MITOS EN LA HISTORIA DE CUBA

Por Hugo J. Byrne

El título de este artículo podría parecer un tanto incongruente con su contenido, ya que vamos a estudiar en él, no el pasado, sino el futuro. La historia que nos embarga aquí, no es la que ya se ha escrito, sino la venidera, y los mitos que nos preocupan son aquellos que sin duda puedan llegar a torcer y envenenar esas crónicas del porvenir. No es posible reparar el pasado, tan sólo prevenir para el futuro.

Se ha dicho con amarga ironía, que ni siquiera Dios puede cambiar lo pretérito y que para lograrlo es que creó a los historiadores. La mixtificación del diario acontecer es práctica regular de los medios publicitarios de hoy y eso es un prólogo bien ominoso para la historia que se escriba en el futuro. No satisfechos con distorsionar el pasado, hacemos un esfuerzo muy notable por tergiversar el presente.

Analicemos cómo el destierro reacciona ante la llamada "disidencia pacífica" en Cuba. Para empezar ese análisis es imperioso comprender cuál es la realidad que encaramos. En Cuba, desde hace ya mucho más de cuarenta años, rige un sistema de vida totalitario y absoluto en el que un solo individuo decide todo y en el que prácticamente nada puede ocurrir, ni nada puede moverse sin su previa aprobación o visto bueno.

Si contemplamos honestamente esa realidad, tal como la perciben todos nuestros sentidos, ¿cómo es posible esperar la liberación de Cuba a través de esa llamada disidencia? ¿Podría existir por un segundo esa "disidencia" en contra de los deseos del tirano? Como bien afirmara Ernesto Betancourt en reciente artículo refiriéndose a la entrega ante la llamada "Asamblea del Poder Popular" de las firmas procuradas por Osvaldo Payá en su "Proyecto Varela"; "alguien abrió esa puerta".

Esto por supuesto no quiere decir que todos y cada uno de los disidentes estén en contubernio traicionero con el régimen y contra Cuba libre, ni que todos y cada uno de los 77 nuevos presos políticos hayan aceptado con estoicismo las mazmorras castristas para seguir sirviendo en la sombra los espurios intereses de la tiranía. Aunque la inmensa mayoría de los llamados disidentes son antiguos cómplices del régimen, cuya deserción del mismo podría ser interesada, no dudamos que existan entre ellos verdaderos patriotas, tan honestos y sinceros como los mejores del destierro.

Sin embargo, recordemos que existen varios espías castristas en prisión en Estados Unidos, tres de los cuales puede que permanezcan sirviendo sus largas sentencias muchos años después del inevitable colapso final de la tiranía. Quizás estos sujetos cambien de opinión en un porvenir lejano, pero por el momento parecen bien seguros de ser futuros beneficiarios de alguna amnistía o de un intercambio de prisioneros con el dictador. Ramón Mercader, que asesinara a León Trotsky en la capital azteca por órdenes de Stalin, sufrió muchos años de prisión en Islas Marías por servir a su amo. Cumplida la sentencia, el ya anciano Mercader fue a parar primero a Cuba, donde Castro ya ejercía el poder absoluto y más tarde a la felizmente desaparecida "patria del socialismo", para dejar allí sus miserables huesos. Los totalitarios son muy eficientes fabricando estos robots acéfalos.

Básicamente, nuestro conflicto con la "disidencia" no se basa en la integridad de sus militantes, sino en la idea de que la "resistencia pasiva" sea método efectivo para derrumbar un sistema totalitario como el de Cuba. La vulnerablidad del movimiento disidente a la penetración castrista, e incluso a su eventual control por el régimen, es concomitante con su naturaleza. Las comparaciones con el éxito del movimiento "Solidaridad" en Polonia y otras trancisiones pacíficas del antiguo "bloque soviético" son absurdas. El bloque soviético se desplomó porque La Unión Soviética, incapaz físicamente de continuar la carrera de armamentos contra Norteamérica, estaba ella misma en plena descomposición también y no podía apuntalarlo.

¿Alguien se acuerda qué pasó en Praga en 1968, cuando Leonid Brezniev dirigía la mafia soviétiva? ¿O en Budapest en 1956, cuando la dirigía Krustchev? ¿O en la Varsovia de 1953 cuando la dirigía Stalin?

El Stalin de Cuba amable lector, se llama Fidel Castro y nadie dude la probabilidad que antes de su muerte o incapacitación permanente, el sufriminto cubano se duplique o triplique. Si algún estado totalitario del antiguo este de Europa pudiera lejanamente compararse con el régimen de Castro, es la tiranía de Nicolae Ceausescu en Rumanía y le recordamos al amable lector que el derrocamiento de ese régimen, a diferencia de todos los otros satélites soviéticos, degeneró en una lucha sangrienta que costara miles de muertos, tanto en Bucarest como en otras muchas ciudades rumanas.

Sin embargo, a contrapelo de esa realidad, en una gran medida un increíblemente ignorante destierro apoya y se solidariza con la idea de la "resistencia pasiva". Esa "resistencia" de los llamados "disidentes", aún de los legítimos, tiene las mismas posibilidades de libertar a Cuba como la que tuvo el movimiento autonomista de obtener justicia para el pueblo de la isla en las Cortes de Madrid después del Zanjón en 1878.

Nuestra independencia de España, a despecho de la fantasía que pasaba por historia en nuestras escuelas de antaño, no la logró el machete sino la tea. La ruina económica de Cuba garantizó la separación de la Península, no la carga de Mal Tiempo ni la intervención de Washington.


FIN



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