la cooperación del régimen para subsistir. Nadie puede entrar o salir del país sin el previo permiso oficial y las costas son estrechamente vigiladas. Quienes deciden escapar usando medios improvisados se arriesgan no sólo a los elementos, sino a perecer a manos de la represión, sin importar que se trate de mujeres o de niños pequeños, como lo demostrara el caso horripilante del transbordador “Trece de Marzo”. La “dictablanda” de Batista no tenía a su disposición ninguno de esos resortes de poder totalitario, ni pudo nunca suspender indefinidamente las garantías constitucionales cubanas. El acceso a las costas cubanas era libre y total, hecho que incluso facilitó el desembarco de Castro en 1956. La entrada y salida de personas usando cualquier medio era libre. Durante esos siete años, a pesar de sufrir un gobierno ilegal, Cuba recibió cinco veces más inmigrantes de otras partes del mundo (incluso norteamericanos), que el número de cubanos que optaron por residir en el extranjero. Las medidas de represión del régimen batistiano, que victimizaran a centenares de cubanos, no pueden remotamente compararse con las decenas de miles asesinados por el castrato durante estos fatídicos cuarenta y seis años. Castro y su régimen -mientras viva el Tirano- tienen la misma posibilidad de ser derrocados por una revuelta doméstica que la que tuvieron en su día Hitler o Stalin. Tratar simplísticamente de amalgamar esos regímenes totalitarios con dictaduras políticas paternalistas que no intervienen directamente y dejan (peligrosamente para su longevidad) intactas las intituciones sociales básicas (como las comunicaciones o el comercio libre) es perfectamente obtuso. Lo anteriormente descrito es del conocimiento de todo aquel que haga un esfuerzo simple por enterarse, pero parece ser un misterio impenetrable para muchos histórica y políticamente ignorantes en Hispanoamérica.
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