LA MALDAD

Por Hugo J. Byrne


Ser civilizado y vivir de acuerdo a esa noción, tiene ciertas características peligrosas. La idea de que para resolver cualquier problema siempre podemos contar con la protección que nos brinda el medio ambiente, puede ser nociva. Es algo similar a la asepsia absoluta.

Sabemos que la exposición de un organismo a las infecciones lo fortalece contra ellas. Esa exposición genera los anticuerpos necesarios precisamente para combatir esas infecciones. De ese principio saludable es que la investigación científica de sabios como Luis Pasteur, arribara a la maravilla de las vacunas.

El cuerpo social responde también a los mismos principios básicos de un organismo humano vivo y palpitante. No es casualidad que la guerra civil más sangrienta y costosa del siglo XIX ocurriera en la nación destinada históricamente a dirigir la vida del planeta Tierra en el siglo XXI. El resultado de esa contienda mantuvo la unidad de la República Norteamericana, haciendo posible ese futuro liderazgo mundial.

¿Alguna vez se ha preguntado el amable lector, qué habría sido del género humano, si, por ejemplo, La Confederación del Sur hubiera salido victoriosa en la Guerra Civil Norteamericana? En ese caso habrían existido dos estados en Norteamérica, además de Canadá y México, en vez de una sola poderosa república, desde la segunda mitad del siglo XIX. Ninguno de esos dos estados, quienes serían de necesidad mutuamente antagónicos, habría podido alcanzar el nivel de progreso o de poderío industrial, militar y diplomático de la Unión Americana.

¿Habrían podido esos dos estados tan siquiera ser repúblicas democráticas, civilizadas y capaces de garantizar una medida de respeto al derecho de gentes tal como la que nos brinda Norteamérica contemporánea? Una apuesta bien segura es que no.

La película "It's a Wonderful Life", siempre tan popular en televisión durante las Navidades, sugiere que una sociedad puede ser mejor o peor de acuerdo a los preceptos morales de quienes vivan en ella. Aunque el resto de esta película nunca nos ha impresionado, ese concepto es sin duda bien válido.

¿Qué hubiera sido del resto del mundo en 1918 o en 1941 sin Los Estados Unidos? ¿Quién se hubiera enfrentado al totalitarismo europeo, no solamente con la fuerza moral y la convicción de representar un modo de vida superior, sino también con la abrumadora fuerza militar y económica, producto de esa vida superior y que garantizaba la insustituíble victoria? ¿Cuál es la nación del planeta que siempre acude en socorro incondicional para todas las inocentes víctimas de la fuerzas naturales o de la vesania humana? Sabemos, por supuesto la respuesta, pero debemos agregar que Estados Unidos hace todo eso no solamente porque quiere, sino por que puede. Ese poderío emana de una sociedad en que el individuo, la libertad y la propiedad son conceptos inseparables.

Desgraciadamente existen muchas personas en este mundo que afirman no sólo que el modo de vida norteamericano no es superior, sino que es intrínsecamente perverso y que precisamente el poderío militar y económico de esta nación están en razón inversa a su pretensa superioridad social. Existe una vieja y desacreditada teoría que equipara la riqueza con la maldad. Ese absurdo se remonta a una época en que las riquezas humanas eran estáticas. No se adquirían por el trabajo fecundo e inteligente, sino por la violencia. Los fanáticos religiosos (musulmanes o de otra fe), ignorando la revolución industrial y sus implicaciones, siempre se alimentaron de esa idiotez. Un hechicero disfrazado de filósofo llamado Karl Marx le dió un formato científico a lo que simplemente era una religión primitiva exenta de lógica. Lenín, Mussolini y Hitler bebieron de esa fuente contaminada. En el "Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano" (que no es una biografía de Chávez), Mendoza, Vargas Llosa y Montaner describen con lujo de detalles las fuerzas mesiánicas que hacen competencia por mantener a los pueblos al sur del Río Grande en el abismo de la pobreza y la ignorancia.

Esa es la verdadera maldad. Quien ha estado expuesto a ella, la conoce, la identifica, se defiende contra ella. Está vacunado. Las víctimas de la maldad son casi siempre nada más que los ignorantes

Esa misma maldad se anida aquí. En los medios de difusión, en los claustros universitarios, en los "tribunales de injusticia" y en ambas cámaras legislativas. Quienes piensen que la maldad no puede tocarnos, deben reflexionar en lo sucedido en septiembre 11 del 2001 y mirar con cautela a su alrededor.


FIN



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