PARA EL SURCO DE LA HISTORIA

Por Hugo J. Byrne

"…Deja que el blanco cisne en la laguna los dulces besos del terral aguarde, jugando con el brillo de la luna, nadando entre el reflejo de la tarde;…"

Zenea ("En días de esclavitud")

En un reciente y excelente ensayo titulado "Los Impacientes", el columnista Adolfo Rivero Caro nos dice que el tirano Castro está por la primera vez en largo tiempo muy asustado por la aparente actitud resoluta del Presidente George Bush en su "guerra contra el terrorismo" y que ese susto se refleja en su reciente ola de represión. Coincidimos con la opinión de Rivero Caro, aunque sólo hasta cierto punto. Nunca debemos olvidar que el opositor eventualmente más temido por su régimen, no es el gobierno norteamericano, sino las mismas gentes que por más de cuarenta años han sufrido opresión sin misericordia. El primero que está consciente de eso es, por supuesto, el mismísimo tirano.

En la otrora poderosa Unión Soviética el sistema totalitario se mantenía a flote a través de una represión estricta, aplicada con los parámetros establecidos por la temida KGB y basados en el índice del descontento o desesperación popular. Tal como en el Moscú del "Imperio Malvado", en La Habana del castrismo la Dirección General de Inteligencia, entidad fundamental de Ministerio del Interior, es quien analiza la medida de esa desesperación y de ese descontento.

No debemos olvidar que fue precisamente la KGB quien informara primero a Juri Andropov y más tarde a su protegido Gorbachev (ambos, antiguos oficiales de la KGB, como lo fue también Putín), la imposibilidad de mantener simultáneamente el aparato de terror en Europa Oriental e intentar una respuesta con posibilidades de éxito al desafío estratégico de Reagan.

Castro se ha visto en la necesidad imperiosa de redoblar su terrorismo de estado, no solamente porque teme que sus conecciones con el terrorismo internacional puedan crearle dificultades críticas con la presente administración norteamericana (la que parece destinada a un segundo período). El temor mayor de todos tiene que ver con la aparente incapacidad del castrismo a impedir los contínuos secuestros de botes por individuos desesperados por abandonar el territorio de la isla. Ni siquiera la ejecución de tres presuntos secuestradores de la lancha de Regla ha detenido (o disminuído) la avalancha de plagios de embarcaciones para llevar cubanos a la Florida. ¿Qué podría suceder si la misma actitud desafiante es proyectada a otra clase de actos? Existen indicios de que esto último ya ha empezado a ocurrir, aunque de forma tentativa, desarticulada y caótica.

Que nadie se llame a engaño, el "crack down" del castrismo es definitivamente de uso interno. Castro mantiene su poder totalitario ya no sólo por inercia y gravedad, como durante los años ochenta y noventa. Ha tenido que apelar de nuevo al terror más extremo para defenderlo, como en los sesenta, y esa es una ruta que en las presentes circunstancias, en las que la edad avanzada y creciente senilidad del tirano juegan papel decisivo, no tiene futuro. Se trata del clásico callejón sin salida.

Y en medio de esa coyuntura histórica, ¿existen alternativas reales para el exilio cubano? ¿Está acaso entre nuestras posibilidades acelerar ese proceso de descomposición del castrismo, obviamente en pleno y creciente desarrollo? Por supuesto.

A menudo nos ha sorprendido la capacidad de la emigración cubana para poner en ridículo al régimen mediante la penetración electrónica de sus medios de comunicación. ¿Quién duda que esa capacidad pueda ser usada para alcanzar victorias más serias y contundentes? Es bien evidente que el mensaje de Cuba libre llega a la isla de diversos modos y esta certidumbre crea un verdadero universo de posibles estrategias.

Por otra parte, una iniciativa que amerita nuestra consideración al presente, sería la oferta de un rescate para Cuba. Aunque la propuesta no es nueva, nunca como al presente se ha visto refrendada por precedentes legales. El gobierno norteamericano está ofreciendo una recompensa de $25 millones por información que conduzca a la captura o muerte de Sadam Hussein. Otras cantidades semejantes han sido ofrecidas por la captura de sus dos hijos y por Usama Bin Laden.

Inversionistas del exilio cubano podrían abrir una cuenta en una entidad bancaria extranjera (Suiza, por supuesto, viene a la mente), para ser usada en recompensa a "acciones directamente conducentes a la total liberación de Cuba de la tiranía castrista". Dicha cuenta generaría intereses para esos inversionistas hasta el momento de la ejecución del contrato implicado en ella y especificaría los detalles legales en que dicha recompensa podría ser adjudicada. Este rescate sería ofrecido inclusive otorgando inmunidad a ciertos presentes miembros del régimen, con la condicional de que abandonaran inmediatamente el territorio nacional por un período no menor de diez años.

A diferencia de la recompensa que Washington ofrece por la cabeza de Hussein, este rescate no implicaría necesariamente una invitación o una recompensa al tiranicidio. Todos sabemos que la legalidad de un contrato estriba en la manera en que se redacte.

Esta propuesta es simplemente una manera de influenciar positivamente el futuro de nuestra patria. Pues, a diferencia del indolente cisne de Zenea, "aguardando los dulces besos del terral", necesitamos actuar por vocación y por deber. Y ¿qué mejor forma que regar las semillas de nuestro intelecto en el fértil surco de la historia?


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