INSULTOS A LA DISTANCIA

Por Hugo J. Byrne

Parece que lastimé algún callo muy sensible con mi artículo "Las dos caras de la moneda", en el que respondía a diez interesantes preguntas sobre las relaciones entre cubanos y españoles. Toda pregunta tiene su respuesta adecuada, no importa cuán retórica la pregunta sea y por eso usé la figura simbólica de una moneda, afirmando que una respuesta idónea siempre complementa a una buena pregunta, como la cara de una moneda a la otra.

Por estrechez física (otro símil adecuado) no caben en el canto de una moneda preguntas ni respuestas. Sucede que la ley de gravedad impide que cuando sea lanzada al aire una moneda muestre el canto al caer al suelo. La apuesta es "cara o cruz", no "cara o cruz, o canto".

Un colaborador de La Nueva Cuba, a uno de cuyos trabajos me referí en el mío y cuyo nombre no mencioné por no saberlo, se agita agresivamente contra mis conceptos y en ese proceso (que incluye algunos adjetivos sonoros) me brinda oficiosa y condescendientemente un par de largas y detalladas lecciones de historia (incluyendo historia de Cuba), de filosofía y de filología. Aunque tenía el firme propósito de hacer oídos sordos a cualquier desafío a debatir, extremo que hice manifiesto en mi ensayo, creo necesario aclarar algunas cosas tan sólo para beneficio de los amables lectores.

Mi nombre completo, tal como aparece en el Registro Civil de la Ciudad de Matanzas desde 1934, es Hugo Juan Byrne y Roque. Actualmente resido en Pasadena, California, Estados Unidos de Norteamérica. Soy cubano por nacimiento, como mis padres y abuelos. Soy también ciudadano naturalizado de este país y serví voluntaria y honorablemente en su Ejército en una era en la que muchos nativos norteamericanos trataban de evitar ese servicio.

Me siento feliz viviendo aquí y nadie me impide vivir en otra parte. Aunque tuve la oportunidad de pertenecer a la élite gobernante de Castrolandia, no podía hacerlo y al mismo tiempo sentirme un hombre honrado. Luché contra la injusticia en mi país de origen, arriesgando la existencia y emergiendo a lo que parecía victoria en 1959, sólo para comprobar que, en realidad, todavía estaba al pie de la montaña. En la contienda siguiente salí derrotado aunque no vencido, pues rehusé y rehuso rendirme. De esa era difícil llevo cicatrices del cuerpo y el alma.

Trabajé en Cuba y en Estados Unidos por más de treinta y siete años hasta mi retiro a principios de la década pasada. Aunque escribo por afición desde 1966 y por contribuir a la causa de la libertad de mi tierra natal, nunca he tenido que utilizar ningún seudónimo o "nombre de pluma". Fui Editor Político del desaparecido semanario "La Prensa de Los Angeles", actualmente escribo una columna en el semanario "20 de Mayo" y otra para el periódico del "Net" "La Nueva Cuba". Esto último por cortesía no solicitada del amigo y compatriota Roberto Solera, detalle que parece molestar a mi crítico, lo que no entiendo.

Contribuyo regularmente a "La Voz de Cuba Libre" y "Guaracabuya", del "Net", al mismo tiempo que, en ocasiones, para la revista "Contacto" (en inglés y castellano) y sólo en inglés para "The Orange County Register", el segundo periódico diario de mayor circulación del sur de California. Aunque siempre he sido pobre, nunca he percibido remuneración ni aspiro a un centavo por esa labor.

La razón de agregar a este trabajo un resumé personal es enfatizar que jamás durante todos esos años, sin ínfulas de profesionalismo periodístico y aunque siempre haya fustigado con justísima dureza tanto al Tirano de Castrolandia como a sus acólitos (donde quiera que se encuentren y aunque se disfracen de opositores), nunca he recurrido ni he necesitado utilizar lenguaje vulgar o insultante para exponer opiniones o poner en su sitio a quien se lo merezca. Además, siempre he despreciado profundamente los insultos a distancia y a quienes se rebajan usándolos.

Esas felonías se las dejo al libelo "Granma", quien me acusó en diciembre del 2003 de terrorista sin haber jamás presentado la menor evidencia. Es por eso que agrego quien soy y donde vivo, en la esperanza (remotísima en este caso), de que a quien le venga bien el sayo se sienta con los impulsos viriles de emular a un novel Gonzalo Castañón.

