RETRATO DE UN TRAIDOR Por Hugo J. Byrne Nació en esa parte de esta nación que es conocida como Nueva Inglaterra y vistió con honor el uniforme de este país, alcanzando el reconocimiento de sus compañeros de armas y el respeto de sus adversarios. Tuvo el respaldo y la confianza de otro norteamericano de la misma área, quien también fue héroe de guerra y quien devino en Presidente de Estados Unidos. Su capacidad de mando y valentía ante el peligro nunca fueron puestas en tela de juicio. Fue herido en varias ocasiones y sus acciones de guerra le proporcionaron la admiración y el respeto de quienes lucharon a sus órdenes. Pero eventualmente, sus recónditas ambiciones lo llevaron a hacer causa común con el enemigo de antaño, traicionando flagrantemente a su país y a sus intereses más permanentes. Determinado a alcanzar posiciones y rangos que estuvieran en sintonía con su formidable ego, llegó a entrar en la más abominable alianza con aquellos a quienes había combatido en el campo de batalla. Desde posiciones de responsabilidad hizo cuanto pudo por la derrota de la patria. Su colaboración con los enemigos jurados de América fue intensa y bochornosa. Si el lector piensa que las líneas que anteceden son dedicadas al Senador por Massachussetts y candidato presidencial John Kerry, se equivoca. Describo en ellas al General Benedict Arnold, figura odiosa de la historia norteamericana, cuyo nombre tradicionalmente se identifica en Estados Unidos con la traición más innoble. Aquí es preciso una breve pausa por parte del amable lector y con ella un análisis de conciencia. ¿Por qué la confusion? ¿Acaso he logrado establecer un paralelo, quizás dramático pero esencialmente adecuado? El artículo "Retrato de un Hipócrita" de la semana pasada en esta columna, parece haber rasgado una nota muy sensible. Aunque la abrumadora mayoría del "feed back" es positivísima (un compatriota de New York me ha pedido incluso su traducción al inglés), no ha faltado quien sostenga que soy en él intensamente partidista e insultante y que fui demasiado lejos. En realidad no fui muy crítico de Kerry. Al contrario, creo haberlo tratado con guantes de terciopelo. Y como rectificar es de sabios, tengo la intención de ponerlo hoy exactamente en el lugar que le corresponde. Quienes crean que lo calumnio, siempre pueden contar con el recurso legal de demandarme por libelo. Es más, deseo que consideren el presente ensayo como una invitación formal, un desafío si quieren, a ese litigio. En esta columna nunca se ha hecho una acusación que no pueda probarse y quien la firma nunca en su vida se ha retractado de acusación alguna. Kerry es un despreciable traidor. El paralelo con Benedict Arnold quizás sea injusto para este último. Arnold tenía ciertas excusas. A pesar de su historial táctico y heroico, a pesar de sus muy serias heridas en combate (nó los arañazos de Kerry), Arnold fue ignorado repetidamente para posiciones de mando que sin duda le correspondían y se vio en la irritante posición de tener que servir bajo jefes con historias incomparablemente inferiores a su extraordinaria hoja de servicios. Por supuesto, eso no puede justificar o mitigar su traición. Pero, ¿Cuál es la excusa de Kerry? ¿Nó fueron us acciones bélicas siempre ampliamente reconocidas y honradas? Le confirieron tres "Corazones de Púrpura", una "Estrella de Plata y otra "Estrella de Bronce". El pueblo de su país le otorgó sin reservas los merecidos galardones. Se podría aducir en su defensa que Kerry nunca esgrimió armas contra su país. Tampoco lo hizo "Tokio Rose" y fue condenada a veinte años de cárcel después de la rendición incondicional del Japón. También al final de la guerra el poeta fascista Ezra Pound apenas se libró de la prisión tras su captura en Italia. Pound pasó doce años en un manicomio. Pound, "Tokio Rose" y Kerry comparten el miserable denominador común de la traición a su país. ¿Cómo es que este último traidor no fue a parar a la merecida prisión?, se preguntarán perplejos los lectores. La respuesta la encontrarán en el estricto apego norteamericano a la ley. Legalmente Estados Unidos no estaba en guerra con Viet Nam del Norte. No obstante, desde el punto de vista ético, Kerry es más traidor que Arnold. Lector amigo, no dude en afirmar que Hugo Byrne lo sostiene. ¿Qué hizo "Tokio Rose" para merecer castigo de confinamiento? Sencillamente hacerse eco en público de la propaganda enemiga. Exactamente lo mismo que hizo Kerry con su mendaz declaración a un subcomité senatorial, mientras que sus antiguos compañeros de armas todavía vendían caras sus vidas en el frente, o sufrían torturas y vejámenes en las prisiones comunistas de Viet Nam del Norte. Aunque nacida en este país y completamente fluída en el idioma inglés, "Rosa de Tokío", se consideraba a sí misma japonesa. Anglosajón nacido y criado en Massachussetts, Kerry no puede aducir semejante defensa. Cuando en 1958 el General Vo Nguyen Giap, jefe supremo del ejército comunista de Ho Chi Minh en la guerra de Viet Nam escribiera sus memorias, agradeció en ellas a "Veteranos contra la guerra" su victoria final en ese conflicto. Sin su ayuda, de acuerdo al vencedor de Dien Bien Phu, el Vietcong y el ejército norvietnamés se habrían visto forzados a capitular. Aparentemente Kerry nunca se manifestó contrario a la política oficial de Estados Unidos en Viet Nam antes de su fracaso electoral de 1970. En esa oportunidad este camaleón político aspiró a congresista, simplemente a título de veterano condecorado. Es sólo después de este fracaso en un estado de mayoría izquierdista como Massachussetts, que Kerry decide romper lanzas junto al llamado "movimiento contra la guerra". Sólo una subversión total de valores puede elevar a un sujeto tan deficiente a candidato presidencial. FIN
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