EL AUDIE MURPHY DE LA PRIMERA GUERRAPor Hugo J. Byrne Presumimos que muchos lectores saben quien fue Audie Murphy, estrella cinematográfica en los años cincuenta. Entre ellos es probable que algunos de los más viejos recuerden que esa carrera se originó en su servicio en el ejército norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial. Murphy fue el soldado más condecorado de Estados Unidos en esa guerra. Esos honores incluían la Medalla de Honor del Congreso, la Legión de Honor de Francia y otras 28 medallas que no se otorgan fácilmente. Encaramándose en un destructor de tanques incendiado, con peligro inminente a su vida y usando la calibre cincuenta emplazada en la torre del vehículo, Murphy liquidó a la tercera parte de una compañía de veteranos alemanes. Tras la batalla se contaron más de cincuenta granaderos muertos. Esa acción heroica sin precedentes contribuyó a detener una contraofensiva alemana local, cerca de Colmar, en 1945. Previamente Murphy había sido promovido de sargento a segundo teniente por valor y capacidad en combate, en una de las últimas instancias que se conocen de un soldado ascendido a oficial por su agresividad ante el enemigo. La primera actuación de Audie Murphy en Hollywood fue el papel principal en "The Red Badge of Courage", basada en el clásico del mismo nombre escrito por Stephen Crane. Murphy, identificado con causas patrióticas y conservadoras, pereció en 1971, al estrellarse el avión en que viajaba. Quizás entre los lectores realmente viejos alguno recuerde una película estrenada en Cuba aproximadamente en 1942, filmada el año anterior, llamada "Sergeant York". Gary Cooper fue premiado por su actuación en la misma. Esa película, describía sucintamente la vida de Alvin York, el "Audie Murphy" de la Primera Guerra Mundial. Alvin nació en un caserío llamado Pall Mall, en el Condado de Fentress, en el corazón rural de Tennessee, en 1878 y durante una buena parte de su juventud era un convencido pacifista que intentara declinar servicio militar como "conscientious objector". No es casualidad que dediquemos estas cuartillas a quien, a pesar de sus orígenes humildes e intelecto poco desarrollado, fuera capaz de sacudirse ese flagelo mental llamado "pacifismo", dedicándose con valor y sacrificio a derrotar a los enemigos de la libertad. El pacifismo, amigo lector, es realmente un flagelo de la humanidad. Es una actitud mental históricamente responsable por cientos de millones de muertos. Es un verdadero cáncer del carácter, que devora con fruición felina, una por una, todas las bases morales de nuestra conciencia ética. Un pacifista es por definición un ignorante, un hipócrita o un cobarde. O quizás alguien que reúne los tres malvados vicios. ¿Qué cubano honrado, enterado y en su sano juicio, espera que Castro renuncie por las buenas a su satrapía y que entregue su poder espúreo a un estado constitucionalmente establecido? ¿O que sus herederos, con las manos chorreando sangre inocente, hagan otro tanto, para atenerse más tarde y de buen grado al veredicto de la justicia? Alvin quedó huérfano de padre a muy temprana edad y, a diferencia de su progenitor, quien nunca bebía ni desaforaba, se dedicó en sus años mozos a buscar la compañía de borrachos y prostitutas en los bares y burdeles de la demarcación entre Tennessee y Kentucky. Cazador y ávido tirador como muchos de sus coterráneos, el futuro sargento York afinaba la puntería en las gallinas de los vecinos. Un "natural" en el uso eficiente de las armas de fuego, Alvin rara vez fallaba, aún bajo los efectos del alcohol. Disipado e iconoclasta, el patán de Tennessee no demostraba respeto por el prójimo o su propiedad. En otras palabras, nuestro personaje, quien tenía como modelo humano a Jesse James, prometía un futuro gangsteril semejante al de Fidel Castro. La influencia positiva de una novia y las descargas de un predicador vecino empezaron a cambiar su actitud. Capaz de reflexionar ante la realidad, Alvin se arrepintió sinceramente de su vida pasada y transformó su conducta de rufián, a la de un cristiano fundamentalista, trabajador afanoso del agro. Cuando fue llamado al servicio en el ejército norteamericano en 1917, York hizo cuanto pudo legalmente por evitarlo. Destacado finalmente en Georgia como recluta, expresó sus sentimientos pacifistas tan fervorosamente que fue entrevistado por el comandante de su batallón, un Mayor llamado Buxton. Versado en discusión bíblica, Buxton intercambió opiniones teológicas con York, a quien el ejército no quería perder por la precisión increíble que había demostrado con el nuevo Sprinfield 1903. Tras un "leave of absence" en Pall Mall, para meditar sobre las interpretaciones bíblicas de Buxton, Alvin regresó convencido finalmente de que el amor no detiene a la maldad organizada y violenta. La colina que los aliados designaran con el número 223, punto de partida de un ataque norteamericano a la estación de ferrocarriles de Decauville, fue testigo de la súbita fe de Alvin York en la afirmación bélica del derecho de gentes. Como guía del pelotón al ser herido el sargento del mismo, el entonces cabo Alvin flanqueó un nido de ametralladoras que mantenía a sus hombres postrados sobre el terreno. Cada vez que un enemigo alzaba la cabeza, York lo derribaba como en un "turkey shoot" de los que tantas veces ganara en su nativo Tennessee. Tratando de eliminar un oponente tan letal, un oficial y cinco soldados lo atacaron con bayoneta. York los despachó uno por uno con su 45 1911, primero el último, para que los otros no se asustaran y así liquidarlos a todos. Entonces un Mayor alemán gritó en su mejor inglés, que si York detenía el fuego, rendiría el nido. De de esa manera, el palurdo de Tennessee se vió de repente en poder de más de cincuenta prisioneros. Más tarde, cuando el fuego cruzado de otra posición amenazara la columna de prisioneros, York conminó al Mayor prusiano ordenar la rendición inmediata del enemigo. Para dar más énfasis a su orden, puso el caño de la 45 en la sien al teutón, quien resultó ser un hombre razonable. A su regreso a las trincheras aliadas con 132 prisioneros, un General en son de broma le preguntó si era verdad que él había capturado por sí solo a todo el ejército alemán. Muy serio, el ruborizado York le contestó "No señor, eso no es cierto. Sólo a 132 soldados". Después de todos los honores, que incluyeron La Medalla de Honor del Congreso, La Legión de Honor, la Medalla Militar con Palmas y la Cruz de Guerra Italiana, junto a otras cincuenta más, Alvin regresó a su natal Tennessee y a su agricultura. Alvin York no era un intelectual. Pero rechazando el mito pacifista, demostró más sentido común que todos los recipientes del Premio Nóbel, juntos. FIN
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