OVERLORD Por Hugo J. Byrne A la memoria de Andor T. Nogrady (“Andy”, “Trucutú”), gran amigo nuestro y veterano de “Utah” beach, donde fue herido gravemente. Hace exactamente sesenta años de una de las batallas más encarnizadas de la historia contemporánea y, sin duda alguna, la más dramática en la Segunda Guerra Mundial. El desembarco en Normandía en la madrugada del seis de junio de 1944, conocido por el estado mayor aliado como “Operación Overlord”, estableció un segundo frente de combate para el teatro de operaciones de Europa occidental. El primer frente localizado en la península italiana, había estabilizado sus líneas inmediatamente después de la conquista de Roma por los aliados. El norte de Italia, con su abrupta topografía y sus aldeas en la cima de colinas, a menudo circundadas por murallas medievales, presentaba una barrera natural de ideales condiciones para la guerra defensiva. Eso se hacía muy evidente durante los meses de invierno, cuando el terreno presentaba una contínua e implacable sucesión de nevadas y lodazales. En la defensa de esa área, los veteranos alemanes de Sicilia, Anzio, Salerno y Monte Casino, aunque escasos de municiones y contínuamente asediados por las guerrillas italianas, fueron capaces de elevar su profesión marcial a la categoría de arte. Por otra parte, los soviéticos con su amo Stalin, demandaban de los aliados occidentales ese segundo frente como auxilio a su ofensiva en el este. En honor a la realidad histórica, ayudar a esa ofensiva respondía a una necesidad estratégica. Una temporal derrota soviética habría prolongado la guerra y creado las condiciones para que se triplicaran o cuadruplicaran las bajas aliadas. Infortunadamente, esa necesidad estratégica fue de gran utilidad para las malignas ambiciones de Stalin, pues creó las condiciones sicológicas para las absurdas concesiones de Yalta, en las que el sangriento dictador georgiano obtuvo en bandeja de plata el control de todo el este de Europa. Un gran error ampliamente difundido y aceptado es el de la inevitabilidad del triunfo aliado en Normandía. Esta fábula se basa en la superficial creencia de que la abrumadora superioridad aliada en el aire y en el mar hacían segura la victoria. Nada más lejos de la verdad. La realidad nos enseña que el éxito del desembarco y el establecimiento y consolidación de la cabeza de playa, dependió de muchos imponderables, a veces pendiendo de un hilo. En nuestro criterio, la clave del triunfo consistió en la convicción del alto mando aliado de que la derrota en el desembarco era también una posibilidad. Si quienes planearan y dirigieran la malograda operación de Bahía de Cochinos, hubieran temido la posibilidad de una humillante derrota a causa de interferencia política de Washington (tal y como ocurrió), quizás la historia de Cuba se hubiera escrito de forma más positiva durante las últimas cuatro décadas y Castro fuera hoy sólo un desagradable recuerdo. Cuando no se menosprecia al enemigo, ni se sobreestima la lealtad de aliados que tienen en sus manos todas las condiciones que determinan éxito o fracaso, se ha ganado, en virtud de esa convicción, más de la mitad de la pelea. Desde que Hitler concluyera (muy correctamente) que la invasión de las Islas Británicas no era un objetivo viable para la “Wermarcht”, pues las fuerzas alemanas eran incapaces de neutralizar a los aliados en el mar o en el cielo, decidiendo en vez de ello (incorrectamente) invadir a La Unión Soviética, el proceso inverso, la invasión de la Europa Nazi desde Gran Bretaña, se convirtió virtualmente en sólo una cuestión de tiempo. Perfectamente conscientes de ello, los dos más importantes soldados del Eje en el frente occidental, mariscales Erwin Rommel y Gert Von Runstedt, se dedicaron a la tarea de prevenir o impedir tal eventualidad. El primero, perfeccionando la llamada “Muralla del Atlántico”, un sistema de fortificaciones que supuestamente podría repeler la invasión aliada y el segundo, a preparar un vital cuerpo de movimiento capaz de aplicar fuerza devastadora en un punto determinado para complementar cualquier debilidad o limitación de la “Muralla” y rechazar a los invasores, empujándolos al Canal de la Mancha. Irónicamente, Hitler había sido convencido por Von Runstedt que Pas de Calais era el objetivo lógico de los angloamericanos. Hasta poco antes de la invasión aliada el líder nazi esperaba que esta ocurriera nada más y nada menos que por Normandía El “cabo bohemio” intuitivamente había adivinado las intenciones reales de Eisenhower, mientras el viejo soldado prusiano, usando la lógica militar más sólida y elemental, erró. Hitler sufría insomnio crónico y tomaba barbitúricos con regularidad. La mañana del día seis de junio sus edecanes y los siempre obsequiosos y sumisos Kaitel y Jodl en el estado mayor alemán (OKW), no se atrevieron a despertarlo, aún cuando las evidencias de invasión por las inmediaciones de la península de Cotentín se empezaban a acumular. El Primer Ejército norteamericano desembarcaría por el sector derecho o más occidental de la cabeza de playa, en dos zonas designadas con los nombres de código “Utah” y “Omaha” respectivamente. Sus caudillos en el terreno eran los generales Norman Cota y Theodore Roosevelt Jr., este último hijo primogénito del presidente del mismo nombre, veterano de la Primera Guerra Mundial y el que moriría de una coronaria masiva pocos meses después. El Primer Ejército contaba con 57,000 hombres. Los británicos y canadienses formando un total de 75,000 desembarcarían más al este, por las playas de Vierville, Arromanches, Courseulles y St. Aubin, en tres zonas designadas como “Gold”, “Juno” y “Sword”. Mientras unidades de paracaidistas o aerotransportadas tomaban posiciones en las cercanías de Carentan, St. Mere Eglise y Caen, los británicos y canadienses encontraban ligera resistencia en su sector, al extremo de poder asegurar una limitada cabeza de playa al día siguiente. No así los norteamericanos, quienes eran barridos en las playas por fuego cruzado de nidos de ametralladoras que habían sobrevivido casi intactos el masivo bombardeo aeronaval aliado. Los soldados de Cota y Roosevelt sufrieron bajas terribles y la posibilidad de evacuación y derrota cernía su tétrica sombra sobre las arenas de “Utah y “Omaha”. Sin la consolidación del sector norteamericano, la operación completa habría fracasado y Normandía hubiera devenido en un segundo Dunquerque. Al mismo tiempo, las dos divisiones élites “Panzers” de los cuerpos 7 y 15 (más de 50,000 hombres y 400 vehículos blindados) eran celosamente mantenidas en reserva por el estado mayor alemán, por temor a tomar una decisión contraria a las órdenes de un “líder”, quien a la sazón dormía el sueño artificial que inducen los soporíferos. ¡Ah, si sólo nos percatáramos los cubanos de las debilidades intrísecas de las dictaduras unipersonales! Cuando Hitler diera finalmente la orden de contratacar a los invasores con las “Panzers” de reserva el nueve de junio, los norteamericanos ya habían silenciado los nidos de ametralladoras y consolidado su sector con la ayuda de una dosis considerable de testosterona. El día 13 de junio de 1944 la cabeza de playa aliada se había asegurado y la batalla por Normandía terminaba en victoria espectacular. FIN
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