LO NUESTRO

Por Hugo J. Byrne

"La propiedad conserva los Estados. Un déspota no puede imponerse a un pueblo de trabajadores".

Martí

Dedicado a mi hermano del exilio Esteban Fernández.

A medida que vamos creciendo en años, a menudo vamos también creciendo en riquezas, pero el capital de un ser humano no puede medirse cuantitativamente, sino en virtud de la calidad de lo que se llega a poseer o alcanzar. El éxito en la vida humana, por regla general, depende de la medida en que logremos nuestros objetivos y aspiraciones. Habiendo empezado con aspiraciones modestas, esperábamos ingénuamente que nuestra vida fuera relativamente fácil. Enseguida encaramos nuestra incapacidad para planificar el destino, pues todo es efímero y en buena medida fuera de nuestro control.

Por ley física, mientras más pesado sea el objeto que golpea la superficie del agua, más lejos llegarán las ondas concéntricas que genere el golpe. Dedicamos durante mucho tiempo nuestro mejor esfuerzo colectivo en una cierta dirección, sin alcanzar el éxito, pues el destino humano no funciona necesariamente como las leyes de la física. Eso lo confirmamos los cubanos libres, muy especialmente aquellos que marchamos al destierro forzados por nuestra hostilidad hacia la tiranía. Hostilidad que nos impusiera nuestra honradez y amor a Cuba. Si todos los desterrados hubieran tenido idéntica motivación, el castrismo habría sido derrotado desde hace mucho tiempo.

¿Significa eso que aramos en el mar? En lo absoluto. Tenemos la evidencia de que no es así. Si fuéramos inofensivos, si fuéramos incapaces de hacer mella, seríamos ignorados olímpicamente por el tirano cobarde y soberbio. Por el contrario, nos dedica editoriales y artículos abusivos. Nos ataca contínuamente a través de sus quintacolumnistas en Estados Unidos y sus esclavos de la pluma en Castrolandia. Nos denuncia e insulta en "emails" y en páginas electrónicas. Trata de provocarnos de mil maneras.

Nos llama "terroristas", entre otros piropos menos peligrosos en esta hora de incertidumbre y "political correctness". Pero, anoten bien los amables lectores: Con cada insulto y amenaza de "Gramma" u otros libelos, crece el precio de nuestros méritos nacionales. Nuestro capital de virtudes cubanas gana en la bolsa de valores morales. Hermanos del destierro, no es prudente esperar más: ¡Es hora de comprar acciones de Cuba Libre!

En un ensayo previo que titulamos "Menciones Honoríficas", hacíamos referencia a estas condecoraciones que nos dedica Castrolandia con efusión y las catalogábamos junto a los mensajes de solidaridad hacia esta columna por parte de nuestros hermanos del destierro. Ambas contribuyen al gran capital que hemos amasado durante nuestro paso por la vida. Ese capital es enteramente nuestro y eterno, pues ni siquiera la muerte nos lo puede arrebatar.

Francisco Vicente Aguilera cambió una de las fortunas mayores en la Cuba de los tiempos coloniales por otra aún mayor, pues todavía le pertenece. Aguilera murió en un hospicio de New York, como pobre de solemnidad. Antes de la "Guerra de los Diez Años", cuando sus latifundios abarcaban casi la cuarta parte de la región oriental de Cuba, afirmaba que nada realmente poseía: "No tengo nada mientras no tenga patria".

Los integristas peninsulares se burlaban de él llamándolo "Pancho Aguilera, el del cañón de madera". En la Guerra Grande perdió todo su capital, parte porque lo usó para financiarla y el resto porque las autoridades coloniales se lo confiscaron. Perdió posesiones materiales que no podía llevarse a la tumba. En compensación ganó una gloria nacional que siempre será suya. Durante los primeros años de la era de "Fifo", el sistema propagandístico-educacional castrista intentó pintar a la insurrección de Yara como la intentona de un grupo de terratenientes acaudalados, con más interés en proteger sus negocios con Norteamérica que en lograr la independencia cubana de España.

Aunque todavía mal disimulando una muy comprensible antipatía por el anticomunista Ignacio Agramonte, los "historiadores" de Castrolandia se vieron forzados por sentido común a renunciar al propósito malvado de ensombrecer las vidas ejemplares de los próceres del 68. Se puede tergiversar la historia, pero nó convertirla en caricatura, porque nadie la toma en serio. Los colonialistas del 68 pudieron saquear el peculio material de los patriotas. Sus descendientes morales, los castristas, fracasaron ruidosamente en mancillar su gloria.

Nuestra cubanía está a salvo, completamente fuera del alcance de los bandidos profesionales que arribaron al poder político en enero de 1959. Nos podrán despojar de nuestro peculio o incluso de nuestras vidas, pero jamás podrán hacernos sus esclavos ni cómplices de sus inconfesables intereses. En esa actitud se asienta nuestro verdadero capital. Nos hace ricos el amor inquebrantable a la libertad y a nuestra patria y la capacidad de sacrificio que tenemos para avanzar ese ideal inmarcesible. Ese sentimiento noble es lo único que tenemos, pero es y será por siempre nuestro.


FIN



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