En su vitriólico artículo en respuesta al mío el susodicho colaborador de La Nueva Cuba me llama "fanfarrón", "esclavo", "cobarde" y "canalla", junto a otros epítetos, que aunque sólo intentaban ser ofensivos son también injustos, ya que al personaje (cuyo seudónimo no tengo por qué repetir) lo que aparentemente le ha molestado, no es que yo hiciera referencias incorrectas de sus afirmaciones, sino todo lo contrario: Que ellas fueran totalmente ciertas, extremo que reconoce en su desdichado artículo. Resulta indicativo de la personalidad del autor que la verdad lo irrite tanto. Dijo Luz y Caballero que "…sólo la verdad nos pondrá la toga viril", pero evidentemente existen individuos tan inseguros, que les duele que otros afirmen… lo mismo que ellos.

No es que me preocupe que alguien se manifieste en oposición a lo que pienso. De ser ese el caso, me habría aclimatado al totalitarismo y viviría servilmente en Castrolandia. Lo que sí afirmo es que, no importa lo absurdos que los análisis ajenos nos parezcan, no tenemos derecho a insultar al prójimo porque los sostengan.

Aunque por elemental amor propio y mantener mi palabra de no perder el tiempo que en realidad necesito para otros menesteres más importantes que responder a quien se sienta satisfecho de insultarme a la distancia, no quiero contestar todas sus afirmaciones sobre lo que llama mis "barbaridades históricas". Si desea afirmar que lo hago por mi falta de conocimiento en las mismas, buen provecho. Los amables lectores conocen perfectamente el "score". Le agradezco, no obstante (y muy sinceramente) que me ilustrara en relación a la etimología de los términos caudillo y califa, de los que si bien recuerdo, escribí que desconocía si se relacionaban.

Sólo trataré de corregir algunas "barbaridades" que el del seudónimo escribió sobre Cuba: Negar que miles de patriotas perdieran sus vidas tratando generosamente de liberar a Cuba, antes, durante y después de Bahía de Cochinos, es interesadamente pretender ignorancia de eventos históricos que incluso el régimen castrista reconoce. Es cierto que los cubanos libres fuimos derrotados durante la segunda parte de la década del 60, pero negarle importancia histórica a ese sacrificio, más que absurdo es ridículo. Es también un insulto, esta vez nó a mi conocimiento de la historia, sino a la inteligencia de los lectores. Se trata de un período del acontecer cubano que vivimos intensamente. Un período muy sangriento, tanto en los campos como en las ciudades de Cuba.

No es casualidad que las "Unidades de lucha contra bandidos" del Ministerio del Interior, responsables del genocidio en la Sierra del Escambray se convirtieran eventualmente en las "Fuerzas Especiales del MININT", usadas en Angola, Etiopía y Las Alturas de Golan, guardia pretoriana del Tirano y sus mejores unidades represivas. Aprendieron a matar practicando con los campesinos del centro de Cuba. El Escambray, sistema montañoso central de la Isla, donde aldeas enteras fueran desarraigadas y forzosamente relocalizadas a la Provincia de Pinar del Río, fue testigo de una lucha terrible en la que los "bravos soldados de la Revolución", aventajando en número a los campesinos alzados en proporción de cuarenta a uno, como ritual se orinaban en los cadáveres de los infelices guerrilleros muertos en combate.

La guerrilla anticastrista en Cuba empezó a fines del 59 y duró por más de cinco años, enfrentando en El Escambray dos mobilizaciones castristas llamadas "limpias", ambas numéricamente superiores a la que comandara el "Gallego Fernández" en Bahía de Cochinos. Muchos de los veteranos alzados de entonces viven en el destierro, pero la mayoría pereció en combate o atados a la estaca de fusilamiento. El último alzado del Escambray, José Rebozo Febles, fue capturado por la represión del Tirano en 1966. Cuando finalmente saliera del presidio político castrista en septiembre de 1988, Febles se fue al destierro. Pasó, como tantos otros, a integrar "la mafia de Miami", o, de acuerdo al autor del seudónimo, "los cubanos del continente".

Margarito Lanza Flores, jefe de una partida de guerrilla en el norte de Las Villas fue casi quemado vivo cuando acorralado en un cañaveral rehusó rendirse. Estos "hombres nuevos" que me "romperían la boca" según el autor con seudónimo, "si no fueran caballeros", también se orinaron sobre las quemaduras del bravo negro mambí, antes de fusilarlo. La llamada "lucha contra bandidos" del Escambray fue un genocidio, con legítimas raíces históricas en la "reconcentración" de Cánovas y Weyler de 1896, si aceptamos que tal masacre en masa pueda ocurrir por motivos políticos, definición que inadvertidamente admite el del seudónimo en su diatriba.

Que esa definición no pueda aplicarse a los dos años de Reconcentración de "pacíficos" por Weyler es una idea tan peregrina como que la sociedad cubana precastrista (a la que no puede identificarse honestamente con el gobierno ilegal que sufrimos desde el 10 de marzo de 1952) era una colonia de Washington. Ya que el anónimo autor desea conocer "las fuentes históricas en las que bebo", aquí van dos: "Major Crisis in American History", New York: Harcourt, Brace, 1962 (dos volúmenes), por los autores Leonard W. Levy y Merrill D. Peterson.

