ADIOS A GUILLERMO CABRERA INFANTE

Por Hugo J. Byrne

(Traducido libremente del artículo original en inglés)

Para muchos lectores de habla inglesa, la muerte de Guillermo Cabrera Infante, uno de los más importantes escritores en el idioma español de nuestros tiempos, pasó inadvertida. Aunque sus obras fueran traducidas con frecuencia al inglés, la prosa del finado escritor cubano, como ocurre a menudo con trabajos literarios de gran envegadura, es de muy difícil traducción.

Su terco estilo y peremne tendencia al juego intrincado de palabras, como ocurre con la gracia en un chiste, ocultaba con frecuencia su sabor original en la mejor de las traducciones. Cabrera escribió notable ficción, alcanzó gran éxito como periodista y devino en un maestro del ensayo. A su talento literario agregó una voluntad férrea, una inmensa pasión por la justicia y una absoluta integridad intelectual. Al fallecer en un hospital de Londres la semana pasada, tenía setenta y cinco años de edad.

Cabrera Infante nació en Gibara, pueblecito costero al norte de la Provincia cubana de Oriente en 1929, donde un año más tarde una expedición revolucionaria contra el gobierno represivo del Presidente Machado fuera fácilmente puesta fuera de combate. La familia Cabrera Infante se mudó de Gibara a La Habana en 1941, donde el joven Guillermo produjera sus primeros trabajos literarios en 1947.

Un estudiante notable, Cabrera ingresó en La Escuela de Mediciana de la Universidad de La Habana, pero casi enseguida cambió a disciplinas más de acuerdo con su vocación y aspiraciones. En 1950 Cabrera ingresó a la Escuela de Periodismo y en 1954 obtuvo una posición en el "staff" de la revista "Carteles". "Carteles" en esa época era la segunda publicación semanal en Cuba, sólo superada en circulación por la popular revista "Bohemia", cuyo contenido era esencialmente político, en contraste con la más literaria "Carteles". Inicialmente Cabrera Infante se dedicó sólo a cubrir la columna de cine, pero en 1957 fue nombrado Jefe de Redacción.

Simultáneamente con sus obligaciones en "Carteles", el joven periodista mantuvo una contínua producción de notables ensayos y novelas cortas. Desde un principio su trabajo mereció una gran aceptación de la crítica, recibiendo numerosos honores y elogios. La cinematografía siempre fue para Cabrera un tema de gran interés y junto a otros intelectuales cubanos fundó "La Cinemateca de Cuba".

Cabrera Infante nunca escondió sus convicciones, extremo que rápidamente lo puso en dificultades con el gobierno de Batista. Compartió esa animosidad oficial (e incluso la prisión) con otros muchos periodistas e intelectuales de todas las vertientes ideológicas. A la llegada de Castro y su "Revolución" al poder, Cabrera fue nombrado Director de la flamante "Lunes de Revolución", una revista literaria destinada a avanzar los objetivos del régimen, acción de la que el castrismo tendría eventualmeente buenas razones para arrepentirse. En 1960 Cabrera publicó su primer libro titulado "Así en la paz como en la guerra".

Temprano en 1961 Castro ordenó clausurar "Lunes", aduciendo que la revista estaba diseminando "revisionismo contrarrevolucionario". Al año siguiente Cabrera fue "asignado" al cuerpo diplomático como "Agregado cultural" en la embajada cubana en Bruselas. En 1965 el escritor regresó brevemente a Cuba para asistir a los funerales de su madre. El negativísimo cambio social que presenció allí, reafirmó su decisión de confrontar definitivamente al régimen. Cabrera experimentó grandes dificultades para abandonar de nuevo el territorio cubano, que incluyeran un pedido de asilo político en España, negado por el gobierno franquista. Al finalmente salir de Cuba Cabrera renunció a su posición diplomática.

Como retoño de una familia de comunistas militantes y fundadores del "Partido Socialista Popular", Guillermo Cabrera Infante era, hasta ese momento de su vida, un militante izquierdista. Este hecho debe ser muy significativo al analizar su ruptura definitiva con la doctrina que había aprendido desde la cuna y emprender el camino del verdadero exiliado político para el resto de su vida.

Tal como Eudocio Ravines y Eric Blair (más conocido como George Orwell) hicieran antes, Cabrera presenció la realidad espantosa del colectivismo y se separó de ella horrorizado. Sin embargo, al salir por la última vez de Cuba, el escritor llevaría consigo una determinación solemne de oponerse a los verdugos de Cuba, sólo comparable a su raro talento literario.

La mayoría de los observadores del dilema cubano condenaron la "media vuelta" dada por algunos poquísimos "personeros del exilio" en una llamada "nueva posición" que incluía un "diálogo" con Castro o sus alabarderos. Cabrera estaba en primera línea entre quienes condenaron la cínica componenda, lo que le valió el encono de la servil y mediocre manada "intelectual" del régimen. Más de una vez midió sus capacidades oratóricas (que rivalizaban con su talento literario) con los subalternos del régimen, derrotándolos sin excepción.

En su exilio permanente de Londres, Cabrera escribió sin descanso. Su "Vista del amanecer en el trópico" recibió un premio internacional en 1964. Entre sus mejores obras de ficción se cuenta "Tres tristes tigres" publicada en 1967. Guillermo Cabrera Infante escribió numerosas novelas. Entre ellas "La Habana para un infante difunto" (1979), "Holly Smoke" (1985) y "Mi música extremada" (1996). Cabrera también escribió teatro moderno, pero su máximo logro literario fue sin duda el ensayo y su antológica obra "Mea Cuba", recibió grandes honores de la crítica al publicarse en 1992. En 1997 Cabrera fue recipiente del codiciado Premio Cervantes.

En años recientes Cabrera sufría de serios problemas de salud. Fumador de puros, era víctima de diabetes y problemas cardiovasculares crónicos. El escritor cubano también fue presa de grave depresión durante los años setenta, para lo que fue tratado con electroshock. Una fractura de la cadera a principios de febrero precipitó su fin.

La Habana y su gente de los años cincuenta campean en las obras de Cabrera. El encanto sutil de la elegante metrópolis, tan rebosante de luz y esplendor, le daría al sensitivo y recién llegado joven de Gibara una impresión de belleza que permearía para siempre en su obra. La Habana era su musa, su amor y su pasión. La primera imagen de la capital de Cuba quedaría fiel en la memoria de Cabrera, bloqueando la presente realidad de ruina y decadencia. La legendaria vida nocturna de La Habana y su desaparecida sociedad capitalina, tan llena de color y poesía (y tan diferente a su miserable existencia de hoy), estaban siempre en el núcleo de su obra.

Obra que echaremos de menos amargamente.


FIN



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