27 DE NOVIEMBRE Por Hugo J. Byrne (Discurso a los ex-Presos Políticos cubanos, noviembre 30, 2003) Antiguos prisioneros políticos del castrismo residentes del área del sur de California. Distinguidas personalidades presentes. Compatriotas: Quienes conocen de la lucha violenta contra tiranos totalitarios, saben que la probabilidad de muerte en combate es corolario de esa actividad ingrata. Con la mayor sinceridad podemos afirmar hoy que morir en la lid no era la mayor preocupación. El operativo clandestino si es realista, se considera a sí mismo muerto, incluso antes de comenzar sus actividades. Entre todos nuestros cotidianos terrores, el más temible, aquél que realmente nos hacía temblar, era la probabilidad de arresto y prisión. Muchos de nosotros pasamos mal que bien la prueba de fuego, aquella para la que sólo se necesita dedicación a la patria, terminando con algunas cicatrices del cuerpo, que se van borrando al paso de los años y con otras del alma que arderán hasta el último día que pasemos en este valle de lágrimas. Conocimos de la lucha en que se muere y en que se mata, pero a Dios gracias no conocimos la prisión. Quizás sea por eso que sentimos veneración y respeto infinito por Vds., veteranos de esa pesadilla real, de ese infierno en la tierra que es el presidio político en las mazmorras de Castro. Por eso deseo antes que nada dar las más expresivas gracias a "Nino" Cardoso y al Dr. Reinaldo Rodríguez Ojeda por el extraordinario honor de invitarme esta tarde para hablar de esta efemérides, una de las más tristes de nuestra historia nacional. En la lucha histórica de Cuba por su libertad, el arma de terror preferida por el enemigo siempre ha sido la muerte por fusilamiento. El terrorismo, como sabemos, implica ejercitar violencia contra los inocentes o contra los indefensos. Presenciamos la muerte violenta, vivencia que desearíamos poder arrancar de la memoria, pero de los fusilamientos sólo vimos películas. Sabemos de ese sangriento patíbulo por narraciones gráficas de aquellos que casi a diario asistían a las capillas de muerte en la Fortaleza de La Cabaña. Esa vetusta prisión que sirvió de marco a innumerables fusilamientos tanto en la era colonial como en la castrista, para escarnio de la justicia, cobija hoy un restaurante "trendy", que acomoda la presencia frívola e impúdica de turistas. En 1870 se imprimía en La Habana un libelo con apoyo del régimen colonial, llamado irónicamente "La Voz de Cuba". Su director era un peninsular integrista llamado Gonzalo Castañón, quien dedicaba sistemáticamente en sus páginas los epítetos más insultantes a los criollos y en especial a las cubanas, a quienes tildaba de prostitutas de oficio o en potencia. Guapetón y arrogante, Castañón era héroe de los patanes que integraban un temido grupo paramilitar de la colonia llamado "Voluntarios de La Habana", que era reclutado entre los dependientes del comercio colonial español. Como las "Brigadas de Respuesta Rápida" de hoy, los "sobrines" "Voluntarios" carecían de uso práctico desde el punto de vista militar, pero eran muy eficientes para aterrorizar a la población civil. Corrían los tiempos de la Guerra Grande, que asolaba las dos provincias orientales de la isla desde octubre de 1868. Los iniciales triunfos insurrectos provocaban en ese entonces una reacción feroz de "Los Voluntarios de La Habana", quienes aterrorizaban a los transeúntes criollos en las calles de la capital de Cuba. Cuando un periodista de Cayo Hueso llamado José María Reyes contestó editorialmente en su periódico "El Republicano" a los insultos de Castañón, éste inmediatamente lo retó a un duelo. Sabiendo que Reyes era inválido y esperando una reparación fácil, Castañón se personó en Cayo Hueso el 29 de enero de 1870 en compañía de su "padrino de honor", un capitán de "Voluntarios" de apellido Alonso. Desafortunadamente para Castañón, el que recogió el guante fue otro patriota cubano, un "come-candela" local llamado Mateo Orozco, quien irrumpió en la casa donde paraba el peninsular para forzarlo a batirse con él. En un escenario reminiscente del lance fatal que resultara en el exilio y ruina de Francisco de Quevedo por la intriga de su archienemigo el Conde Duque de Olivares, Orozco ofreció a Castañón escoger entre un duelo irregular y la muerte. Enfrentado con una situación que nunca anticipó y esperando que el cubano no se atrevería a hacer buena su amenaza, Castañón rehusó el duelo irregular, aduciendo "motivos de honor". Orozco, quien aparentemente no aceptaba negativas, le disparó varias veces. Con heridas de bala en el pecho y el abdomen, Castañón expiró en media hora. Mientras Orozco era arrestado por las autoridades locales, los restos de Castañón fueron llevados a La Habana, donde sus delirantes "Voluntarios" le hicieron funerales de héroe. Su muerte desató una ola de terror a través de toda Cuba. Los prisioneros políticos, como siempre, fueron los primeros en sufrir: Domingo Goicuría fue ejecutado el 7 de mayo del 71 y el poeta Juan Clemente Zenea, menos de cuatro meses después. Un anfiteatro usado entonces por la Escuela de Medicina de la Universidad de La Habana estaba en la vecindad del cementerio capitalino, lugar