«PALOS DE CIEGO»

Por Hugo J. Byrne

Durante décadas, la personalidad del tirano Castro ha constituído un tema de debate favorito, tanto entre la piara homogénea de sus partidarios, esbirros y esclavos, como en la de sus opositores. En el análisis final, estos últimos coinciden en apreciar una indiscutible medida de paranoia en esa personalidad criminal.

La importancia de esa evidente paranoia y su influencia en las acciones del dictador y de su régimen, ha sido el punto más importante en ese debate. El tema nunca ha sido favorito nuestro, pues individuos eminentemente racionales presentan a menudo personalidades paranoicas, sin que esa característica nuble su juicio o la sagacidad y el sentido común en sus acciones.

La quintaesencia de la paranoia estuvo representada en el pasado siglo por los dos dictadores totalitarios más dañinos a la humanidad durante todo el milenio: Adolph Hitler y su contrapartida marxista, Joseph Stalin. Sin embargo, ningún estudiante serio de la historia contemporánea puede negar que el antiguo "Cabo Bohemio", como lo llamara el Mariscal Gert Von Runstedt, fuera capaz de casi lograr sus ambiciones de dominación mundial, las que afortunadamente se vieran frustradas, pero por márgenes mínimos.

Por su parte Stalin, quien fuera aliado del Eje al inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939 y cuya incapacidad para prever y prevenir la traición de Hitler al pacto Ribentrop-Molotov casi le cuesta la derrota y el derrumbe de su régimen, terminó esa guerra no sólo entre los vencedores, sino como el amo de la mitad de Europa y jefe de un "imperio malvado" que amenazara la libertad del resto del mundo durante futuras décadas.

Con infeliz frecuencia Castro es imaginado por muchos exiliados frívolos, como un perdedor. Increíblemente esa noción absurda se basa en el supuesto fracaso de su "revolución" y ese "fracaso" es definido por el hecho de que los cubanos viven muchísimo peor hoy que hace cuarenta y cuatro años y que sufren indignidades y persecuciones diarias jamás experimentadas en Cuba desde la época colonial. ¿Es concebible semejante ingenuidad?

Absurdamente ignorado es el hecho de que Castro nunca tuvo como objetivo la felicidad popular de Cuba, su progreso material, o una vida digna y libre para la sociedad cubana. Su ambición, desarrollada con vigor por una voluntad furtiva y criminal y una facultad de liderazgo poco común, se vio alcanzada desde que era un joven de poco más de treinta años. Al obtener el poder político en Cuba, Castro hizo cuanto necesitaba para mantenerlo y ampliarlo, eliminanado todo obstáculo que se le apareciera en el horizonte, aún cuando esto incluyera estafa, asesinato y opresión.

De que lograra totalmente su nefando objetivo no existe la menor duda. Y para lograrlo, el hediondo biranense no sólo aprendió perfectamente la idiosincracia política cubana, sino también la de Norteamérica. En este esquema conspirativo, los cubanos siempre han sido sólo sus peones en el mejor de los casos y carne de cañón en el peor. Esta manipulación ha incluído (conscientemente o nó) a una buena parte del llamado exilio.

Empero, lo único realmente permanente es el cambio. El paso inexorable de los años hace que todo cambie. Ese paso incluso deteriora las más brillantes facultades humanas. En el caso de Fidel Castro la senectud parece haber producido una metamórfosis que transmuta el antaño astuto y sagaz, aunque paranoico tirano, en otro solamente viejo, incongruente y paranoico.

La furia insana con que Castro intenta fustigar a los gobiernos de Italia y España, sus socios comerciales tres y cuatro respectivamente durante muchos años, no parece responder a los intereses de su régimen. Ni siquiera alguno entre los sesudos "cubanólogos", de los tantos que padece el área del sur de la Florida, ha sido capaz hasta la fecha de encontrar una razón positiva para el tirano, que justifique los insultos y las manifestaciones organizadas en contra de Aznar y Berlusconi. La pregunta imperiosa es ¿qué beneficio podría reportar al régimen la erección de dos nuevos "protestódromos" en La Habana, uno adornado con panderetas y otro con gaitas?

No pretendemos que esta nueva campaña constituya en sí misma la esperada némesis del régimen, pero es sin duda un síntoma terrible. Tras las sandeces aguardentosas de Raul Castro y las incongruencias gesticulantes y salivosas de su "hermano-amo" maliciendo al "Fuhrercito" Aznar y al "Benito" Berlusconi, no hay substancia, esperanza u objetivo racional.

Esto es evidente para todo el mundo y en especial para quienes tienen que organizar y dirigir esas manadas malolientes y vociferantes. Dios ciega a quienes quiere perder y un síntoma seguro de ceguera es dar palos en el vacío.


FIN


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