EL PERMANENTE CAMBIO ESTRATEGICO

Por Hugo J. Byrne


En la madrugada del seis de junio de 1944, fecha del desembarco aliado en Normandía, el Mariscal de Campo Gert Von Rundstedt tenía motivos sobrados para sentirse confiado y satisfecho. Rundstedt comandaba todas las fuerzas alemanas en el norte de Francia. Su lógica militar le indicaba que la inminente invasión aliada ocurriría en la zona entre Dunquerque y Saint-Valéry, probablemente cerca del puerto de Calais. Múltiples razones asistían la opinión del viejo e impasible soldado prusiano, quien después de exponerlas con lujo de detalles, tanto a su subordinado Rommel, a quien apodaba burlonamente "el niño Mariscal", como a su jefe Hitler, a quien llamaba despectivamente (a sus espaldas) "el Cabo austriaco", logró convencerlos totalmente de las mismas. La "Muralla del Atlántico", era, al menos en esa zona, un formidable parapeto, desde el cual, el Mariscal confiaba repeler decisivamente la invasión aliada.

Los argumentos de Rundstedt eran difíciles de rebatir. Para los aliados la distancia más corta y directa para atravesar el mar desde Inglaterra era esa, la que facilitaría el uso de la superioridad aérea angloamericana, acortando al mínimo el radio de acción necesario. Los emplazamientos de misiles V-1 y V-2, que tanto daño empezaban a causar en Londres y otras áreas, estaban precisamente en Calais. Si desembarcaban por Calais y lograban consolidar una cabeza de playa tan próxima al territorio alemán, los aliados podrían atravesar el Rin en menos de una semana.

Sin embargo, el argumento más persuasivo de Rundstedt era de carácter logístico. Calais, Boulogne y Dunquerque eran tres buenos puertos, muy cercanos entre sí. Ninguna cabeza de playa podría consolidarse sin facilidades portuarias que permitieran desembarcar tanques, camiones, artillería pesada y todas las vituallas imprescindibles a un ejército invasor.

Una invasión por Normandía, forzaría la captura de Le Havre o Cherburgo, o ambos. Mucho más separados entre sí, estos dos puertos estaban entonces bien fortificados y defendidos. Hitler, con su tendencia paranoica a dramatizarlo todo, los llamaba "fortalezas." En cualquier caso, una defensa decidida de cualquier instalación portuaria, representaría, si nó su destrucción total, daños tan severos que su reparación tomaría, al menos varias semanas críticas. En el caso de Le Havre, tomó años. Fue totalmente reconstruído sólo después del fin de la guerra.

Ese problema era la contínua pesadilla de Eisenhower y del Estado Mayor Aliado. Lord Louis Mountbatten, durante una discusión sobre el tema indicó que "…ya que todo parece que no podremos contar con un puerto, lo único que podríamos hacer es llevarlo con nosotros." Aunque sus palabras fueron recibidas con una carcajada general, el concepto y el reto que ellas implicaban, no pasó desapercibido. Esa idea dio vida al ultrasecreto plan "Mulberries", en el que trabajaron más de 20,000 soldados de las unidades de ingeniería aliadas, fabricando pilotes de hormigón reforzado de hasta seis pisos de altura. De esta manera, la península de Cotentín contempló el primer uso bélico de "puertos artificiales." Este éxito tecnológico virtualmente eliminó el sesudo argumento estratégico de Rundstedt.

De tal suerte, los aliados pudieron después de un paréntesis sangriento en el sector norteamericano, consolidar una cabeza de playa en la relativamente desguarnecida costa de Normandía. Mientras tanto los alemanes mantenían sus unidades más fuertes y aguerridas en el superdefendido sector de Calais. Para su crédito, Von Rundstedt se percató en seguida de su error, reclamando desesperadamente del Estado Mayor Alemán el refuerzo inmediato de la costa normanda. Vana esperanza, pues Hitler había sido convencido demasiado bien por el propio Rundstedt y creía que el desembarco en Normandía era una operación secundaria para distraer fuerzas del objetivo principal en Calais. Cuando por fin Hitler comprendió el alcance de su grave desacierto, para gran suerte de la humanidad ya era demasiado tarde.

El avance tecnológico influye decisivamente en todas las actividades humanas, desvirtuando a veces la lógica más contundente. Esos vertiginosos cambios se suceden en un proceso incesante que es especialmente crítico en el campo estratégico. Y si esos cambios pudieron nublar hace cincuenta y ocho años el entendimiento de una mente militar de primer orden, como la de Gert Von Rundstedt, qué podremos esperar de tantos adocenados, que incapaces de establecer la diferencia entre su ombligo y un hueco en la tierra (excepto en la política de su distrito), se aventuran a desbarrar sobre las probabilidades estratégicas de éxito en el caso de una acción militar norteamericana en Irak.

Tal es el caso de los congresistas demócratas Charles Rangel y Nancy Pelosi, quienes se han dado a la absurda tarea de torpedear una resolución congresional que asista al ejecutivo con los poderes militares necesarios para resolver el inminente peligro creado en Irak. Incapaz de comprender que han pasado once largos años y muchísimos adelantos logísticos desde la Guerra del Golfo Pérsico, Pelosi aseguró recientemente a los televidentes de "Fox News", que Norteramérica necesitaría centenares de miles de soldados, decenas de aliados locales, la bendición de "Nacionas Unidas" y muchísima suerte para derrocar a Sadam Hussein.


FIN



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