ELOGIO DE LA PATRIA CHICA Por Hugo J. Byrne Recordando al Dr. Héctor Alvarez del Puerto "Amable paz de la nativa aldea, En el idioma castellano relacionamos el regionalismo sólo con díscolos sentimientos de separación o autonomía. Use Vd. esa palabra y casi todo aquel que lo escuche evocará los disturbios antiespañoles o el terrorismo en el País Vasco (en sus provincias peninsulares), o a los separatistas catalanes, o a los irlandeses católicos de Ulster, etc. Sin embargo, la tercera acepción que nos brinda el diccionario Larousse para esa palabra es bien diferente: "Amor a determinada región". Si sentir amor al terruño fuera pecado, la gran mayoría de los matanceros seríamos pecadores empedernidos, sin esperanza de redención. Es muy cierto que en Cuba, la Cuba en que nacimos y en la que nos formamos culturalmente, a pesar de su escasa extensión territorial y población menor aún, los orgullos y la honrilla regionalista eran proverbiales. Con más razón que sin ella, matanceros, pinareños, villareños, camagüeyanos, orientales y habaneros, incluyendo en especial los oriundos de localidades urbanas, sin importar su tamaño o localización geográfica, sentíamos por igual profundo arraigo por la "patria chica". Amor que no hacía disminuir nunca, sino más bien acentuaba nuestra devoción por la patria "grande", la que nos ensañara Martí a poner en un altar, porque era y debía ser siempre de todos y para el bien de todos. Ese noble sentimiento hacia lo que el género humano considera la extensión de la familia, es el origen de las nacionalidades. Estoy seguro que entre mis hermanos matanceros se cuentan muchísimos que aman entrañablemente a la hermosa ciudad en la que nos calentó el sol por la primera vez. Sin embargo, no recuerdo ninguno que se sintiera más ostensiblemente identificado con la "patria chica" como el Dr. Héctor Alvarez del Puerto. Héctor, a quien despedimos de esta vida hace unos pocos días, hacía gala de su origen matancero como lo podría hacer un rey con el derecho divino que le confieren su corona y su cetro, pero siempre atemperando ese sentimiento con un extraordinario sentido del humor. A sus poco comunes cualidades humanas y profesionales el popular cardiólogo matancero unía un inmenso cariño por su ciudad natal. Esas cualidades y ese amor por Matanzas se hacían siempre evidentes en cada oportunidad en que tuve la extraordinaria suerte de compartir con él las muchas actividades patrióticas en que coincidíamos. Quiso el destino que nuestros caminos se cruzaran en el destierro. El escenario fue "Misión Martí", ese loable esfuerzo de nuestro exilio que infortunadamente desapareciera. Héctor era uno de sus conferencistas más destacados. Allí, rodeado de patriotas, también me encontré con otros ilustres matanceros, entre ellos el Dr. Mario Tápanes, quien fue preso político de la Tiranía en Cuba y aunque quizás no le agrade recordar esa triste experiencia, sé que sufrió tortura sicológica, incluyendo "fusilamiento" con balas de salva. Mario Tápanes y un servidor coincidimos con gran frecuencia. Comenzando por los "Boy Scouts" de Matanzas. Después el Instituto de Segunda Enseñanza de esa ciudad. Más tarde me ofrecería sus servicios como Notario en mi matrimonio. Después vendría el destierro y el servicio voluntario en la infantería del ejército norteamericano en Fort Jackson, Carolina del Sur, en donde nos encontraríamos nuevamente. No es sorprendente para mí que Héctor Alvarez del Puerto sintiera tanto cariño por Matanzas, porque sus experiencias de juventud y las mías eran tan paralelas como gratas. La Matanzas de nuestra época corresponde a un tiempo tan dichoso, que a veces, al paso de los años, me luce como si se tratara de otra vida irreal o mítica. Una infancia feliz casi siempre sienta las bases de una actitud optimista y positiva. Haber nacido en Matanzas durante mi generación, aunque suene ridículo o inverosímil, en mi criterio contribuyó mucho a mis posibilidades de alcanzar una vida colmada, desarrollando una voluntad firme, que tanto me ayudara más tarde a superar los terribles embates de la adversidad. Héctor Alvarez del Puerto y Eleonora Labat se casaron el día 19 de diciembre de 1959 en la Iglesia de La Playa de la Ciudad de Matanzas. Fue una fecha muy especial. Supe que fue una boda elegante, aunque sagrados compromisos previos me impidieran asistir. ¿Por qué se mantiene esa ocasión para siempre en mi memoria? Sencillamente porque que me casé el mismo día y en la misma iglesia. Ellos por la tarde y nosotros en la mañana. Héctor ejerció con gran éxito su profesión en Matanzas. Se había especializado en Cardiología y en esa disciplina alcanzó merecida fama. Se graduó como Doctor en Medicina en la Universidad de La Habana en 1951. Su educación facultativa incluyó una residencia en el Instituto Nacional de Cardiología de México D. F. entre 1954 y 1956. Cuando la Tiranía castrista destruyera la sociedad cubana, el Dr. Alvarez del Puerto, como tantos otros cubanos, partió con su familia al destierro. En Estados Unidos Héctor revalidó sus estudios de medicina, ostentando licencias y ejerciendo su profesión en diversos estados, incluyendo Colorado, Texas y California. Su contribución a la medicina mereció singulares reconocimientos profesionales. En Los Angeles se destacó como Cardiólogo del Grupo Kayser Permanente, honrando su clase profesional hasta el día de su retiro. Hombre de principios inquebrantables, Héctor siempre se comportó como un exiliado cabal. Su palabra elocuente llevó el mensaje de Cuba Libre a muchas tribunas del exilio. Supo fustigar al tirano con verbo emocionado y cubanísimo. Cuando nos veíamos en "Misión Martí, o en alguna otra actividad del destierro, su saludo de ritual era "Hugo; aunque apenas te veo, siempre te leo". Decía esto con genuína sinceridad y convicción, subrayando esa frase con su sonrisa bondadosa. No es posible sintetizar una vida tan cubana y fructífera como la del matancero Héctor Alvarez del Puerto, en el marco insignificante del par de cuartillas de mi columna. Pero sí es posible usarla para enfatizar a todos sus familiares y amigos que hoy lo lloran y en especial a su viuda Eleonora, a sus dos hijos y a su cuñado el Dr. Eduardo Lolo, que para mí ese generoso saludo de Héctor es el más alto homenaje que ha recibido esta columna. FIN
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