EL DOCUMENTAL DE PBS

Por Hugo J. Byrne

Muchos amables lectores me han pedido que opine sobre el documental minibiográfico del Tirano Castro que se exhibiera nacionalmente por la “Public Broadcasting Systems” el pasado lunes 31 de enero. A veces quisiera no tener que opinar inmediatamente sobre eventos como ese y poder esperar a procesar con máxima serenidad cada detalle, haciendo un escrutinio completo de todas sus implicaciones, que son múltiples. Infortunadamente la apremiante obligación de quien quiera comentar la actualidad no lo permite.

Sin embargo, dentro de esos estrechos parámetros es posible sentar ciertas bases. La mejor actitud para un juicio sereno consistiría en tratar de entender cuál es el propósito del documental. Sobre todo aprender su origen y la audiencia para la cual se hizo. Por de pronto entendamos que en los predios de la PBS, fuera de ciertos programas culturales o artísticos, nunca ocurre (ni ocurrirá) nada que no sea “políticamente correcto”, o por lo menos de algún modo afiliado al esquema político de la izquierda.

Siempre habrá en PBS un nicho para las estridencias “liberales” de un Bill Moyers y nunca para el periodismo objetivo y parsimonioso de un Britt Hume. Sería muy interesante poder hacer un “survey” de las filiaciones políticas de los productores contribuyentes a la programación de PBS. Como se dice en el idioma inglés, sería "a foregone conclusion".

Más de un comentarista cubanoamericano ha hecho ya una disección inteligente del documental y entre ellas considero la de mi amigo Humberto Fontova (autor de “Helldivers Rodeo” , “Hellpig Hunt” y un nuevo libro que se publicará en el futuro inmediato sobre los amigos de la tiranía en Hollywood) la más incisiva. Un estudio somero de los panelistas del programa nos puede dar una idea bastante aproximada de la medida de su objetividad, la que también puede analizarse en términos de los eventos históricos que presentara tanto como aquellos que omitiera.

Castro aplicó el terror de manera más total e indiscriminada, para consolidar su régimen, precisamente en la época en que los dos más importantes panelistas “exiliados” del programa, Norberto Fuentes y Carlos Franqui, no sólo pertenecían a su sistema de opresión y crimen, sino que lo hacían como sus principales propagandistas. Como director del diario “Revolución”, primer órgano oficial del castrismo antes de “Granma” , Franqui aplaudió la estrategia de “tierra quemada” que usara Castro contra los alzados del Escambray y el fusilamiento sumario de campesinos prisioneros, llamando ese genocidio en los cintillos de su libelo “Terror Revolucionario contra terror Contrarrevolucionario”. Este gacetillero del castrismo, al desertar de su mentor, decidó exiliarse en Italia (a fines de la década del 60) por temor de lo que la memoria de su conducta pudiera suscitar entre los ya numerosos desterrados cubanos en Estados Unidos. Por su parte Norberto Fuentes, más joven que Franqui, fue hasta fines de los años ochenta el Joseph Goebbles de Fidel Castro. Es precisamente Fuentes quien acuña la frase “lucha contra bandidos”, para referirse a la represión contra la guerrilla del Escambray, frase que usa para titular uno de sus primeros libros y que adopta Castro para denominar a su primera “tropa élite”.

Las llamadas “Unidades de lucha contra bandidos” organizadas en el Ministerio del Interior, más tarde se llamarían “Guardias Fronterizos” y por último “Tropas Especiales del MININT”. Esas fuerzas élite castristas que están moldeadas en las SS nazis y que juran como ellas lealtad al “Comandante en Jefe”, fueron las que sirvieran con más notoriedad los intereses de Castro y de la por suerte fenecida Unión Sovética en Centroamérica, Africa y el Oriente Medio.

Irónicamente, Fuentes tiene capacidad para hacerle daño a la tiranía por su conocimiento vasto del modus operandi de su antiguo amo y porque sabe escribir. Hasta cierto punto quizás pueda decirse otro tanto de Carlos Franqui. No así de Alcibíades Hidalgo, que simplemente fungía como palafrenero personal del “Hermanísimo” Raúl, hasta que decidiera tomar una embarcación y huír a la Florida en el 2001. Sin embargo, no enfatizar al público los sangrientos antecedentes Castro-totalitarios de estos tres panelistas demuestra fuera de toda duda que ni la productora del programa, ni BPS tenían la más mínima intención objetiva.

