CAUSAS Y EFECTOS

Por Hugo J. Byrne

Las acciones humanas siempre tienen consecuencias. Esta es sin duda la primera lección importante que aprendemos de la vida. Quien escribe estas líneas era cuando pequeño lo que en la sociedad cubana muy caritativamente llamaban "un niño muy vivo". Aunque nunca crueles, mis travesuras eran a menudo peligrosas. Esa característica juvenil, que aquí califican, también con benevolencia, de "hyperactivity", casi me impide llegar a la edad adulta.

Un ejemplo es cuando se me ocurrió bajar del piso alto de mi casa, nó por la escalera como la gente normal, sino por la enredadera que se extendía entre el balcón interior y el patio en la planta baja. Cuando los gajos que agarré se rompieron, logré con desesperación de simio agarrar otros y algunas ramas de una higuera, amortiguando la velocidad de la caída a base de golpes y arañazos. Para mi gran suerte caí en el cantero de la higuera, única razón de que no me rompiera un hueso. O la crisma.

O cuando confeccioné una "bomba" amarrando cohetes de "los grandes de a cinco centavos", embutiéndolos en un tubo metálico con una abertura para la mecha y apretados con piedrecitas, algodón y arena. El "artefacto infernal" estalló sobresaltando a los sufridos vecinos, también en el balcón interior, frecuente escenario de mis locuras infantiles. Sólo se chamuscaron los balaustres de la baranda y mis zapatos.

O cuando dejé la casa a obscuras quemando un fusible, mediante el genial expediente de introducir un destornillador en un antiquísimo tomacorrientes de la cocina, para "ver salir las chispas". No me convertí en chicharrón gracias a que los mangos de los destornilladores son de madera o plástico. Y gracias a Dios.

Creo poseer el record cubano en recibir sueros antitetánicos antes de los quince años de edad. La necesidad de esos sueros, producto de imprudencias, continuó más tarde (y nó por accidente), con heridas cortantes y de armas de fuego. Los castigos, muy pedagógicamente impartidos por mi padre, paulatinamente me civilizaron. Aprendí que no había desbarajuste sin penitencia. A veces se sentía un gran estruendo en el fondo de la casa y a continuación me veían correr desde allí hasta una silla del comedor en la que me sentaba, cruzándome de brazos. Mi padre, tras inspeccionar el desastre con gran calma, sentenciaba: ¡Tres horas!

La maña de buscar camorra con otros muchachos mayores en edad y tamaño, para que mi hermano mayor "sacara la cara" por mí, terminó bruscamente. Mi pobre hermano, cansado de mi irresponsabilidad, decidió ver "los toros desde la barrera". De más está decir que en esa ocasión fuí literalmente, "disfrazado de bobo", pero aprendí a enfrentar las consecuencias de mis actos. Al final de la bronca a penas me podia tener en pié, pero sabía más que antes de ella.

Al final aprendí. Siempre aprendemos más tarde o más temprano, aunque es mucho más cómodo aprender las enseñanzas de otro, que por experiencia propia. Sin embargo, la experiencia hace madurar a individuos y pueblos. Todas las acciones humanas traen consecuencias y ellas son desagradables o dichosas en proporción directa a la responsabilidad (o irresponsabilidad) de quien o quienes actúan. Y esa gran verdad se aplica tanto a individuos como a sociedades.

Un ejemplo formidable de las consecuencias dolorosas de ciertas acciones colectivas inmaduras e irresponsables, es el caso de Vieques. Ese islote inhabitado, es un pedazo de tierra improductivo e inservible, situado al este de Puerto Rico. Vieques era usado por la Marina Norteamericana para prácticas de tiro de cañón, misiles y otros explosivos bélicos.

Las prácticas navales en Vieques no molestaban a nadie ni creaban problema ambiental alguno en Puerto Rico. El centro logístico de esas maniobras era la base naval de Roosevelt Roads, donde en una época estaban estacionados más de 7,000 marinos norteamericanos y la que aún provee empleo a miles de puertorriqueños.

Entonces vinieron las protestas. Los "snobs celebrities" de Hollywood y cuanto politicastro de la izquierda deshonesta deseaba publicidad, invadieron a Vieques para protestar el bombardeo. Los "protestantes" por supuesto, incluían a los imprescindibles "reverendísimos" Sharpton y Jackson y a la entonces Primera Dama, Hillary Clinton. Algunos de ellos fueron temporalmente arrestados por allanamiento. No es necesario enfatizar que a nadie entre esta gentuza le preocupaba un ápice el futuro o los intereses de Puerto Rico. Aunque no puede precisarse con exactitud, es bien probable que mientras tanto, la mayoría de los boricuas se ocupaba de asuntos más serios. Todos los puertorriqueños que conozco son personas maduras y racionales.

Finalmente, Clinton decretó suspender las maniobras en Vieques. Eso motivó que la Armada norteamericana, usando la lógica más elemental, reconsiderara si era práctico mantener en operaciones la base de Roosevelt Roads. Es la simple relación entre causa y efecto.

Supimos el mes pasado, que el presupuesto de defensa para 2004 contempla el cierre de dicha estación naval, efectivo seis meses después de su firma por el Presidente Bush. Al enterarse de la pésima noticia, los "protestantes" contra los bombardeos de Vieques, han sido los primeros en poner el grito en el cielo. Pues al igual que párvulos malcriados, quieren tener su "cake" y también comérselo.

Solista destacado entre ese coro plañidero, es el Representante por New York José Serrano, quien al igual que su colega el gordo Rangel, sólo tiene de boricua la ascendencia. José Serrano se pasea entre los individuos más antiamericanos y procastristas del Congreso y llama "arrogante" al Departamento de Marina, afirmando que Puerto Rico es víctima de su venganza.

No debemos cometer el gran error de identificar a elementos de la ralea de José Serrano con Puerto Rico. Se trata simplemente de un adocenado izquierdista de New York, que ladra y rebuzna cuando intenta hablar en Castellano.


FIN



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