donde a menudo se reunían los estudiantes del primer año esperando por la hora de la clase. Una tarde a principios de noviembre de 1871, varios de los jóvenes retozaron brevemente en el camposanto, arrancando algunas flores. Esta acción anodina, que habría sido inconsecuente en cualquier sociedad civilizada, provocó la inmediata reacción de los "Voluntarios" quienes a través de su comandante en jefe, un energúmeno llamado Romualdo Crespo, demandaron que se hiciera justicia a todos los estudiantes culpables de "traición", "anti españolismo" y "profanación de tumbas". Específicamente los estudiantes de medicina eran falsamente acusados de haber rayado con un diamante el cristal que cubría la lápida en la tumba de Castañón. Todos los alumnos del primer año fueron arrestados y procesados en medio de un verdadero circo romano protagonizado por turbas de "Voluntarios" que lanzaron por la primera vez en nuestra historia el fatídico grito coreado de "¡PAREDON!". No existen muchos héroes en esta triste historia, por lo que la mención de los dos únicos se hace imprescindible. Tanto el Capitán del Ejército Español Federico Capdevila, defensor designado por la Corte Marcial, como el profesor de anatomía Manuel Sánchez de Bustamante, se cubrieron de Gloria defendiendo con valor increíble la obvia inocencia de los encartados. Al final, como nadie sabía o quería identificar a quienes se habían encontrado en el cementerio aquel día y para satisfacer la sed de sangre de las turbas a las puertas de la corte, se sortearon las sentencias. Los "Voluntarios" al final aceptaron que se procesara un mínimo de 44 estudiantes. Ocho condenas a muerte, 11 a seis años de presidio, 19 a cuatro años, 4 a seis meses y dos absueltos, que resultaron ser familiares de personajes influyentes en la colonia. Entre los infelices sentenciados había varios estudiantes del interior de la isla quienes ni siquiera se encontraban en La Habana en esa oportunidad. A uno de ellos, nuestro coterráneo, el matancero Carlos Verdugo, le tocó en el sorteo la pena máxima. Recordamos con emoción haber desfilado como escolares frente a la casa de Verdugo cada 27 de noviembre, arrojado una flor ante su puerta. ¿Qué puede sentir un padre o una madre a quien le arresten a un hijo en la más temprana juventud, quizás arrancándolo del lecho en horas de la noche, sabiendo que lo arrojen a una mazmorra obscura, para más tarde ametrallarlo inmisericordemente convicto por una caterva de criminales fungiendo de "jueces" de una falta que no cometió, mientras que una turba maloliente que demanda esa ejecución, también vitorea a los asesinos de la escuadra que lo fusila? ¿Cuántas familias han llorando esa tragedia en la Cuba de hoy durante los últimos 45 años? Los estudiantes asesinados por los nuevos "Voluntarios de La Habana", que son los esbirros del régimen castrista, hacen legión. No tenemos la lista completa, pues esa sólo podrá compilarse el día de nuestra libertad, el día en que hagamos justicia. ¡Y el día de la justicia ha de llegar inexorablemente, con la misma seguridad que el sol sale cada día! Los ex Presos Políticos cubanos han escogido las fotos de ocho estudiantes entre los muchos fusilados por el castrismo, cuyos nombres algún día ocuparán un lugar de honor en Cuba, junto a los de Alonso Alvarez de la Campa, José de Marcos y Medina, Carlos Augusto de la Torre, Eladio González y Toledo, Pascual Rodríguez y Pérez, Anacleto Bermúdez, Angel Laborde y Carlos Verdugo, asesinados por los precursores del castrismo el 27 de noviembre de 1871. Deseo terminar con una anécdota de tres jóvenes estudiantes arrestados por el régimen de Castro a fines de marzo de 1961; Virgilio Campanería Angel, Alberto Tapia Ruano y Tomás Fernández Travieso. Los dos primeros fueron fusilados el 17 de abril del mismo año en los fosos de La Cabaña. Tuve el honor de conocer brevemente a uno de los dos fusilados, Alberto Tapia Ruano. Esta anécdota es narrada por el único superviviente de los tres, Tomás Fernández Travieso y recogida en ese libro formidable "Cuba en Guerra", por mi hermano del alma, el insigne escritor y periodista exiliado Enrique Encinosa. Narra Fernández Travieso que Virgilio el día antes de su ejecución, observando los gastados zapatos de Fernández, le regaló los suyos nuevos para que fuera bien calzado a la prisión, pues él ya no los necesitaba. Ante tanta generosidad por quien se enfrentaría a lo ignoto en breves horas, a Fernández se le llenaron los ojos de lágrimas. Otro preso, pensando que Fernández se preocupaba por sí mismo le dijo, "no te aflijas que eso dura sólo un instante", a lo que Campanería tranquilamente terció: "Déjalo tranquilo, que ese es el único de nosotros que no van a fusilar mañana". Así han encarado el martirio los estudiantes cubanos inmolados ante el paredón. Algún día les haremos justicia, pues como vaticinan los versos inmortales de un bardo cubano del siglo XIX; "Como néctar de púrpura en el suelo cayó su sangre bajo el plomo impío… pudo el verdugo realizar su anhelo… Y ante su fin dramático y sombrío, ¡hubo remordimientos en el cielo y se llenó de cólera el vacío! FIN
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