LA FABRICA DE IMBECILES Por Hugo J. Byrne Las multitudinarias manifestaciones de la oposición a Chávez en Venezuela constituyen para cualquier obsevador sensato una prueba irrefutable de la creciente impopularidad del régimen chavista. ¿Por qué? Si sólo juzgáramos cuantitativamente, ¿nó son igualmente masivas las concentraciones a que el tirano Castro nos tiene acostumbrados? ¿Palidecen acaso por contraste a las de Caracas, las multitudes del "protestódromo" erigido por "Fifo" en el Malecón habanero? Ser capaces de establecer la significativa diferencia entre ambos eventos no requiere mucho cacumen: Castro usa todos los resortes de su poder totalitario y absoluto para realizar esas imponentes concentraciones populares. Por su parte Chávez, cuyo poder político tiene aún algunas pocas limitaciones, hace cuanto puede por evitar y reprimir demostraciones opositoras. Las multitudes de La Habana ocurren por obra del sistema imperante y las de Caracas a su pesar. Como podemos comprender, la ecuación es elemental. Sin embargo, muchísimos en nuestra cultura iberoamericana (lo que por supuesto incluye a los llamados "hispanos" o "latinos" en Estados Unidos) son incapaces de despejar la incógnita en esa simplísima ecuación y en otras muchas tan simples como ella. Sabemos que la culpa de semejante imbecilidad colectiva no reside particularmente en un elemento de decomposición social en particular, sino en muchos. No es el tema de este artículo señalar esos múltiples villanos sociales. Vargas Llosa hijo, Mendoza y Montaner hace tiempo los identificaron con pelos y señales en sus antológicos trabajos "Manual del perfecto idiota latinoamericano" y "Fabricantes de miseria". Es significativo que los tres autores hispanoamericanos no titularan su primera obra colectiva "Manual del perfecto ignorante…" La palabra idiota en este triste caso es por desgracia, insustituíble. Nuestra intención hoy es exponer algunos ejemplos de cómo se manifiesta y multiplica la fábrica de imbecilidad operando en Iberoamérica desde los tiempos coloniales. No es necesario profundizar mucho ni remontarse a la conquista para encontrar ejemplos dramáticos de la crónica torpeza del cuerpo social iberoamericano. México es el ejemplo que tenemos más cerca. Si consideramos sus potenciales recursos, México es uno de los países más ricos del planeta. La miseria en que se debate el pueblo mexicano es artificialmente creada. Aunque los niveles económicos aztecas se han elevado ligeramente en consecuencia parcial a los tratados de libre comercio, la tasa real de desempleo mexicana todavía es de ¡40%!. Esta desgracia es consecuencia directa de la combinación de crónica corrupción administrativa con arcaicas leyes seudo nacionalistas que impiden la inversión foránea y dificultan la nativa. México es un fracaso social de enormes proporciones. ¿Quién puede sorprenderse de la masiva emigración clandestina hacia una sociedad cuyo índice de desempleo es de apenas 5.6% y que tiene miles de millas de frontera con México? Otra nación fundamentalmente rica, pero hoy hambrienta, es la República Argentina en el otro extremo del continente. Durante los primeros años del pasado siglo Argentina parecía el país sudamericano con futuro prometedor por antonomasia. Una sólida y emprendedora emigración italiana y española unida al impulso pionero y agrario de auténticos líderes como Domingo Sarmiento, hicieron posible la gestación de un incipiente gigante agropecuario. La ganadería y el trigo argentinos suplían ventajosamente las necesidades de un floreciente mercado mundial. Todo eso se desmoronó en la segunda mitad de ese siglo XX por obra y gracia de un cáncer social llamado Juan Perón. La descentralización y proyección rural de Sarmiento fue substituída por el proceso inverso; la emigración del campesinado argentino a Buenos Aires. La "zanahoria" en este proceso migratorio eran los salarios superiores de la nueva "industria pesada" que el peronismo crearía de la nada. Perón necesitaba a sus "descamisados" en la capital para lograr los ruinosos objetivos personales de su "populismo" semi totalitario. La despoblación súbita de las zonas rurales arruinó al campo en menos de una década. Más de cincuenta años después de Perón, los términos de la situación socioeconómica argentina permanecen sin cambio apreciable, nó por las fluctuaciones del libre comercio (o, usando terminología izquierdista "el neoliberalismo"), sino por todo lo contrario: La incapacidad política de Argentina a una real reforma económica. Podíamos mencionar las manifestaciones periféricas de la incesante producción en la fábrica iberoamericana de imbéciles, como la pobre inclinación entre sus llamados líderes a reconocer en el castrismo los mismos crímenes que condenan a diario en casi todo otro régimen de fuerza. Es el temor a comulgar con lo que creen es la política norteamericana y no sería justo culparlos por separado de lo que hacen otros muchos imbéciles por todo el mundo. O del coro morónico que cantó "Usama, Usama" y que gritó improperios anti norteamericanos mientras tocaban el "Star Spangled Banner" durante un juego de football con el equipo de Estados Unidos, en suelo mexicano. No debe apreciarse la calidad intelectual de una sociedad por una muestra tan pobre. Sin embargo, durante los años setenta conocimos a una joven mexicoamericana poseedora de una extensa cultura literaria y bien capaz de apreciar los motivos injustos de la tragedia cubana. Castro en aquella época había asolado a Cuba solamente por algo más de una década. "No existe otra razón para el sufrimiento cubano", nos dijo, "sino la ambición personal y egolatría de Fidel Castro. No sólo está destruyendo la libertad y dignidad de Cuba, sino que su crimen puede llegar a arruinar a su país económica y socialmente durante varias generaciones futuras". Cuando creíamos que había terminado, agregó: "Pero admiro y respaldo la postura antiyankee de Castro. Disfruto enormemente sus insultos contra Estados Unidos. Incluso creo que una crítica abierta a la prepotencia norteamericana es saludable y quizás hasta bien valga EL SACRIFICIO DE CUBA". En esta absurda confesión, encontramos no sólo el egoísmo capaz de justificar todo en aras de una enfermiza satisfacción personal, sino aún peor, un egoísmo irracional y obtuso. La relación de causa y efecto entre la vulgar demagogia del tirano y sus crímenes, pasó increíblemente desapercibida.
Se trataba obviamente de una mente enquistada en un lema político, e incapaz del más elemental juicio sereno fuera de él: La fábrica produce incluso imbéciles ilustrados.
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