El resto del panel “exiliado” (a excepción de Rafael Díaz-Balart y el antiguo prisionero de Castro por 22 años poeta y autor de “Contra toda esperanza”, Armando Valladares) es un “quien es quien” del grupito insignificante que promueve paz con la tiranía, acatando sus términos. Entre ellos se destaca Alfredo Durán, expulsado merecida y desonrosamente de la Asociación de Veteranos de la Brigada 2506. Los “pundits” norteamericanos, incluyendo la desacreditadísima figura del “Embajador” Wayne Smith (quien optara por humillarse al perder un litigio por libelo con el desaparecido fundador de la FNCA Jorge Más, antes que pagar $40,000) son también todos lobos de la misma camada, quizás con la excepción de Gorgianne Geyer, talentosa autora de “Guerrilla Prince”, biografía bastante objetiva del Tirano.

Sin embargo, no sería honesto ignorar que por la primera vez en su muy parcial historia PBS proyecta luz sobre ciertos acontecimientos grandemente dañinos a la propaganda de Castro entre el pueblo norteamericano, como es su demanda a los soviéticos de bombardear Estados Unidos con misiles atómicos en octubre del 62, “para salvar el socialismo, aunque Cuba desaparezca del mapa”. Tampoco puede hacer feliz al Tirano que una emisora nacional norteamericana eminentemente “liberal” y hasta el presente simpatizante de su régimen como PBS, exhiba ¡por fin! las largas y melancólicas líneas de campesinos desplazados a la fuerza del Escambray a Pinar del Río; “¡porque era la única forma de obtener seguridad para los soldados de la revolución en esa zona de Las Villas!”.

Lo descrito en el párrafo anterior, más un cierto apego a la realidad en las características personales de Castro constituyen la parte objetiva en el documental de PBS. Empero, ocultar la verdad es esencialmente mentir. La señora Bosch y PBS no encontraron espacio en su programa de dos horas (entre decenas de otros acontecimientos característicos del oprobio de los últimos 46 años) para la masacre del remolcador “13 de Marzo”, ni para la paliza indiscriminada en la represión del alzamiento popular expontáneo del Malecón habanero de 1994, ni para el asesinato cobarde de cuatro pilotos desarmados de “Hermanos al Rescate” sobre aguas internacionales en 1996.

Quienes todavía nos jugábamos la piel en Cuba el 17 de abril del 61, recordamos lo difícil que resultó comunicarse justamente antes o durante ese día, con alguien, ¡con cualquiera!, entre las respectivas unidades o células del clandestinaje a las que pertenecíamos. No se podía localizar a nadie y parecía que La Habana se hubiera encogido de repente.

En cuestión de horas decenas de miles de personas que se suponían desafectas al régimen fueron apresadas y comprimidas en fincas aledañas a la gran ciudad. Se les acorraló en campos deportivos, teatros y parques. No tenían agua ni alimentos, las facilidades sanitarias eran casi inexistentes y sufrían la amenaza contínua de ser ametrallados por sus captores. A través de la Isla Castro tomó como rehenes a hombres y mujeres de todas las edades y en esas prisiones improvisadas hubo partos y muertes (la mayoría de estas últimas por causas naturales, aunque provocadas por ansiedad).

Muchos detenidos fueron sujetos a tortura sicológica, incluyendo “fusilamiento” con balas de salva, como le ocurriera al letrado cubanoamericano Mario Lazo (“Dagger in the heart”, Twin Circle Publishing Co., New York 1968). En algunos lugares de La Habana se contaron más de 4,000 personas hacinadas en uno sólo de esos improvisados y temporales campamentos de concentración.

El estimado más conservador brindado por archivos hasta ahora secretos y recientemente publicados de organismos de represión en la antigua Unión Sovética, pone el total de secuestrados a través de Cuba durante abril de 1961 en más de 130,000. El “documental” de PBS redujo ese total a ¡20,000! La mayor parte de estos rehenes fueron puestos en libertad en menos de una semana, cuando se hizo evidente que el desembarco de Ciénaga de Zapata había fracasado y que no era preludio a otra invasión mayor. Entre los que pudieron regresar a su casa había muchos que obviamente los comunistas nunca identificaron, pues de otro modo no los habrían soltado.

¿Intentaron PBS y la productora Bosch distorsionar la historia interesadamente? Los amigos lectores tienen la palabra.


FIN



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