REFLEXIONES EN LA PARTIDA DE UN AMIGO

Por Hugo J. Byrne

¿Cómo se define un amigo y cuáles son las características de la verdadera amistad? ¿Puede ser considerado amigo alguien con quien jamás se ha cruzado una palabra y a quien nunca se ha visto en persona? Ciertamente. Tenemos infinidad de conocidos que responden a esa definición, entre ellos varios a quienes sin duda podemos llamar amigos, hermanos incluso. La publicación de nuestros artículos, junto a la maravilla de las comunicaciones electrónicas nos ha permitido entablecer amistad fraterna con tales personas, a miles de millas de distancia.

Individuos como Miguel Uría (con quien al menos hemos hablado tres o cuatro veces por teléfono), Jorge Maspóns, Roberto Solera y Humberto Fontova, descuellan entre esos a quienes podemos llamar amigos y a los que nunca hemos conocido en persona. El "net" también nos comunica con otros muchos como Abel Pérez y José Fernández, pero esos en virtud de una larga y fructífera relación de activismo anticastrista, son viejos amigos a quienes hemos conocido personalmente durante muchísimos años.

Uno de los personajes en la novela histórica "Exodo" de Leon Uris, es un viejo soldado británico, quien como resultado de vivir por largos años en áreas hebreas de Palestina, no sólo se llega a considerar amigo en términos colectivos de la comunidad que lo circunda, sino que incluso se siente atraído por el judaísmo como fe. ¿Quién entre aquellos que conocieron a la Cuba pre castrista no recuerda a tantos extranjeros, españoles, norteamericanos y de muchos otros países, quienes sin mengua de lealtad a sus respectivas nacionalidades, demostraran de mil modos su generosa amistad, amor incluso por nuestra sociedad cubana de antaño?

Un importante estadista europeo del siglo pasado, en una de sus maquiavélicas reflexiones afirmó que las naciones que merecen llamarse como tales, "no tienen amigos, solamente intereses". A pesar de nuestro respeto intelectual, tanto por el político que la expresara como por el genial burócrata florentino que inspirara esa opinión, disentimos de ella. Las sociedades para permanecer libres y pacíficas necesitan la amistad de otros pueblos con aspiraciones similares. Las alianzas de conveniencia son tan duraderas como los matrimonios que se fuerzan con una escopeta de dos cañones: Al atacar Alemania a la Unión Soviética en 1941, esta última se convirtió en virtud de esa beligerancia en aliada de Estados Unidos y Gran Bretaña. Esa alianza como bien sabemos, duró hasta el fin de la guerra. Ni un minuto más.

El amigo cuya partida hoy lamentamos a pesar de que ni siquiera sabía de nuestra existencia, es por supuesto Ronald Wilson Reagan. Dos veces estuvimos físicamente cerca de quien llegara a ser el presidente número cuarenta de Estados Unidos. Una, cuando Reagan era Gobernador de California y asistía como invitado de honor a la ceremonia de graduación de una universidad local. Más tarde, al entrar a la oficina de un especialista en alergia de Beverly Hills, cruzándonos con él, quien salía de la consulta. En el despacho del ya desaparecido alergista había un retrato del futuro presidente con una intencionada dedicatoria: "Al Dr. Bookman, la aguja más rápida del oeste" ("…the fastest needle in the West").

En contraste con la inmensa mayoría de nuestros compatriotas del exilio, teníamos reservas mentales sobre Reagan y su futura política con relación a Castro. Nuestro apoyo a su campaña presidencial fue más bien el reflejo de una firme oposición al ruinoso, blandengue y entreguista gobierno de Carter, el que minado de altruístas, "corazones sangrantes" y super izquierdistas de la peor calaña, trataba de subsanar diferencias con el tirano de Cuba.

Carter también tácitamente apoyaba "revoluciones populares" como la de Kuomeni en Irán y el "Sandinismo" nicaragüense. La fundamental hipocresía (por no mencionar insensatez) de esa política, se ponía abiertamente de manifiesto en su notoria defensa de "los derechos humanos", sólo cuando estos eran violados por regímenes autoritarios no comunistas. El apaciguamiento de Carter hacia "el imperio malvado" y sus aliados duró hasta que la invasión soviética de Afganistán lo hiciera políticamente suicida. Contra el sonriente santurrón de Plains, habríamos apoyado a casi cualquier candidato opositor.