En esa obra se cita la cifra de 400,000 muertos por hambre, visicitudes y plagas, como avanzada por historiadores españoles: "the most reliable one available, since the Spanish were best able to estimate the toll and certainly had no reason to exaggerate the tragedy" (la cifra más fidedigna disponible, pues los españoles estaban en la mejor situación para estimar las pérdidas y ciertamente no tenían razón para exagerar la tragedia) (el énfasis es mío).

El mismo estimado español es citado por George J. A. O'toole en su excelente "The Spanish War", New York, W.W. Norton & Co., 1984. En esta obra se agrega: "… according to a Spanish estimate at least a third of the rural Cuban population, that is to say, more than four hundred thousand human beings perished" (de acuerdo a cálculos españoles, por lo menos una tercera parte de la población rural de Cuba, o sea más de cuatrocientas mil personas, perecieron) (el énfasis es mío).

Los estimados más precisos por expertos en demografía histórica sitúan la población cubana de 1895 en algo menos de dos millones de personas. Las cifras anteriores a esa fecha no tienen relación alguna con el asunto a discusión. El censo de población durante la primera intervención norteamericana bajo Leonard Wood en 1899, a más de un año del cese de las hostilidades y mucho tiempo después de la muerte de Cánovas en Santa Agata y de que Sagasta (para su inmenso crédito) aceptara la renuncia de Weyler y ordenara el cese de la fatídica Reconcentración, arrojó un total de 1,572,000 habitantes. ¿Dónde se metió la diferencia? Se trata de aritmética elemental.

Pero la discusión sobre si el monto total de víctimas cubanas de la Reconcentración fueran 400,000 ó 340,000 ó 280,000 es académica, como lo es si los nazis gasearon a seis millones de judíos o a cuatro millones o a dos, o si Pol Pot y su Kahmer Rouge eliminaran a la mitad de la población de Cambodia o a la tercera o la cuarta parte. No es necesario dramatizar para honestamente reconocer que fueron masacrados cuando ni siquiera eran combatientes: Eran en su mayoría ancianos, mujeres y niños indefensos. Eso se llama genocidio aún de acuerdo a la propia definición del autor lejano, incógnito e insultante.

Tampoco puedo dejar sin respuesta una afirmación que utiliza el incógnito como excusa para endilgarme el piropo de "canalla". En "Las dos caras de la moneda" afirmé lo siguiente: El llamado "hombre nuevo" que ha tratado de formar el socialismo castrista, es básicamente cobarde, deshonesto, holgazán, carece de iniciativa y a menudo de vergüenza" (el énfasis se lo agrego aquí). El de los improperios desde lejos, en su "Canto de la Moneda", escribe ("verbatum") "Pero su afirmación de que" (sic) "El cubano del interior es básicamente cobarde, deshonesto, …" (el énfasis también es mío). No lo voy a llamar "canalla", porque sencillamente no sé si se trata de un error honesto.

El insultante a la distancia podrá llamarme en futuros artículos todos los epítetos que le aconsejen sus sentimientos (o quizás… ¿las instrucciones de sus jefes?), pero nunca podrá avanzar evidencias de los mismos. Por contraste, el párrafo anterior es prueba en blanco y negro de que yo sí podría acusar al incógnito insultante a la distancia como mentiroso, libelista y calumniador. Llamándolo así no lo estaría insultando, ni dándole motivos para que se sientiera ofendido, tan sólo lo estaría describiendo, pues poseo la prueba.

Por lo demás, agradezco al insultante distante y anónimo que coincida conmigo en un par de ideas y de que incluso se sienta lo suficientemente generoso como para llamarme caballero. Toda vez que yo no lo insulté, limitándome a dos observaciones sobre su trabajo, con las que él mismo está de completo acuerdo, creo que tengo derecho a suplicarle el correspondiente elemental respeto.

Que bien se sienta lo suficientemente hombre honrado como para no insultarme de gratis a miles de millas de distancia por discrepar de mí, o bien que se sienta lo suficiente bravo como para darse una vueltecita por Pasadena U. S. A. y repetirme los insultos en persona, en algún lugar de su elección, e incluso, si así lo desea, que se acompañe de varios de sus amigos "hombres nuevos" de Castrolandia, para ver si dejan de sentirse tan caballeros y se animan a "romperme la boca" (pues no sería la primera vez que tratan). Pero apuesto a los amables lectores que el escritor incógnito decidirá seguir insultándome desde su confortable seguridad de Barcelona, por lo que no pierdo más tiempo con él.


FIN



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