Una de las primeras iniciativas diplomáticas de Reagan en 1981 pareció confirmar esos temores. El viejo general Vernon Walters fue enviado a La Habana para discutir las diferencias entre Estados Unidos y Castro. La ingénua gestión, como todos sabemos, culminó en fracaso total. Afortunadamente el nauseabundo tirano de Birán no se dejó querer entonces, ni más ni menos que se deja querer hoy. De acuerdo al finado embajador Walters, "…nos reunimos por seis horas, durante las que Castro habló cinco y yo una. Acostumbro hacerlo mejor."

Sin embargo, una vez que la actitud de Castro hacia Estados Unidos fue detallada por Walters a Reagan, este ultimo catalogó al régimen de La Habana adecuadamente, entre los que subvertían no sólo los intereses norteamericanos, sino sus libertades e instituciones republicanas. Esa es la similitud de aspiraciones a que nos referíamos al establecer las condiciones de una duradera amistad entre hombres y naciones. Reagan comprendió mejor que ningún presidente norteamericano pasado o presente, que la existencia del régimen castrista es un peligro a la seguridad de este país y a la libertad del resto de las naciones del hemisferio y del mundo. Por ende, también concluyó que la existencia de ese régimen de opresión era un inexcusable crimen contra el pueblo cubano.

A pesar de las dificultades que presentaba un congreso dominado por un partido opositor preñado de latentes traidores, dificultades que incluían desafíos abiertos a la defensa nacional, como la llamada "Enmienda Bolen", el gobierno norteamericano durante los años de Reagan fue no sólo capaz de rechazar los avances del totalitarismo marxista, sino establecer las condiciones para la extinción de la inmensa mayoría de los regímenes totalitarios de ese signo. El "Sandinismo" que mordió el polvo en Nicaragua, ha perdido tres elecciones seguidas y los Farabundos de El Salvador, quienes fueran derrotados decisivamente en la guerra civil, también fueron abrumadoramente barridos en las urnas, ya cuatro veces. Los castristas fueron sucesivamente expulsados de Granada y retirados de Africa. Mengistu, el tirano marxista genocida que Castro apuntalara en Etiopía fue derrocado por una rebelión popular y huyó de su país como una rata asustada.

Dos años después de la histórica demanda de Reagan ante "La Puerta de Brandeburgo" en Berlín, la oprobiosa muralla separando artificialmente Alemania de sus provincias orientales se vino abajo y con ella el régimen de opera bufa que una vez pomposamente se llamara "República Democrática Alemana".

Arruinado por su intríseca ineficiencia y la imposibilidad de competir con occidente, el totalitarismo se desplomó en el este de Europa y las naciones que antaño constituían el llamado "Pacto" de Varsovia, después felizmente se integraron a la alianza atlántica. Incapaz de detener ese proceso y enfrentada a la imposibilidad económica de competir en una carrera de armamentos por la Iniciativa de Defensa Estratégica auspiciada por Reagan, la Unión Soviética se desintegró. Junto a ella desapareció el subsidio a Castro. El presente ridículo esfuerzo de Gorbachov por reescribir la historia, negando crédito a Reagan en el estruendoso desplome soviético tiene las mismas posibilidades de éxito que su desesperada gestión a pricipios de los noventa por mantener a flote una semblanza de su carcomida "Unión".

Sí, Ronald Reagan era nuestro amigo. Un verdadero amigo de Cuba Libre. Un amigo quien, como anteriormente sucediera con Winston Churchill y Theodore Roosevelt, no apreciara nuestros valores a primera vista, pero quien llegó al igual que esos dos y en virtud de nuestros éxitos, a comprendernos y a respetarnos.

Aunque nunca dados a elucubrar posibles alternativas a la historia, una noción pasó por nuestra mente cuando oíamos el imponente toque de silencio, mientras contemplábamos la hermosa puesta de sol en Simi Valley. Si Cuba fuera una nación continental en vez de isleña, Castro nunca hubiera sobrevivido al Presidente Reagan. Celebremos su fructífera existencia y honremos su memoria noble.


FIN



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